ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 10 de abril de 2017
                               
 

Papeleta de sitio

El sevillano no se viste de nazareno. Se reviste. Como el cura que en la sacristía se pone los ornamentos sagrados para decir misa. O como el torero que en la soledad del cuarto del hotel se ajusta la taleguilla y el mozo de espadas le amarra los machos. No se viste uno de nazareno como quien se pone una gabardina para salir a la calle en día de lluvia: se reviste. Se sabe que es un rito: la túnica planchada por manos maternales extendida sobre la cama, quizá como la premonición de la mortaja que habrá de ser un día; la tela del antifaz sin una arruga sobre el macho del cartón del capirote que espera sobre una silla, con el escudo de la hermandad bien visible, desparramado sobre el asiento. Si de cola, el esparto penitencial enrollado como un pergamino de tradiciones de la familia, como la mejor ejecutoria de hidalguía sevillana. Si de capa, la percha haciendo los más bellos pliegues que luego imitará el vientecito que se levante por la noche, a la salida de la Catedral.

Quien no haya contemplado revestirse a un nazareno, o no le ha ayudado a recogerse la cola, o a sujetarse bien la capa con los cordoncillos que se anuda al cuello, ni sabe lo que es Sevilla ni conoce los más íntimos secretos de la Semana Santa. Cuando un nazareno se está revistiendo con su túnica penitencial hay como un silencio sagrado en el cuarto. Se escuchan quizá, sin que nadie las oiga, las voces de todos cuantos de la familia le precedieron este mismo día, en este mismo sitio, ante esos mismos espejos, esta misma cama, poniéndose la túnica con la que marcharon ya para siempre a la definitiva estación de penitencia, en la que siguen formando en el tramo de la vida eterna, el que no tiene parones, ni diputado que le vuelva a encender la cera que apagó el viento.

Y las madres. Cuando nos revestimos de nazarenos, o está nuestra madre ayudándonos o la echamos de menos en cada botón que se abrocha, en cada correílla del esparto que se aprieta, porque ya se nos fue. En cierto modo, sigue estando. Esa madre que antes de darnos un vasito de leche y una torrija, tras decirnos lo guapos que estábamos revestidos de nazarenos, siempre nos recordaba:

-- Hijo, ¿llevas la papeleta de sitio? No te vayas a olvidar de la papeleta de sitio, que a tu padre lo conocen tanto en la hermandad que no le hace falta, pero a ti, hijo...

Todos, nos revistamos de nazareno o no, llevamos en estos días nuestra papeleta de sitio; si no en la faltriquera de la túnica, sí en el bolsillo de la chaqueta. O en las entretelas del alma. Cada sevillano tiene una papeleta de sitio sin papel, sin tinta, sin sello de la hermandad ni firma del secretario y del mayordomo. Es la que nos dice, sin que esté escrito más que en lo más hondo del sentimiento : "Nuestro hermano acompañará a las Sagradas Imágenes Titulares de las cofradías de la Semana Santa de Sevilla en los lugares en que suele, con la emoción de cada año, como lo hicieron sus padres y como está enseñando a sus hijos que hagan". Todos llevamos en estos días la papeleta de sitio de esa esquina, de esa calle donde nos viene ese recuerdo; de ese balcón cuya frialdad de hierro en su barandilla nos resulta tan familiar; de ese naranjo bajo cuyo aroma hace tantos años que vemos esta salida, esta entrada... Lleva quizá en el bolsillo el pretexto del cuadrante del Programa de ABC, o "El Llamador" de papel. Excusas para asegurarse quizá solamente la certeza de una hora que le marca el corazón de la memoria. No le tienen que decir dónde tiene que estar, por dónde va a ver ese palio con el que su madre, que lo llevaba de la mano, lloraba cuando le veía la cara a la otra Madre, la de Dios. Papeletas de sitios privilegiados las que llevamos los sevillanos en estos días. Los sitios nuestros. Los de siempre de cada uno. Donde vemos las mismas caras de todos los años. Papeleta de sitio donde no lo pone, pero sabemos que dice que con ella nos estamos ganando, "Credo in unum Deum", que seamos pareja nombrada por Cristo en persona como diputado de tramo para la definitiva gozosa estación de la vida imperecedera. Amen.

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