ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 13 de junio de 2017
                               
 

Dávila o el pundonor

Si yo fuese tan listo que hubiera aprendido a escribir como ahora está de moda hablar, diría que lo de Eduardo Dávila Miura el domingo en Las Ventas, cerrando con los zaharicheños toros de su casa la Feria de San Isidro, no fue mala suerte, no: fue "lo siguiente". Díganme si no es malísima suerte tener el pundonor de reaparecer como torero para matar en Madrid una corrida de tu casa, en conmemoración de los 175 años del hierro de la A con asas, y a la postre no poder matar dos miuras, sino un sobrero de Clotilde Calvo y otro del Ventorrillo, que, encima, con los nombres tan bonitos que hay para bautizar toros, se llamaba "Nauseabundo". ¡El mal gusto que hay que tener para sacar de pila a un toro como "Nauseabundo"! Eso no es ponerle nombre: es insultarlo.

Así que me estoy imaginando que desde los cirios verdes del último eterno tramo de los antiguos y grandes macarenos, el viejo Don Eduardo, a lo Felipe II con la Armada Invencible, estaría diciendo, al enterarse que Eduardito fue a matar los miuras y no mató ni un solo:

-- Yo mandé a mi nieto preferido a matar dos toros de la casa, no a hacerle limpieza de corrales a Simón Casas en el final de San Isidro.

Fue lo de Eduardo Dávila Miura lo que corresponde a su torería y a su hombría de bien. No una gesta, ni un gesto. Fue una prueba más de que la Casa Miura es mucha Casa Miura: un conservatorio de valores del toreo que se han perdido o están en trance de extinción. Al arrancar el paseo y describir Movistar Toros por la tele los colores de los vestidos, dijeron que Dávila Miura iba "de verde botella y oro". ¿Botella? ¡Botellazo, que no es lo mismo! Porque resultó que Eduardo iba de "verde pañuelo del Tendido 7 de Las Ventas y oro". Con los poquísimos toros que se han devuelto este San Isidro, tuvo que caerle a Dávila la china de que le sacaran pañuelo verde a los dos miuras que le habían correspondido en la mala pata del sorteo, en los que teníamos puestas todas las esperanzas los que lo admiramos y queremos: a "Africano" y a "Listonero".

Pero el color de verdad del vestido del pundonoroso Eduardo Dávila quien podía haberlo descrito bien era Lorena Muñoz, con la paleta cromática cofradiera que usa en sus crónicas para los toreros, de modo que los tres debutantes del pasado jueves en Sevilla iban, a saber: "de azul Hiniesta y oro", "de azul Carretería y oro" y "de tabaco Buen Fin y oro". ¡Óle! Aunque Lorena estaba en Las Ventas, jartacoles del público de Madrid como cada vez que los sevillanos vamos allí, los de la tele no le consultaron para decir con exacta propiedad que Eduardo Dávila iba de color tan macareno cual "de cirio verde y oro", o "de calle Parras y oro", o "de manto camaronero y oro". Porque ese vestido "Esperanza Macarena y oro" que llevaba Eduardo en su gesta tan pundonorosa como fallida, verán cómo era y de dónde venía, que él lo dirá mejor que yo, en un mensaje que tuvo la merced de ponerme al término de la corrida, y que decía: "El vestido que me he puesto ha estado 11 años en la Basílica de la Macarena. Y la Virgen me lo ha dejado para hoy. Mañana vuelve a Ella".

Óle, óle y óle, Eduardo: esto es para que La Marta le cante una saeta. Para que Luis León mande una levantá a pulso. Por su macarenidad. La vieja macarenía torera de los Miura, de los Pablo-Romero, de Joselito el Gallo. Yo no puedo más que decir, como si fuera un cateto de Sol Alto: "¡Música, maestro Abel Moreno!" Que suene en tu honor, torero, en homenaje a tu pundonor y al tarro de las esencias ganaderas de tu Casa Miura, ese pasodoble que te dedicó Abel Moreno, hasta con una saeta por medio y su pasaje de marcha macarena, que es ya un clásico y tocan hasta en las plazas de polvareda. Lo que no puede ser no puede ser, dijo El Guerra. Pero aunque no pueda ser, querido Eduardo Dávila Miura, lo que siempre ha sido y será es la tradición del señorío de Zahariche y el pundonor de aquel nieto torero que le salió a Don Eduardo y del que con tanta ilusión me habló una noche, a la salida de los toros, comprando pescado frito en La Isla...

 

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