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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 28 de octubre de 2017
                               
 

Ya no queremos ser catalanes

Examinaba Manuel Contreras el otro día muy acertadamente, y echaba por tierra muchas interesadas comparaciones, las ocho grandes diferencias existentes entre el proceso separatista catalán y el movimiento andaluz por la autonomía que tuvo sus fechas claves en dos días ya históricos: el 4-D y el 28-F. Andalucía se rebeló para conseguir su autonomía plena, y fue una de esas ocasiones, como cuando la ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco, en que el pueblo desbordó a los partidos. La clave estaba en Cataluña: los andaluces no queríamos ser menos que nadie, y concretamente que los catalanes a la hora de tener nuestra autonomía, presentada entonces, ay, como un bálsamo de Fierabrás que iba a terminar con el paro, a poner fin al subdesarrollo andaluz, a nuestras diferencias económicas con las regiones más ricas, a acabar con la postración histórica de nuestra tierra. Si hablo con cierta nostalgia de aquellos días de la ilusión autonomista andaluza es porque mi hijo Fernando fue aquella mañana de diciembre uno de los niños que portaron la bandera de Blas Infante, traída por su hija María de los Ángeles desde "Villa Alegría", cuyos colores representaban toda nuestra esperanza en el futuro.

Nosotros seguimos con nuestra autonomía plena del 151, desgraciadamente convertida en un Régimen de un único color político desde entonces. Y los catalanes siguieron su camino, que resultó hacía el precipicio y la nada, como ayer se vio. Aquella Cataluña que era para nosotros un espejo de libertades, con todas las figuras del "boom" narrativo hispanoamericano allí, con el Drugstore de Paseo de Gracia convertido en Café Gijón de una literatura sin centralismo madrileño, con un ambiente abiertamente europeo. Pero aquellos mismos autonomistas catalanes de la cuatribarrada con los que queríamos igualarnos rompieron a la postre en separatistas. Y en hispanófobos. No querían que los andaluces fuéramos como ellos, sino un desleal Estado independiente.

Si en el 4-D y en el 28-F queríamos ser como los catalanes, tras el mal llamado día de la DUI, aborrecemos en lo que han devenido, con un guión en las últimas semanas que no lo mejora el humor del absurdo del teatro de Miguel Mihura. Ellos no quieren ser españoles y nosotros sí. Aunque Madrid les haya largado millones y más millonmes para los sucesivos pactos de Gobierno, que no han calmado sus insaciables ganas de ser más que nadie. Más que España misma. La España de Franco que, por ejemplo, les puso allí la fábrica de la Seat, es la que ahora dicen que es la que los pone en su sitio, en el que nosotros queremos seguir estando: el del Estatuto de Autonomía leal a la Constitución de 1978.

Los andaluces ya no queremos ser como los catalanes. Al menos como estos despreciables e insensatos catalanes independentistas hispanófobos, que han comenzado el separatismo por ellos mismos, dividiendo en dos la propia enfrentada sociedad regional, llevando un clima de guerra civil a las familias, hermanos contra hermanos, imponiendo a la fuerza la muy respetable cultura catalana contra la lengua española. Y todo, con engaños, con cobardía. Hasta las trancas pensando que les puede caer el peso de la Justicia con el Gobierno aplicando el artículo 155 de esa Constitución que les devolvió generosamente en su día todos sus derechos autonómicos históricos, sin referéndum alguno. No tienen valor ni para romper con España dando la cara, valientemente. Convirtieron ayer el voto secreto en voto anónimo para evitar la acción de la Justicia contra su rebelde sedición. No, no representan a todos los catalanes los que han proclamado la independencia "desgarradora, triste y angustiosa", como la ha calificado Rajoy. Por vez primera en la Historia, ayer vimos retransmitido en directo por TV un cobarde golpe de Estado. A partir de ahora hay que apoyar cuanto Rajoy haga ante esta ilegal independencia: lo que debe, que para eso gobierna el Reino de España y defiende su unidad constitucional. Si los autonomistas catalanes de entonces nos daban envidia a los andaluces, estos separatistas catalanes de ahora nos dan, ¿sabe usted qué?, no miedo, sino asco. Si nos queréis, ¡irse a Kosovo, mamarrachos!

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