ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 27 de abril de 2018
                               
 

El chiringuito del Puente de Los Remedios

En Sevilla hay puentes, en plural, y el puente, en singular, que no es otro que el de Triana. Oficialmente de Isabel II, como que canta la sevillana: "Por el puente Triana, ay,/pasa la Reina./No llevaba corona, ay,/tan sólo peina./Pero llevaba/un mantón de Manila/que le arrastraba". Copla evidentemente coetánea de la inauguración en 1852 de esa copia del puente parisino del Carrusel y de la visita de la Reina Castiza a Sevilla. A los puentes de Sevilla les sientan mal las construcciones en su arranque. Al puente de Triana, por el contrario, no sólo le vienen bien, sino que lo complementan. El Altozano no sería el Altozano sin la Capillita de la Virgen del Carmen que hizo Aníbal González y a la que la nomenclatura popular de la arquitectura sevillana le puso de mote "El Mechero", porque su silueta de la torre y del cuerpo de la pequeña iglesia semejaba un yesquero de los que usaba la gente de campo. El Altozano, junto a la Escalera de Tagua, no sería el Altozano sin la antigua estación de los vapores de viajeros que bajaban hasta Sanlúcar, luego Abacería El Faro y actualmente restaurante. Pero eso sólo lo permite el puente de Triana. Entre otras cosas, porque Triana es mucha Triana.

Y como Los Remedios son muy poco Sevilla, pues en el puente de tal nombre, antiguo del Generalísimo, el que va desde Virgen de Luján (donde para construirlo quitaron el lamentable núcleo de chabolas de Laffitte) a la glorieta de los Marineros y al Costurero de la Reina, el chiringuito que quieren hacer pega bocados a los ojos. El esqueleto de las obras muy bien paralizadas por Urbanismo ha estado allí toda la Feria como es ya leyenda que se dijo del propio barrio de Los Remedios en un congreso de Arquitectura: un ejemplo de lo que nunca debe hacerse. Ese kiosco con pretensiones está muy bien paralizado por Urbanismo y mucho mejor calificado por su Gerencia como "obras no legalizables". Así que marchando una de piqueta y cuanto antes, porque sólo el puente de Triana, como hemos visto, admite construcciones en su arranque, y no este mamarracho con pretensiones de un chiringuito al que, además, han tenido la osadía de ponerle de nombre "María Trifulca". Cuando ese lugar no tiene nada en absoluto que ver con la antigua Playa de María Trifulca, donde la Sevilla de los corrales y del hambre se hacía la ilusión de ir a tomar los baños en Chipiona en los años 50. En todo caso, ese muy bien paralizado chiringuito que querían perpetrar está en Las Delicias Viejas. La playa de María Trifulca (de no muy buena fama por la cantidad de parguelones que pululaban por allí intentando camelar chavales) estaba en la que luego fue Punta del Verde, al final del muelle comercial, más o menos por donde ahora cruza el río el Puente del Centenario.

En Las Delicias, por ejemplo, para hacer ese paseo maravilloso que puedes ir andando por la mismísima orillita del río desde el Puente de las Delicias hasta el del Alamillo, quitaron los viejos adoquines del muelle comercial, una pena, en esta Sevilla que cerró las canteras de Gerena, que le daban su color y su personalidad a las calles, como acaba de denunciar con todos los argumentos el arquitecto Javier Queraltó. Esos adoquines que quitaron en el muelle de Las Delicias, como los que han levantado en la rotonda de entrada a la antigua estación de tren de San Bernardo y futuro gimnasio en la Sevilla donde lamentablemente la Cámara de Comercio cierra el Club Antares sin que nadie proteste: No Passsa Nada. Esos adoquines, decía, valían un dinero como piezas para anticuarios decoradores. Y este muy bien paralizado chiringuito llamado espuriamente María Trifulca estaría en todo caso muy bien abajo, en el paseo junto al río, donde han puesto otros restaurantes, bares y kioscos de copas que no pegan bocados a la vista. Donde está esa pomposamente llamada "Estación de Cruceros", que ni es estación marítima ni nada: son veinte contenedores de mercancías viejos, reutilizados para el desembarque de unos turistas que no dejan en Sevilla un duro, porque duermen y comen en el barco y hasta traen comprada en el buque la botella de agua mineral que llevan cuando van a ver la Giralda antes de irse en la próxima marea llena.

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