ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 20 de mayo de 2018
                               
 

Nuestros Tom Wolfe

Ahora que ha muerto Tom Wolfe, me acuso, padre de la Literatura, que fui uno de tantos que a finales de los años 70 le rendí devoto culto de dulía, en aquella moda del Nuevo Periodismo cuyos ramalazos a lo Truman Capote nos llegaron a España casi al mismo tiempo que la restauración de la democracia. Admiré a Wolfe con su traje completamente blanco de la cabeza a los pies. Un traje que, ahora que lo pienso de otra forma, en España por entonces no tenían el valor de ponérselo más que Pepe Marchena o Miguel de Molina cantando "Don Triquitraque" o en la inolvidable entrevista televisiva que Carlos Herrera fue a hacerle a Buenos Aires. Aquel terno blanco de Tom Wolfe, que dicen que le costaba cada uno mil y pico de dólares, un dinero, se trataba en realidad de un traje de primera comunión: de la nuestra con las ruedas de molino de la moda del Nuevo Periodismo. He de seguir confesando que, como marcaba la moda, me compré la edición de "La hoguera de las vanidades" en Anagrama, e incluso a un amigo que iba a Nueva York le encargué que de Barnes & Noble me trajera, en inglés, "The Right Stuff", su novela-reportaje sobre los héroes de la carrera espacial norteamericana, luego traducida aquí con el título de "Elegidos para la gloria".

Y leídos todos aquellos libros de Tom Wolfe, más otros suyos entonces de moda que citar no quiero, ¿saben qué saqué en conclusión? Que no había nada más viejo que el Nuevo Periodismo. Que aquí en España, sin ir más lejos ni a librería neoyorquina alguna, en los años 20 y 30 del siglo XX se había inventado el Nuevo Periodismo: el maridaje perfecto de la calidad literaria con el interés periodístico de lo novedoso. Gracias a la moda de Tom Wolfe volví a tomar del estante de la biblioteca dos tomos de los inaugurales de la colección de bolsillo de Alianza Editorial, obras de dos paisanos además: "Juan Belmonte, matador de toros", de Manuel Chaves Nogales (que entonces no estaba en absoluto de moda, ni nadie conocía) y "Recuerdos de Fernando Villalón", de mi maestro don Manuel Halcón. ¡Esos dos libros sí que eran Nuevo Periodismo, sin tanto cuento ni tanta moda "fresca y recién importada de los Estados Unidos"! La figura campera de Fernando Villalón y su riquísimo anecdotario, todo un retrato de la España de su tiempo, no tenía nada que envidiarle a los astronautas de Cabo Kennedy que nos retrataba Wolfe. Pero es que, además, como ahora ya reconoce todo el mundo, Chaves Nogales injertaba como nadie la savia nueva de la calidad literaria en el viejo árbol del periodismo de "La Esfera" en su biografía de Belmonte.

Y no me quedé en esos dos libros de bolsillo de Alianza Editorial. Continué mis lecturas en búsqueda del Viejo Nuevo Periodismo de España y me encontré, por ejemplo, con el partido literario que don José María Pemán le sacaba a un hecho periodísticamente insólito cual una nevada...¡en Cádiz", memorable artículo del Nuevo Periodismo que le valió el premio Mariano de Cavia. Y como aquella moda nos venía de Estados Unidos, me fui a Julio Camba, y encontré veneros enteros de nuevo periodismo literario, y encima con un sentido del humor irrepetible, en sus crónicas desde Nueva York reunidas en el libro "La ciudad automática". ¿Y César González Ruano, a quien tuve el honor de conocer cuando escribía a pluma en el Hotel Fénix porque le habían cerrado el Café Teide? ¿Habría algo más nuevo que el viejo periodismo de las crónicas de González Ruano como corresponsal de ABC en el Berlín del nacimiento del nazismo? Sí, todo el Nuevo Periodismo, de una calidad literaria insuperable, no había que irlo a buscar a Nueva York en un señor con un traje blanco como el de Pepe Marchena; bastaba hojear la colección de ABC o la de "El Sol" para hallarlo, al menos 40 años antes que la progresía española lo pusiera de moda. Como ahora nadie discute que el más rotundo inventor de nuestro Nuevo Periodismo fue un sevillano que se llamaba Manuel Chaves Nogales.

 

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