ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 10 de julio de 2018
                               
 

Artículo sobre los artículos

En el habla hay modas. Y si esas modas se transmiten por los medios audiovisuales de comunicación, se imponen como leyes. Les digo un ejemplo. ¿Usted ha visto a alguien que en una arradio (vulgo radio) o en la televisión (vulgo tele) se haya referido últimamente a la de Su Majestad El Rey Don Felipe VI (q.D.g.) como "la" Casa Real? Creen los que tal usan que decir "Casa Real", sin artículo, es más fino y se está más en las claves de La Zarzuela que si se dice "la" Casa Real". Cuando a servidor eso de "Casa Real", sin "la", le suena fatal. A nombre de bar o de restaurante. "Casa Real" me suena a Casa Morales, pero sin tinto ni poetas; o a Casa Paco, mi carmonense vecino; o a Casa Ricardo, pero sin croquetas monumentales. E igual digo de los topónimos sevillanos. Lo que toda la vida de Dios fue "la Puerta Jerez", ahora es "Puerta Jerez", que suena a tablilla de tranvía antiguo. Y lo que siempre fue "la Plaza Nueva" es "Plaza Nueva", sin "la", que suena completamente a Granada. ¿Economía del lenguaje, que está la cosa muy achuchada y hay que ahorrar en artículos gramaticales como quien lo hace en artículos de lujo? No, creo que más bien modita de modernez mal entendida. Los artículos están para algo, aunque se estén perdiendo en el uso de la hermosísima lengua española.

Un artículo cambia muchas cosas. Me refiero a un artículo gramatical, no a un artículo de Robles, de García Reyes, de Machuca, o de servidor, que cambiar, cambiar, lo que se dice cambiar, cambian más bien pocas cosas, porque se trata muchas veces de predicar en el desierto "que llora mientras canta", como decía Cernuda de nuestro Sur. Y para que vean lo que cambian las cosas con los artículos gramaticales, vayan estas reflexiones que me hace llegar un lector con muy buen oído. Una cosa son los labradores, los agricultores, y otra "el Labradores", también llamado por sus socios "El Círculo" por antonomasia. Una cosa es una copita de Quinta, el fino de Osborne, y otra "La Quinta", cofradía a la que es de buen tono suprimirle lo de "Angustia", para que vean que estás en el ajo de su nómina de hermanos con apellidos más largos que el cuerpo de nazarenos de La Estrella.

Una cosa es el amarillo, el color que según el pasodoble de Manolito Santander está maldito para los artistas y es gloria bendita para los cadistas, y otra "Los Amarillos", que son los autobuses sobre cuyas demoras se me han quejado muchos lectores. Una cosa es un cerro, que es una colina, como la del Loco, y otra "el Cerro" que es, o bien el Cerro del Águila o bien la popularísima cofradía de ese barrio. Una cosa es bulla, que en muchos lugares andaluces significa prisa ("que voy con bulla") y otra "la bulla", cada vez más temible en Semana Santa por mucho Cecop que le echen y aforos y vallas que le pongan. Una cosa es Puerta, el torero, Diego Valor, y otra "la Puerta", que puede ser del Arenal, Osario, Real o de la Carne, y que siguen existiendo en el callejero popular aunque haga siglo y medio que García de Vinuesa, el muy mamón, las derribó. Una cosa es una pasarela, y otra "La Pasarela", que casi nadie sabe que oficialmente se llama Plaza de Don Juan de Austria. Una cosa es "el Maestranza", el teatro de la ópera y de la Real Orquesta Sinfónica, y otra "la Maestranza", que la de Caballería de Sevilla o el mote que le han puesto a la que siempre fue "la plaza de los toros". Una cosa es Bécquer, el poeta, don Gustavo Adolfo, el de la maltratada glorieta del Parque, y otra "el Bécquer", el desaparecido cine de la calle de tal nombre del que ya sólo se acuerda mi admirado Carlos Colón. Una cosa es Cervantes, don Miguel, autor del Quijote, y otra "el Cervantes", que es el único cine clásico, no multicines, que nos queda en Sevilla y que hay que proteger. Una cosa son setas, a la plancha por ejemplo, y otra "las Setas", que es el absurdo derroche del Metrosol Parasol. Una cosa es pasmo y otra "el Pasmo", que sólo hubo uno, era de Triana, aunque nacido en la calle Feria, y se llamaba Juan Belmonte. Una cosa es Burgos, noble ciudad castellana, y otra es "el Burgos", que es el escribidor que todos los días pone estas pamplinas en el ABC y suele rematar, como hoy, al currista modo: "Y Sanseacabó".

 

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