ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  17 de noviembre de 2018
                               
 

Qué alegría de exportaciones

Es asturiano, pero enamorado de Sevilla. Con fidelidad de amante, cada primavera, en cuanto abren los naranjos en flor, ya está aquí para pasar con nosotros y como nosotros la Semana Santa. Se aloja cada año en el Hotel Inglaterra, como en un rito memorial en homenaje de amor a su mujer, con la que venía a Sevilla hasta que falleció hace pocos años. Tan sevillano se ha hecho y tanto ha cogido nuestro paladar cofradiero, que es capaz de degustar, siempre con el recuerdo de su mujer del brazo, eso tan nuestro de sentirse solo en una inmensa bulla de Semana Santa viendo entrar una cofradía. Y este lector del que hablo y cuyo nombre no cito porque no le he pedido la venia en el palquillo del Recuadro, es un impenitente viajero, que desde lejanos lugares de Europa escribirme suele comentando mis artículos. En su último mensaje, me cuenta sorprendido de sí mismo cómo se sintió emocionado al ver en una tienda un paquete de tortas de Inés Rosales. El mérito es que esa emoción la sintió...¡en Berna!

Me siento totalmente identificado en muchos sentimientos con este lector asturiano, entre ellos este de emocionarse al ver nada más y nada menos que a Sevilla cuando se encuentra uno por el ancho mundo un paquete de tortas de Inés Rosales, las que Martínez Barrio le pedía a don Ramón Carande que le llevara cuando iba a visitarlo a París. "Lo digo por experiencia/porque a mí me ha sucedío". Yo he visto a Sevilla en las Galerías Lafayette de París contemplando en un escaparate de exquisiteces un paquete de tortas de Castilleja empapeladas a mano por las mujeres que las hacen ahora en Huévar, con el etiquetado en francés. Como me las he encontrado en los supermercados Migros de Zurich, empaquetadas en alemán. O en Frankfurt. O en Londres. No sólo hago el elogio del márquetin y la capacidad de exportación de las tortas de Inés Rosales, de la creación de riqueza para nuestra tierra que eso supone, sino del carácter simbólico que les damos, de cómo las relacionamos con Sevilla y con Castilleja, origen también de ese chorréon de belleza que fue Margarita Cansino, que profesó en el mundo del cine con los votos perpetuos del nombre de Rita Hayworth.

En la distancia es cuando le damos importancia a nuestras exportaciones agroalimentarias. Cuando nos da una inmensa alegría encontrarnos en los puestos callejeros de frutas de la Kaufinger Strasse de Munich las maravillosas cajitas de arándanos de la compañía Royal de José Gandía, con el nombre de Sevilla en el membrete en alemán. O cuando en los mercados de Londres vemos esas cajas de naranjas o nectarinas que llevan el nombre de Sevilla. Por no hablar de los lustrosos tomates de Los Palacios en París. Entre tortas de Castilleja y arándanos de La Rinconada, qué alegría de exportaciones agroalimentarias sevillanas, qué consuelo ver que no dependemos sólo del monocultivo turístico, que nuestra economía tiene otras fuentes de creación de riqueza. Nuestras exportaciones (aviones aparte) tienen mayor importancia de la que les damos los propios sevillanos. Me parece que le duele la boca de decirlo, en una especie de predicación en el desierto, al consejero de Economía de la Junta, a don Antonio Ramírez de Arellano, de quien soy correligionario.

-- ¿Correligionario usted de uno que va de número 2 en la lista del PSOE por Sevilla para las elecciones del 2-D? No me diga que ha chaqueteado y se ha hecho también del PSOE...

No, «ni Dios lo "premita"», como decía Lola Flores. Explico que soy correligionario de Arellano en cuatro cosas mucho más importantes que el PSOE y la política: en la amistad, en Puerto Rico, en Curro y en el Betis. ¿Le parece a usted poca comunión de ideas, que el currismo tiene hasta "currisprudencia", aquella sentencia judicial que sentó que la admiración por Romero es como una fe o una religión? Arellano suele publicar estadísticas sobre la importancia de las exportaciones para nuestra economía. Añado que también para nuestros sentimientos de sevillanos. ¿Y esa alegría que te entra por cuerpo al ver un paquete de tortas de Castilleja de Inés Rosales en un escaparate de Amsterdam? (Esperemos que Trump no les ponga a las tortas de Castilleja un arancel traicionero como a las aceitunas negras de Sevilla.)

 

 

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