ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  26 de noviembre de 2018
                               
 

El paraguas de Bellver

Sostengo que morirse en Sevilla en verano, sobre todo si es en pleno agosto, es una forma de alcanzar la inmortalidad. Como media Sevilla está en la playa o de viaje por España o por el extranjero, y muchos días ni se leen en el ABC las papeletas de defunción (como se llamaba antiguamente a las esquelas) no te enteras que alguien ha fallecido, y lo das por vivo. Incluso lo citas en alguna conversación:

-- Tengo mañana sin falta que ir a ver a José Manuel en su bufete...

-- ¿Ah, pero no te enteraste que se murió este verano? Sí, una cosa fulminante, cuando estaba veraneando en Chipiona.

Y entonces es cuando empieza para ti la lista de retreta de la muerte, en la que pones a ese José Manuel que creías aún en su despacho de abogado. Ya digo, que morirse en Sevilla en verano es una forma como otra cualquiera de alcanzar un cierto modo de inmortalidad, aunque con plazo fijo de terminación. Muchos de estos plazos son ahora en noviembre, el mes de los muertos, que va a acabar sin que les haya traído al recuadro un mal ramo de crisantemos, por no hablar de esas horrorosas coronas con los escudos del Sevilla o del Betis que venden las floristerías de la rotonda de entrada al cementerio de San Fernando, donde cada vez se entierran menos sevillanos, con tanta incineración en lejanos crematorios de pueblo.

Se acaba noviembre y dejan de venir en ABC las que me parece que sólo se publican en Sevilla: las esquelas de los colegios profesionales, de los clubes deportivos o sociales, de los colegios, con el anuncio de un funeral por los miembros de estas entidades fallecidos a lo largo del año. En Sevilla hay grandes lectores de esquelas, y los hay que no se pierden, nombre por nombre, ninguna de estas colectivas del Colegio de Médicos, del Colegio de Abogados, de Pineda, de Los 40, del Labradores, de tantas entidades sevillanísimas. Y ahí es donde termina muchas veces la inmortalidad para esos sevillanos que se fueron y de cuya marcha al otro barrio, al definitivo, al de la Luz eterna que no hay que pagar a Endesa, no te enteraste en su momento, porque estabas fuera o porque, como decían los antiguos "la familia no quiso poner papeleta".

Lo he visto, un año más, este noviembre. Esa sorpresa del que se encuentra en una de esas esquelas con el nombre de un compañero de curso de la Universidad, de un antiguo vecino, de uno que fue su amigo, de la misma pandilla, cuando muchacho. O la mujer del que no creíamos viudo, de la que nos acordamos bailando y tan animada en la caseta de Feria de la que también eran socios. Levas sevillanas de la muerte, de La Canina terrible, cada mes de noviembre, en estas esquelas tan nuestras, tan del culto barroco a las postrimerías, como cuadros de Valdés Leal con nombres desconocidos en los que, de pronto, te salta uno al que le pones la cara, la voz, los gestos, sus generosidades, su familia, su casa, su calle, su barrio.

Se despide este noviembre de los muertos, con su teletipo de los crisantemos de las amapolas, con la desaparición de don Mariano Bellver. Nos conocíamos sólo de vista, y nos saludábamos cada vez que nos encontrábamos. Nadie nos presentó nunca, más que, quizá, el común amor por la ciudad a la que Don Mariano (vamos a ponerle el "don" ya por delate cada vez que lo citemos) ofreció y donó su colección, en la que había tantos clásicos del costumbrismo sevillano del XIX y comienzos del XX. Una tarde almorzábamos en mesas contiguas en el restaurante La Isla del Postigo. Esperábamos a unos amigos que no acababan de llegar. Se puso llover a cántaros. Nos llamaron estos amigos, que estaban en un taxi en la calle Dos de Mayo y no podían llegar porque no traían paraguas, con la que caía. Don Mariano escuchó la conversación, se levantó de su mesa, tomó su paraguas y me lo ofreció, generosísimo:

-- Tome y así puede ir a recoger a sus amigos para que no se mojen.

Igual, sin que nadie se lo pida, don Mariano Bellver ha ofrecido su colección de arte a Sevilla para el disfrute de todos. Quede aquí constancia de la inmensa generosidad del tenaz coleccionista de arte, ilustre muerto de este noviembre que acaba.

 

 

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