ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  26 de marzo de 2019
                               
 

Bronca de mi vencejo

Como otros tienen su sitio en la cofradía por su número bajo, que los hicieron hermanos al bautizarlos, y su sillón de tendido en los toros, y su lugar preferido para ver el Corpus en las sillas de la calle Francos, que se ve la Giralda al fondo y compite con ella cuando llega la Custodia de Arfe: son como dos Giraldas, una de piedra, otra de plata, proclamando la Fe en Jesús Sacramentado... Como otros tienen su chalé en La Antilla, y su carné del Mercantil, y su caseta de Feria con unos amigos, y su palco de Semana Santa, y su asiento de siempre en el Villamarín o el Pizjuán, yo tengo mi vencejo. Sí, tal como suena. Mi vencejo particular. Es tan atento el hombre que después de tan largo viaje como hace todos los años para venir desde las calores más meridionales a este sueño de la primavera al que llamar solemos Sevilla, se acerca por casa, y se da dos vueltecitas, o tres, para que lo escuche, y me emocione sabiendo que ya tengo aquí a mi heraldo de los días del gozo que han de llegar. Sí, heraldo. Como el de la Cabalgata de los Reyes Magos o el bando de la carrera del Corpus, los vencejos son el más sonoro y sentimental heraldo de la primavera. Como hace muchos años que me nombraron su lírico relaciones públicas y su poético director de relaciones institucionales (cargos sin trincar, naturalmente, que no dependen de la alternancia en el poder, sino de la herencia recibida de la sensibilidad del sevillano), la llegada de los vencejos, escuchar sus quejidos tan flamenquitos a la caída de la tarde, como jipíos que preceden a un cante grande, son ya para mí tan simbólico anuncio de la primavera como los naranjos en flor o el montaje de los palcos en la Plaza.

Y este año mi vencejo, al llegar a casa para saludarme tras su largo viaje, me ha dado las quejas. Menuda bronca me ha pegado. Primero, porque al día que estamos todavía no he escrito sobre su llegada. Y después, porque este año se les ha cruzado en el camino la competencia: las golondrinas de Bécquer, con el libro "El balcón de las golondrinas" que ha publicado el escritor onubense Juan Carlos de Lara en la editorial Alfar. Lara ha descubierto la casa madrileña del balcón donde anidaban las golondrinas de Bécquer cada año y donde vivía su amada. ¡Ea, ya la jodimos con el rigor de la Historia frente a la belleza de la leyenda! Siempre sostuve que las golondrinas de Bécquer hacían sus nidos, como no podía ser menos, en la montesinesca calle de Santa Clara, bajo los balcones de la Casa de los Bucarelis. Pero si quieres arroz, golondrina. Viene el libro y tira por tierra la hermosa leyenda de aquellos nidos terrosos que aún pueden verse, y que para mí, diga el rigor de la Historia lo que afirme, son los que inspiraron a Bécquer. Y de ahí el mosqueo de mi vencejo, que ha aleteado en los cristales de la ventana del escritorio para que le abra, ha entrado, y sin dejar de dar vueltas entre los libros de la biblioteca me ha dicho, quejoso:

--Hasta un artículo les ha dedicado a estas señoritas tan poco sevillanas su compañero de Academia el profesor don Rogelio Reyes: "Las golondrinas de Bécquer". Y usted, aún habiéndonos visto y oído, no ha tenido aún el detalle de acordarse de nosotros como cada año. Pues que sepa que estamos muy mosqueados. El mosqueo sólo se compensa con lo que parece que dice el libro, que las golondrinas de Bécquer eran de Madrisssss, y no sevillanas como nosotros. Que para que usted lo sepa y se lo diga a sus lectores, ya nos hemos sacado el abono de los toros, y no como otros. Nos encantan más que las corridas de Feria, las novilladas picadas de mayo y de junio, cuando se oye a la Giralda convocar a seises y suenan los cohetes de la novena del Rocío de Triana. Y que conste también que nos hemos sacado la papeleta de sitio en el Gran Poder. Sabe usted que nuestro sitio es por el Museo, al quebrar albores, porque los que de verdad les quitamos las espinas al Señor fuimos nosotros, que somos más sevillanos que el NO8DO, y no las golondrinas de Bécquer, que está visto y demostrado que eran unas señoritas de Madrisss y les faltaba paladar para saborear estas cosas nuestras de los que usted llama los días del gozo, como este nuestro de volver a Sevilla cada año.

El vencejo: el ave que siempre vuelve a Sevilla en primavera

 

 

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