ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  7 de abril de 2019
                               
 

Cortez, conquistador

Pues en un rincón del alma se me queda la pena de no haber conocido en persona a Alberto Cortez. Y por eso queda ahora ese espacio vacío que no lo alegra ni la canción del sucusucu, sucusucu me voy a dar a mí mismo, por la ocasión perdida. Hubiera así completado mi colección de grandes mitos de la canción hispanoamericana, los que cantando versos, evocando universos, hicieron más por el acercamiento entre España y nuestra América, de un lado a otro de la mar oceana, que muchos organismos internacionales de cooperación. Hubiera así completado con Alberto Cortez la colección irrepetible que empecé con María Dolores Pradera, aquella gran señora que en su voz llevaba aromas de mixturas entre esas dos patrias que por la vía de las canciones tenemos muchos españoles, que son la nuestra y las naciones hermanas del otro lado de la mar atlántica.

Si no conocí a Alberto Cortez, sí se conocían nuestros gatos; que quizá sea mejor forma de amistad, más honda y verdadera, más independiente, que la de los hombres. Me lo dijo Pérez. Yo lo admiraba con sus castillos en el aire, con la tristeza de sus palmeras, con la vida que siempre empieza a partir de mañana, esos versos de su abuelo un día, entre melancolía y añoranza, nos fue desgranando en toda una vida dedicada a las refinadísimas canciones que al alma llegan, porque del alma salen. Y cuando publiqué "Gatos sin Fronteras" recibí una de las grandes alegrías que me dio aquel libro dedicado a Remo, el callejero que Isabel recogió desamparado bajo la lluvia. Me escribió felicitándome Alberto Cortez, que también era gatuno. Lógico y natural. Una persona con tanta sensibilidad como Alberto Cortez no podía dejar de ser cercano a esas fábricas de ternura y a esas continuas lecciones de independencia, peluditas Estatuas de la Libertad, que son nuestros gatos. Eran las vísperas de las Pascuas y Alberto Cortez, nada menos que aquel cantante que me emocionó con tantos de sus versos, de sus canciones, de sus añoranzas, de sus recuerdos, de su vida, le mandó su regalo de Navidad al gato Remo. Era una botella de "champán gatuno". Una buena porción de apetecible pienso seco felino presentado en una botella de champán, como un Moët & Chandon para peluditos. Una humorada de regalo, por su ingenio. Ponía en la etiqueta, bajo la fotografía de un hermoso gato canelita y blanco: "Cham-Cat, Crunch Nature, Reserva Especial, 0% alcohol, 100% celebración. ¡Un brindis a tu salud, querido amigo!".

Tanto me emocionó el delicadísimo regalo de Alberto Cortez que la botella de "Cham-Cat" quedó sin abrir, y el pobre Remo sin relamerse con el delicioso pienso seco que traía. No la quise abrir. Preferí conservarla, como hice, entre la impedimenta del que verdaderamente manda en esta casa, con su transportín para ir a la revisión del veterinario y sus sacos de pienso o sus cajas de latitas de delicadezas del océno. Ahora, cuando he sabido de la marcha de Alberto Cortez, he ido a ver aquella botella suya que sé que le salió de un rincón del alma. Alguien con tanta sensibilidad como Alberto Cortez a la fuerza tenía que llegarnos a lo más hondo de la emoción con sus versos. Una persona que así quería y respetaba a los gatos no podía por menos que elevar el corazón del hombre a las alturas de belleza a que lo llevó.

De modo que ahora que cuando hablan pestes del conquistador Cortés, yo me quedo con mi conquistador Cortez. Con el querido Cortez que me conquistó, al que nunca conocí más que en la hondura humana de sus canciones y en esta sensibilidad más que demostrada con la botella de "Cham-Cat" que le mandó a Remo por las Pascuas. Remo también se nos fue ya. A otro rincón del alma. Nos dejó un vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo. Como ahora me lo has dejado tú, querido Alberto Cortez, que aunque no personalmente, sí que nos conocimos en el mejor sitio: en un rincón gatuno del alma.

 

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