ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  1 de julio de 2019
                               
 

Los niños de El Trébol

Con sus babis acasacados de color celeste andaban por allí, por aquel chalé regionalista de Nervión, en la Avenida de la Cruz del Campo, no lejos de donde estaba La Ponderosa. Junto con la Escuela Francesa y pocos centros más, era de los primeros colegios mixtos de Sevilla, donde no estaban separadas las clases de niñas y niños. Era una experiencia educativa única y moderna, de lo más progresista, basada en no sé qué métodos extranjeros que aquí se desconocían. Era, como digo, un colegio infantil, pero parecía lo que había sido y seguía siendo: un chalé de Nervión. Era El Trebol, la aventura educativa que en 1968 comenzaron Curriqui Medina, Tere Almunia, Carmen Jiménez Carlés, Angelita Molina. En aquel Trébol estaban los hijos y los nietos de los mejores apellidos de Sevilla. Pueden darlos todos por citados, que no se equivocarán con ninguno.

Era lo que entonces se llamaba "un jardín de la infancia". O en su germanismo, "kindergarten". Lo que ahora se llama escuela infantil. Lo que antaño era "una miguilla", donde los niños aprendían más que a leer o hacer sus primeros palotes, a no pegarse unos a otros y a guardar las formas que habrían de guiar toda su vida. Cagoncetes y meoncetes que no levantaban dos cuartas del suelo, de tres, de cuatro años, que muy serios, como si fueran sus hermanos moyores, cogían por la mañana su "ruta", su autobús, camino de la Cruz del Campo, donde eran acogidos por unas "seños" que los conocían a todos por sus nombres, que los trataban como a hijos. Sí, Curriqui, Tere, Carmen o Angelita tenían muchos hijos adoptivos. Todos los alumnos de El Trébol, aquella maravillosa experiencia de la que tantos padres nos sentimos tan orgullosos como nuestros hijos cuando un día le decimos:

-- El otro nos encontramos con Angelita, nos dio recuerdos para ti y nos estuvo contando cosas tuyas divertidísimas del colegio. Como cuando la imitabas y decías: "Ignacio, cariño, bájate de la silla".

Fue una primera escuela de aprendizaje de vida para los antiguos alumnos de El Trébol y fue una fábrica de ternura para sus profesoras. Carito sí que era El Trébol, la verdad, pero merecìa la pena gastarse lo que fuera en que nuestros hijos fuesen tratados así, no comieran "de canasto", sino con la comida que les guisaban en el propio colegio, en sus fogones, nada de "catering" de serie, todo personalización, cuidado. Hasta mimo maternal diría yo.

Pasabas por El Trébol, tras aquellas rejas del antiguo jardín del chalé preservadas a la vista de la calle con mamparas metálicas y sabías que dentro había unas grandes señoras entregadas a su vocación de la enseñanza infantil, en un tiempo en que estas cosas no se llevaban en absoluto y donde había muchos llamados "colegios de infancia" que no eran sino almacenes de niños cuyos padres trabajaban y no podían atenderlos durante el día.

He escuchado hablar con nostalgia de sus años de El Trébol a hombres hechos y derechos, a grandes señoras. Ahora son directores generales, consejeros delegados, jefes de Marketing, catedráticos, directores de despachos de abogados, cirujanos de renombre o maravillosas abuelas de viejas familias. Y sé que a todos los invadirá esa nostalgia hoy más que nunca cuando les diga, ay, que el colegio El Trébol ha cerrado, que hoy lunes ya no abre. Y no por vacaciones, sino para siempre. Como cerraron tantas cosas de la verdadera Sevilla. Como cerró la juguetería de Cuevas donde aquellos niños de El Trébol veían los juguetes que pedían a los Reyes Magos en sus cartas. Como padre de antiguo alumno de El Trébol, os doy las gracias, Curriqui, Tere, Carmen, Angelita, por todo lo que hicisteis por la educación de nuestros hijos. Los niños de El Trébol, como las niñas del Valle o de las Irlandesas, se notan. Aquello imprimía carácter. Y perdonad, queridas "seños" del Trébol, que derrame en nombre de tantos antiguos alumnos una lágrima de nostalgia. Una lágrima en forma de trébol. De afortunado trébol de cuatro hojas en memoria de aquel tiempo tan feliz.

 

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