ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  3 de septiembre de 2019
                               
 

Alcorques vacíos

Cada vez que paso por una calle de Sevilla y veo un alcorque vacío, junto al recuerdo del árbol que había me evoca la letra de la canción del inspiradísimo Alberto Cortez: "Cuando un amigo se va/ queda un espacio vacío,/ que no lo puede llenar/ la llegada de otro amigo." Lo de los alcorques es peor todavía que la canción de Alberto Cortez. Porque aquí, cuando un amigo árbol se va, y lo talan, o lo dejan secar por falta de riego, o le echan lejía para que se seque y así el tío del bar pueda poner un velador más en la terraza, nunca esperamos la llegada de otro amigo. Sevilla, de ciudad verde, se ha vuelto capital que odia a los árboles. Según datos de la Red Ciudadana, Sevilla tiene 6.100 árboles menos que en 2015. Esto es fuerte: se han talado 6.100 árboles en los últimos cuatro años. Lo cual quiere decir que en materia de acabar con el cuadro de nuestras sombras del verano, con nuestras flores de la primavera, con nuestras líricas hojas muertas del otoño, el alcalde Juan Espadas le ha echado la pata a sus antecesores Zoido y Monteseirín, que ya es decir. Hijo, parece que elegimos alcaldes aizcolaris: campeones en cortar troncos, que habrá que considerar ya un deporte popular sevillano.

Siempre según los datos de Red Ciudadana, en Sevilla hay 135.000 árboles. ¿Muchos? Todo lo contrario. Menos de los que le corresponden. Según la OMS tiene que haber un árbol por cada 3 habitantes. Según esa norma de salubridad, en Sevilla tendría que haber 233.000 árboles. Y en su lugar hay 27.000 alcorques vacíos, esperando que alguna vez alguien se acuerde de volver a plantar allí el árbol que se cargaron. En el Urbanismo Triunfante y Políticamente Correcto, el árbol no se lleva, no está de moda. Se llevan, con o sin toldos, las "plazas duras". Tan duras como la cara de quienes las diseñan. En las que todo es suelo de pizarra gris recalentado. Y cuando plantan árboles, son escuchimizados, no los de sombra de toda la vida: el platanero que tantas calores quitó en Sevilla, la acacia, la jacaranda, el paraíso, la tipuana. Cuando plantan árboles son como los naranjos de la Avenida, que ni dan sombra ni belleza, ni lo que en Sevilla hemos entendido por un naranjo, de los se llenaron las calles en vísperas de la Exposiciòn del 1929. ¿Qué tiene que ver un árbol del Patio de los Naranjos de la Catedral o del Salvador con un naranjo de la Avenida? Hsta parecen especies distintas.

Tantos son 27.000 tocones, que hay algunos a los que conocemos de toda la vida, de pegarse la gente tropezones en ellos. Alcorques histórico-artísticos. Por ejemplo, el que hay en la Avenida, alineado con los horrorosos naranjos de marras, frente por frente a la puerta de la iglesia del Sagrario y en la esquina con Sánchez Bedoya. ¿Cuánto tiempo lleva allí ese alcorque vacío, relleno de tierra y más seco que el ojo de un tuerto? Yo creo que es ya tan clásico que hasta los turistas le hacen fotos. ¿A quién se le ocurre poner un árbol en la entrada de una calle, como atajándola? Y enmendado el error, ¿a quién no se le ocurre tapar al menos ese alcorque, que, ya digo, para los pocos vecinos que van quedando en el barrio ante el sunami de los pisos turísticos y los hoteles y hostales es ya como de la familia?

Las estadísticas de Sevilla son como la que se casó con un enano, salerito: pá jartarse de reír. Así que hay 15.024 veladores ocupando la vía pública y 27.000 alcorques esperando el santo advenimiento de un árbol, por el amor de Dios (o por Trajano). Yo tengo una fórmula para acabar con los alcorques vacíos: obligar a plantar un árbol en uno de ellos, y a ser posible lo más cerca posible de su terraza, a quien pida permiso al Ayuntamiento para sacar a la calle un velador. Con las ganas de poner más veladores que hay, acabábamos con el problema de los alcorques vacíos, y Sevilla volvería a ser la Ciudad Verde que siempre fue. Aquí mucho Verde Esperanza, y mucho Verde Andalucía, y mucho Verde Betis, pero Verde Árbol, motoeierra que te crió. La motosierra es un arma de destrucción masiva del alma de Sevilla.

 

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