ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 26 de septiembre de 2019
                               
 

De alcalde a alcaide

El Ayuntamiento tiene una máquina de hacer dinero. No es una multicopista de alta precisión para la fabricación de billetes falsos, como al sevillano conocido que pillaron el otro día haciéndolos perfectos de dólar. Tampoco es la subida de impuestos, segurísima forma de hacer dinero. Es el Alcázar. El Alcázar es al Ayuntamiento lo que la Catedral al Arzobispado. Una fuente segurísima e importantísima de ingresos por las visitas turísticas. La Iglesia tapa muchas grietas económicas y cumple muchas obras de caridad gracias a la taquilla turística de la Catedral, una mina de oro. El Ayuntamiento tiene otra mina de oro en la taquilla turística del Alcázar. Y si quieren "visibilizar" (como dicen los cretinetes) lo que les digo, vayan por allí y vean qué dos pedazos de colas, como haciéndose la competencia. Ante la Puerta del León, la cola de la taquilla del Alcázar; ante la de San Cristóbal, la de la taquilla de la Catedral.

Cuando el Ayuntamiento se dio cuenta de lo importante que es financieramente el Alcázar, quiso imitar a la Catedral. E igual que la Catedral tiene su Cabildo Metropolitano para ocuparse de todos sus asuntos, incluidos los parneses, con su deán al frente, el Ayuntamiento, ya en tiempos de Rojas Marcos, le puso al Alcázar un Patronato, que manda no un deán, sino un alcaide. Palabra preciosa, que es lástima que no se usara cuando ese cargo lo ocupaba el poeta Joaquín Romero Murube, de cuya muerte recordaremos pronto los cincuenta años. Romero Murube era conservador del Alcázar. Una contradicción más de Sevilla: el conservador más liberal que hubo en el Alcázar. Pero Romero Murube no era alcaide, arcaísmo que ahora se usa y que designaba al "encargado de la guarda y defensa de algún castillo o fortaleza" o "de la conservación y administración de algún sitio real". Parece como una errata, pero de alcaide de Alcázar han puesto a un alcalde emérito de Sevilla, que está en plena madurez de sabiduría, mesura y prudencia sin renunciar a sus ideas socialistas de los tiempos de la refundación felipista del PSOE. Fue quien hizo la famosa "foto de la tortilla". Guerra, que está en esa foto de la tortilla, decía que el que se mueve no sale en la foto. Tampoco sale el que hace esa foto. Que es el caso de Manuel del Valle, que apretó el disparador en aquella foto. Y que, como digo, cada día está mejor, sin renunciar a nada de sus ideas y principios, que los tiene, y no como otros acomodaticios. ¡Ojalá Sánchez fuese como Manuel del Valle! Que, si me apuran, está ahora mucho mejor que cuando era alcalde. Cuesta mucho menos trabajo estar de acuerdo con él. Un gran alcalde, que no han superado los que lo han sucedido. Con una gran avenida, indirectamente proporcional a su estatura física, que no a la moral e intelectual. ¡Anda que no es grande la Avenida Manuel del Valle! Más que Manuel del Valle. Larguísima. Como larguísimo es ahora en sus juicios ponderados sobre su propio partido, que no pregona para no perjudicar a sus compañeros actuales que tienen la sartén de la gobernación por el mango.

Con el alcalde Valle de alcaide del Alcázar le doy la vuelta a la tópica frase del banderillero de Belmonte. ¿Cómo se puede llegar de alcalde de Sevilla a alcaide del Alcázar? Pues madurando y derrochando sabiduría y sentido común en los asuntos de la ciudad y del partido. Lástima que la renovación del Patronato del Alcázar haya sido tan lamentable en algunos casos, con personajes como cazados a lazo, que nada tienen que ver con el monumento. Y quitando, en cambio, a quien más sabe del Alcázar: su antiguo director, el premiado aparejador José María Cabeza. Han puesto a alguno que no sabe donde está el Patio de la Montería. Y no, por ejemplo, a Rafael Manzano, a quien el Alcázar le debe casi tanto como al Rey Don Pedro. Más que para el Alcázar, parece que el nuevo Patronato está pensado para los dineros que el Ayuntamiento recauda en su taquilla. Echo de menos, por eso, a la señora Botín, la del Santander, y a Amancio Ortega, el de Zara. Hubieran quedado muy propios y no hubieran desentonado nada con algunos, ¿verdad, alcaide Manuel del Valle?

 

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