ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  3 de diciembre de 2019
                               
 

Máster en bullas

En estos días de un Adviento en el que ya nadie piensa, convertido todo en adelantadísima Navidad (pues el Niño Dios no nace hasta la Nochebuena) todos estamos haciendo un máster en bullas en el centro de Sevilla. Empetaíto, a rebosar, que no se puede dar un paso. ¿De dónde saldrá tanta gente, de qué barrios, de qué pueblos, para llenar con esta imponente bulla de Navidad el centro? En esta Sevilla tan dada a las novelerías hemos inventado la que di en llamar en su momento la "bulla sin cofradías". Parece que es Domingo de Ramos, como decía ayer mi admirado y leído Luis Carlos Peris, pero apenas es el comienzo del Puente de la Purísima, este año mucho más largo que el del Centenario.

En mi máster en bullas he llegado a la conclusión de que ha cambiado el concepto de la hispalense aglomeración de criaturitas. La bulla de antes, la clásica de toda la vida, era la gente que se congregaba para ver discurrir algo. Pongo dos ejemplos. (Aquí se explica todo, excepto lo inexplicable de que Sánchez quiera gobernar España pactando con los que desean destruirla). La bulla de antes era la aglomeración de gente para ver el discurrir algo. Por ejemplo, la bulla junto al Arco de la Macarena para ver entrar o salir a la cofradía de la Esperanza. O la bulla de la calle Asunción para ver pasar la Cabalgata. O en su víspera, la bulla en la Avenida para ver pasar a su Heraldo camino del Ayuntamiento a pedir las llaves como alguacilillo de la ilusión infantil. La bulla permanecía quieta, apretujada, arrempujándose, riñendo al que quería colarse en primera fila:

-- ¡Eh, eh, que llevamos aquí desde las tres de la tarde para que ahora venga usted el último y quiera colocarse por la cara el primero!

Ese concepto de la bulla estática y el cortejo dinámico que quiere contemplar ha cambiado. Sigue siendo en la calle y de balde, naturalmente, las dos grandes condiciones para que el Sevilla salga algo de medio bien para arriba: gratis, cueste lo que cueste. Ahora es la bulla la dinámica, la que se mueve, la que avanza a arrempujones y codazos y pisotones y porrazos en los tobillos de las puñeteras sillas de los niños chicos. La bulla ahora por la Navidad avanza y se mueve para ver cosas que están quietas. Y pondré un ejemplo, ajeno al almanaque de estos días de Adviento que llaman impropiamente Navidad: la bulla para ver escaparates y fachadas adornadas en la noche vesperal del Corpus. La calle Francos o Sierpes se ponen así de gente, cuando por allí no va a pasar cortejo alguno, cuando están quietos esos escaparates con la uva y el trigo o esas fachadas y balcones colgados. De este mismo tipo, según el máster que estoy haciendo, es la bulla de Navidad, la que pone el centro imposible para caminar. Los 8 ángeles, 8 luminosos de la NBA, los árboles de Navidad fingidos con luces, las farolas y estrellas permanecen, y es la bulla la que avanza, como puede, a paso de carreta, para contemplarlo todo y no perderse detalle:

-- ¡Esto está presssssioso!

En esto de las iluminaciones navideñas y las bullas itinerantes que congregan hay como una carrera oficial, de la parada del Metro de la Puerta Jerez a la Plaza de San Francisco, La gente va andando en el jubileo de la pestaña, dándole al ojo a todo lo que han puesto, en nuestra eterna novelería. (La que hace que todos los años, por ejemplo, tengamos que estrenar portada de Feria nueva, por muy acertada que fuese la anterior, como la del año pasado). Así que ya lo saben: hay bullas estáticas, como las de Semana Santa, y bullas dinámicas, como las de Navidad. ¿Y saben en qué se diferencian? En que en estas últimas, como la presente de Navidad, tiene éxito lo que es de balde y en la calle, ¡aunque no haya ni tambores ni cornetas!, como en las de los cortejos, cofradías y procesiones.

 

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