ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  9 de enero de 2020
                               
 

El púlpito de Carlos Ros

A Carlos Ros la Verdad lo hizo libre. E independiente. Este cura, periodista, escritor, divulgador de temas sevillanos y, sobre todo, biógrafo de santos o de los que iban que escarbaban hacia los altares y que cogían carrerilla cuando sus libros llegaban a Roma, no se callaba ante lo eclesiásticamente correcto. Era como un antisistema religioso. Lo que le trajo más de un problema y un dolor de cabeza y de alma con el Arzobispado y la Curia diocesana. Era uno de los curas que más a las claras oí hablar siempre, sin cortapisas ni temores. ¿Y su gran capacidad de trabajo? Yo no sé de dónde sacaba el tiempo Carlos Ros, hombre de su hora, cura del Concilio Vaticano II desde su ordenación, que siempre anduvo a vueltas con la Palabra en todos los medios en los que se hartó de trabajar hasta apenas dos días antes de su muerte.

Conocí a Carlos Ros en la órbita del Cura Javierre. Era redactor de un "Correo de Andalucía" aún de la Iglesia, recién traladado desde la calle Albareda a la Carretera Amarilla, donde aún estaba el retrato cerámico del Cardenal Spìnola que ahora podemos ver en la fachada posterior de la parroquia de San Lorenzo, milagrosamente salvado de los olvidos de Sevilla. Luego, cuando Javierre, en la fiebre ilusionada de los primeros brotes del andalucismo, fundó la revista "Tierras del Sur", fue su redactor-jefe. Y sin abandonar sus libros, sus queridos libros, de los que yo creo que si no son más de cincuenta, cerca le andan. Luego conocí a un Carlos Ros al servicio del Arzobispado, aquel trueno en el Palacio Arzobispal, jefe de prensa de la Oficina de los Obispos del Sur de España y director de "Iglesia de Sevilla", la revista en toda regla en que había convertido a la ñoña "Hojita Parroquial".

Y de aquellos inicios de su carrera periodística como forma de ejercicio de su sacerdocio, a sus últimos años, en que como un chaval fue el cura que, ya setentón, yo creo que mayor partido pastoral supo sacarle a las redes sociales y las nuevas tecnologías. Inventó "Mi parroquia de papel", donde cada semana distribuía a su numerosa lista de correo electrónico un sermón sobre algún asunto religioso de actualidad. Ah, y Twitter. Pocos curas le han sacado a Twitter el partido que Carlos Ros. Que ponía en la red los textos de "Mi parroquia de papel" y no se le iba asunto religioso actual que comentar, biografía de santo que glosar o noticia vaticana que adelantar. ¿Cómo desde Sevilla podía tener tan buena información de lo que pasaba en el Vaticano? Era vaticanista en Sevilla. Algo tan insólito como regante en el Sáhara.

Y sus libros, Me parece que empezó a regalarme su amistad, que me prodigó siempre, y con admiración, cuando comenté su esmerada edición de los sevillanísimos "Sermones del Loco Amaro" de los que tanto me había hablado don Manuel Halcón, pero que nunca conseguí leer en papel. Y sus mágicos libros sobre los fantasmas del Alcázar y de la Catedral. En su bibliografía hay toda una Sevilla en sus leyendas, sus personajes históricos y sus santos y canonizables: Sor Ángela de la Cruz, Madre María de la Purísima, Miguel Mañara, Dolores Márquez, Doña María Coronel, San Fernando, Sor Bárbara de la Giralda, la hija del campanero, que nació en la propia torre. Y sus dos grandes biografías de dos cardenales: su admirado Bueno Monreal y el polémico Segura antifranquista, del que se atrevió a decir lo que todos sabían y habían callado. Por no hablar de su defensa de Pío XII frente a los que lo hacían pronazi o de su ciclo de libros en torno a Santa Teresa y su mundo. Carlos Ros fue algo también sevillanísimo, como arrancado de una novela de su biografiado Muñoz y Pabón: confesor de monjitas. Pero, sobre todo Confesor de la Verdad, que lo hizo, libre, independiente, protestón, y por lo que Sevilla le pagó con su moneda de oro: la soledad y el silencio. En el cielo se habrá encontrado con los santos que biografíó y a alguno que aún no lo es, en la verdad que no se le caía de la boca, le habrá dicho: "Mira, si Carlos Ros no te hizo un libro es que ni eres santo sevillano ni eres ná"...

 

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