ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  31 de enero de 2020
                               
 

El almanaque de las Hermanas de la Cruz

Cada mes me acuerdo, porque casi la vivo, de aquella leyenda neobecqueriana, que se ha demostrado documentalmente como falsa, aunque permanecerá siempre verdadera su belleza literaria y humana. La habrán escuchado más de una vez. Cuando el Gran Poder, el que esculpió Juan de Mesa e hizo Sevilla, era trasladado en andas a una humilde parroquia más allá de Nervión donde había de presidir las Misiones Generales de 1958. Y que de pronto empezó a llover, y buscaron refugio para que el Señor no se mojara. Y llamaron a la puerta de un almacén. Desde dentro preguntaron:

-- ¿Quién es?

Y respondieron:

-- ¡El Gran Poder! --

Me acuerdo de esa leyenda tan falsa como hermosa porque cada mes suena el telefonillo del portero automático, y cuando pregunto quién es, me responden:

-- ¡Las Hermanas de la Cruz!

No fallan un mes. Vienen a recoger la ayuda que saben no les va a faltar, por la devoción y agradecimiento que tenemos en esta casa a la Compañía de Sor Ángela, en la que profesó mi tía Pepa Burgos Carmona, que era zapatera como la santa Madre Angelita, y que tomó los hábitos como Sor Patrocinio de la Cruz. Vienen cada mes las dos hermanas, "la que habla y la que permanece callada", como se dice en Sevilla de las parejas de hermanas de la Cruz que tanto respeto imponen cuando las vemos por la calle, pues sabemos que vienen de cuidar a un enfermo toda la noche. La hermana de la Cruz que viene a casa que habla siempre es la misma. Alta, delgada, de piel clara, elegantísima, que parece más una institutriz inglesa que hermana de la Cruz de la calle Alcázares.

Y cuando nunca fallan en su visita es por las Pascuas de Navidad, en que, además de la ayuda que suelo, les doy el aguinaldo que la obra de Sor Angela merece. Suelen entonces regalarme como agradecimiento el almanaque de sobremesa del año nuevo con la imagen de Santa María de la Purísima, la segunda santa de las Hermanas de la Cruz en un mismo siglo, cosa que no creo haya ocurrido en ninguna otra orden religiosa. O serán los duales sevillanos, que se dan hasta en nuestros santos: Santa Angela y Santa María de la Purísima, San Leandro y San Isidoro o Santa Justa y Rufina. Pero estas últimas Pascuas pasaban los días, llegaban las tarjetas de felicitación de Navidad y no venían las hermanas de la Cruz. Es más, empecé el año sin tener sobre el escritorio el almanaque de Santa María de la Purísima que marca mis días. Hasta la otra mañana, que sonó el telefonillo del portal, pregunté quién era, y escuché la impresionante respuesta de siempre:

-- ¡Las Hermanas de la Cruz!

Y cuando les abrí la puerta, le dije a la hermana que viene siempre a casa:

-- Esta Navidad me quedé esperándolas y no vinieron.

Y escuché lo que no me podía imaginar. Me dijo:

-- Es que no hemos podido venir porque por falta de vocaciones cada vez somos menos.

-- ¿En las Hermanas de la Cruz también?

-- Fíjese, con los tiempos que corren cada vez hay menos vocaciones.

Y me dieron el almanaque de Santa María de la Purísima, que ya tengo sobre el escritorio donde tecleo este artículo, preocupado por estos tiempos. Cuando el otro día lanzaba mi S.O.S. por los conventos sevillanos que se cierran por falta de vocaciones, nunca pensé que esta crisis pudiera llegar a las Hermanas de la Cruz. Pues estos son los tiempos. El cambio de era y de mentalidad en esta riada de laicismo me hace poner el azulejo de "hasta aquí llegó el agua" en las Hermanas de la Cruz. Con preocupación. Cuando no hay vocaciones ni para las Hermanas de la Cruz y son escasos los seminaristas, es que un cambio muy profundo se está produciendo en la católica Sevilla. Y como todo, hacia peor. Si antes había siempre que rezarle agradecidos a nuestra Sor Angela, ahora además hay que pedirle que no le falten vocaciones a su bendita Compañía de la Cruz.

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