ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  10 de febrero de 2020
                               
 

De La Noria a Fuentepiña

Estaba cerca de la famosa Recta de los Palacios. A dos pasos de la CN-IV. Por una antigua, ya en desuso, que había en aquella huerta, era conocida como "La Noria". Era lo que entonces se llamaba "un recreo" y ahora "una parcelita": la pequeña finca de campo que Joaquín Romero Murube tenía, cuidadísima, para ir allí con el escarabajo negro de su Volkswagen a pasar días de descanso, alejado de los compromisos y ajetreos de Sevilla y de sus responabilidades ante el Ayuntamiento o la Casa Civil del Jefe del Estado como conservador del Alcázar; que eso de "alcaide", aunque término antiguo, se viene usando desde ayer por la mañana como quien dice.

No sé cómo, "La Noria" vino a caer en manos de todo un caballero andaluz. En el doble y más estricto sentido de la palabra "caballero": el maestro de jinetes don Luis Ramos-Paùl (1937-2003). En mi tesis no documentada de que el caballo da buena literatura (y ahí están los libros de don Álvaro Domecq y Díez o la propia obra de don Manuel Halcón para demostrarlo), Luis Ramos-Paúl escribía divinamente. No sólo de sus saberes sobre la doma vaquera, en la que era maestro, sino sobre el campo andaluz, el toro, la marisma, el silencio de los trigales cuando están ya en granazón. Se leía su prosa y hasta se escuchaban los cencerros de los cabestros en los embarques del ganado bravo para la corrida de San Isidro. Me cupo el honor de presentar, y en Jerez nada menos, capital del caballo, el gran libro de Luis Ramos-Paùl sobre su magisterio en la doma vaquera y destaqué en mis palabras de introducción la importancia de esta literatura, tan cerca de "Las cosas del campo" de Muñoz Rojas o de la "Historia de una finca" de los Hermanos Cuevas.

Ramos-Paùl tenía "La Noria" de dulce. Una maravilla de conservación. Reluciente. Sabía perfectamente de quién había sido aquella huerta y hasta un azulejo en memoria de Romero Murube puso en aquellos terrenos donde levantó un picadero para las clases de equitación a sus numerosos alumnos. Luis Ramos conservó como nadie aquellos jardines trazados y concebidos por la propia mano de Joaquín Romero. Eran, por decirlo con una vieja comparación sevillana, como "la mitad del cuarto de los jardines del Alcázar", desde los setos de arrayán a las fuentes, los cipreses o los fustes y capiteles de columnas romanas en los breves paseos de sus jardines.

Al leer sobre el triste abandono y casi destrucción de "La Noria" murubesca, y en el cincuentenario de su muerte, me he acordado que, de la Generación del 27 a la del 98, el recreo de Joaquín Romero corre el mismo triste destino que "Fuentepiña" en Moguer, la finca de Juan Ramón Jiménez, donde está el recuerdo de Platero y el pino grande de sus poemas. Es tristísima coincidencia este futuro similar de dos fincas ligadas a dos grandísimos libros de la prosa poética andaluza. La Noria es a "Pueblo Lejano" de Romero Murube lo que Fuentepiña a "Platero y yo" de Juan Ramón: algo más que una finca, que una inscripción en el Catastro. Son parte de la mejor poesía andaluza. Que en esto de las casas ligadas a sus autores parece que tuvieran encima una maldición de los iletrados. He citado "Las cosas del campo", he citado "Platero y yo", he citado "Pueblo lejano". Pero es que cito otro libro de esa serie impagable de la andaluza prosa poética, "Ocnos", y me encuentro con que la casa natal de Luis Cernuda en la calle Acetres está en las mismas condiciones, aunque la haya finalmente comprado el Ayuntamiento y tenga para el edificio grandes proyectos culturales.

Las casas de los poetas y de los artistas, ay... La casa de Bécquer no existe en Sevilla. La que pasa por tal en la calle Conde de Barajas es la del torero Antonio Fuentes, como tantas veces ha demostrado Joaquín Caro Romero. ¿Cuántas veces hemos leído que ya mismo va a estar abierta la Casa de Murillo, sin que nunca se haya completado proyecto alguno y destinado el edificio que pasa por tal, junto a Las Teresas, a descabellados fines administrativos? O lo mejor como están los poetas y los pintores es sin casa alguna que visitar para recordarlo y honrarlo. Sí. La mejor casa de un poeta es la lectura de sus obras. Ahí está el hogar de su vida y su memoria. En cuanto a casas turísticas visitables, como el París de "Casablanca", siempre nos quedará el Hospital de la Caridad, la verdadera Casa del Venerable Miguel Mañara, que nos sigue dando el "Discurso de la Verdad".

 

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