ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  13 de julio  de 2020
                               
 

El nombre del aeropuerto

Somos únicos. Con la que tenemos en lo alto, ahora parece que en el Ayuntamiento no tienen otro problema más importante que buscarle un nombre al aeropuerto de Sevilla, cuando acaben sus obras de ampliación en 2021, después de este Infeliz Año Veinte. Ampliación que veremos a ver para qué sirve, con la crisis turística global que hay y con el recorte de vuelos por parte de todas las compañías. Que ya no vuelan ni los vencejos, porque, por no haber, ni hay novilladas de verano en la plaza de toros del Baratillo.

Yo no sé que necesidad hay de ponerle nombre al aeropuerto de Sevilla y qué tendrá que ver Velázquez con los aviones. Si hay que ponerle nombre, yo tengo también mi propuesta: lo llamaría Aeropuerto de San Pablo. Que es como se ha llamado toda la vida de Dios, en las tres terminales distintas con que lo hemos conocido. La primitiva, como colonial o de la película "Casablanca", con sus palmeras, con su bar-restaurante en un como chalé que estaba entre naranjos, exento de las mínimas instalaciones principales, que databan de 1933. No sé si verdad o leyenda, pero muy literaria, contaban que el bar-restaurante era del violonchelista Segismundo Romero, que había fundado don Manuel de Falla la Orquesta Bética y estrenado "El retablo de Maese Pedro". Aquella primitiva terminal, donde los viajeros solían llegar en el propio autobús de Iberia que salía de sus oficinas de Almirante Lobo, en el edificio Cristina esquina al Paseo Colón, dio paso a una segunda de los años 60, ya muy moderna, aunque sin "finges": a los viajeros se les esperaba en una terraza, pues bajaban del avión y atravesaban a pie la pista. Aquella terminal, que aún existe y no fue derribada, tenía unos interesantes murales cerámicos de Andrés Martínez de León de tema taurino, que no sé qué habrá sido de ellos.

Y luego, con la Expo del 92, vino el desastre de Rafael Moneo en forma de aeropuerto. El más oscuro en la tierra más luminosa del mundo. El de las impresentables llegadas y las salidas como de una mezquita. El que están ampliando y al que le quieren cambiar el nombre de San Pablo por Velázquez. ¿Mira que si le pasa como a su calle, que le ponen Veláquez pero la gente la llama Tetuán? ¿Por qué? ¿Usted ha escuchado que le llamen en Madrid "Adolfo Suárez" al aeropuerto de Barajas, y ese es el mote que le pusieron? Como nadie llama Aeropuerto Picasso al de Málaga, y tal es su nombre oficial. Es la moda: quedar bien con la Historia en la denominación de aeropuertos y estaciones. ¿Usted ha visto que alguien le diga María Zambrano a la estación del Ave de Málaga? Pues así se llama oficialmente. Hombre, la cosa tiene justificación quizá cuando hay más de un aeropuerto, como el Charles de Gaulle en París, o el Leonardo da Vincí en Roma. ¿Pero con un solo aeropuerto que tiene su propio nombre desde que lo inauguró Don Alfonso XIII en 1933, a qué vienen tales pérdidas de tiempo y meter a AENA en este lío? Y tantos olvidos. En la primera y segunda terminales de las que ha habido existía una escultura en memoria y agradecimiento a don Ildefonso Marañón Lavin, que fue quien donó los terrenos de su Cortijo San Pablo para la construcción de un aeródromo que sustituyera al que llamaron Aeropuerto Viejo en el Cortijo Hernán Cebolla, y que fue donde atracó el dirigible Graf Zeppelin en su viaje a Sevilla, tan retratado con la Giralda al fondo. Querían entonces, y mucho lo defendió el estudioso de la aeronáutica don Tomás de Martín Barbadillo, vizconde de Casa González, que Sevilla fuera "el gran Aeropuerto Terminal de Europa" para los vuelos con América. Pero volviendo a Marañón. Con el aeropuerto de Moneo se fue a tomar por saco ese recuerdo de agradecimiento a la familia Marañón por la donación de les terrenos. Así que yo, que ya le he puesto San Pablo como nombre al aeropuerto y me he dejado de tanto Velázquez, propongo al Ayuntamiento que en vez de perder el tiempo con esta chorrada restituya ese recuerdo de homenaje a aquel benéfico y altruista sevillano que fue don Ildefonso Marañón Lavín, el que compró y rehabilitó la Casa de la Moneda, el que pagó la construcción del hospital de la Cruz Roja de Capuchinos, un gran prohombre local, fundador de la Compañía Sevilla de Electricidad y mucho más tarde de Hytasa, que murió en 1948 y cuya memoria fue borrada con el caprichoso y nada velazqueño (por su falta de luz y de cielo azul) aeropuerto de Moneo para la Exposición de 1992.

 

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