ANTONIO BURGOS | ANTOLOGÍA DEL RECUADRO


ABC de Sevilla,  20 de agosto  de 2020
                               
 

La meningitis

Publicado el 24 de enero de 1981

 

"Creo que lo de la meningitis no es tan temible. Yo la tuve de niño, por eso escribo este recuadro con conocimiento de causa"

 

Lo voy a contar, porque puedo contarlo, y a ver si así nos tranquilizamos un poco, que falta hace, en vista de que los señores de Sanidad están ocupadísimos escribiendo novelas y no sueltan prenda de si hay epidemia o no hay epidemia. Lo voy a contar para rendir homenaje a un médico, ahora que ya desgraciadamente no me lo puede agradecer.

Verán. Creo que lo de la meningitis no es tan temible. Yo la tuve de niño, por eso escribo este recuadro con conocimiento de causa. Hay quien tiene meningitis y puede contarlo.

 

—¿Pero los que tienen meningitis no se quedan tontos? Pues mira cómo se quedó el joío éste, la mala uva que le salió...

 

Eso, justamente eso era lo que decía don Fernando Pellón, que fue el médico que me salvó de aquella epidemia de gripe de 1950, donde recuerdo que murieron algunos niños que también iban a Cristina, me parece que uno de ellos fue un Calvo de Mora que vivía en Ximénez Enciso... A mí me salvó Pellón, gracias a oponerse a la terapéutica entonces en boga, y cuando yo ya empezaba a pollear literariamente, sé que se enorgullecía de haberme tenido como enfermo, y con mis papeles por delante, decía en su tertulia de La Perlita:

 

—Ea, y decían que quedaban tontos... Pues éste no ha quedado tan tonto...

 

 Recuerdo muy vagamente aquellos días. Sólo recuerdo más exactamente cómo me dolía la cabeza conforme el coche en que me llevaban a la consulta de don Fernando Pellón saltaba sobre los baches adoquinados de la calle Torneo, buscando Teodosio. La consulta de don Fernando Pellón, aquella casapatio del barrio de San Vicente con sus practicantes (Horacio, Vázquez, Hipólito, Guisado...) de bata blanca, con su enfermera dominante y severa para los niños, acorchadas paredes del despacho, la sala de los rayos equis, la sonrisa paternal de don Fernando, de quien me acuerdo siempre que veo una foto de su paisano Miguel Delibes, qué vallisoletano aquél y qué forma de hacer humanidad de la Medicina:

 

—Mire usted; lo que usted tiene es un resfriado...

—Y eso, ¿cómo se quita, don Fernando?

—De ninguna forma. Pero si usted quiere, se pone en camiseta en el balcón, coge una pulmonía y entonces si puedo curarle...

 

¿Cuántos sevillanos no pasaríamos por la consulta de don Fernando Pellón? Debió ser de los últimos médicos de la vieja escuela, de la liturgia del ojo clínico. Entraba en la habitación donde tú estabas aquel día sin colegio, y nada más que traspasaba la puerta lo decía:

 

—Este niño tiene difteria...

 

¿Cuántos niños habría visto Pellón en su vida? También lo recuerdo ahora viendo la experiencia de don José Romero López, aquel mismo ojo clínico. Porque los niños de los cuarenta y los cincuenta andábamos entre Pellón y don Juan Martín Niclós, de quien algún día habré de escribir también, en la veneración que le tengo desde entonces por su testimonio político:

 

—Quitad las medallas a los niños, que a don Juan no le gusta...

 

Y los niños de derechas empezábamos a barruntar que había habido otra España mientras nuestras santas madres nos quitaban las medallas antes de que Niclós nos viera por los rayos equis... Qué médicos, qué Sevilla, qué meningitis aquella del 1950. Algunos quedamos para contarlo ahora y para que vean que tan tontos no salimos, métannos un dedo en la boca del recuadro, y verán... Creo que ahora habrá otros pellones que estén salvando niños... Ojalá dentro de treinta años haya quien pueda hacerles entonces el homenaje que se están ganando ahora, porque hay muchos que están dando la cara, por más que calle Sanidad.

 

 

  

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