ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  23 de septiembre  de 2020
                               
 

El lenguaje de la mascarilla

Venían en algunos libros de lo que antes se llamaba Urbanidad y se estudiaba en los colegios como ahora Educación para la Ciudadanía. Venían dos lenguajes no verbales que han desaparecido completamente, y que supongo que muy pocos los saben interpretar ya: el lenguaje de la tarjeta de visita y el lenguaje del abanico.

La tarjeta de visita, que ahora, como los japoneses suelen, te da todo aquel ejecutivo a quien te acaban de presentar, podía decir mucho, de todo, sin escribir en ella ni una sola palabra, sólo doblándola. Según los dobleces que le hicieras a tu tarjeta de visita, podías desde dar un pésame a retar en duelo a quien que te había ofendido. Todo el mundo conocía el lenguaje iniciático de estos dobleces en las tarjetas, y nadie se equivocaba. No había peligro de que retaras en duelo a primera sangre a aquel amigo a quien se le había muerto el padre y querías dar el pésame. Y estaba el lenguaje, más bien de juegos amorosos, del abanico, según la dama lo cerraba o lo abría, se lo colocaba bajo los ojos o extendía sólo a medias su varillaje y su país. También toda la sociedad conocía este desaparecido lenguaje picarón y a veces satirón del abanico, con el que una dama hasta podía insinuarte el tú me comprendes...

Lejanos ya aquellos tiempos, he descubierto que tenemos en nuestros días, con la desgracia deprimente del dichoso virus, un nuevo lenguaje. Que no sirve para comunicar nada, ni para retar en duelo ni para trajinar a una dama, sino para retratarse ante los demás: yo lo llamaría el lenguaje de la mascarilla. Dime qué mascarilla usas y como te la pones y te diré quién eres. Todos nos autorretratamos con el lenguaje de la mascarilla, sin saberlo, sin haberlo leído en libro especializado alguno e incluso sin que te digan lo habitual de: "Eso viene el Internet, búscalo, verás como te lo explican".

Los que más se autorretratan con la mascarilla son los que cometen el delito contra la salud pública de no ponérsela e irse a hacer botellona, sin guardar distancias de precaución ni nada. Luego están los sabiondos en mascarillas, los que te explican las diferencias que existen entre la FFP2 y la FFP3, así como las ventajas e inconvenientes de cualquiera de ellas. Son las blancas mascarillas que nos ponen a todos, con su forma, cara de pato de estanque. Los que la usan demuestran que saben tela de mascarillas; los que te hablan de las "mascarillas egoístas", que te protegen a ti pero no impiden que tus virus, si los tienes, se lo pegues a los demás. Tú ves a un señor con una blanca mascarilla pico de pato de las FFP ("Filtering Face Piece"), y te dices: "Este tío sabe". Y luego estamos la inmensa mayoría de los que usamos la celeste y para nosotros celestial mascarilla quirúrgica, que no te hace respirar tanto tu propio anhídrido carbónico como las blancas FFP. Los de las mascarillas quirúrgicas somos mayoría, y llevo observado que de una estricta fidelidad en su uso digna de que nunca nos coja el bicho malo.

Pero como somos imaginativos como nadie, cada vez se ve más gente con mascarillas de tela, de diseño, con el escudo de su equipo de fútbol, el nombre del establecimiento donde trabajan con ella puesta toda la jornada laboral, de propaganda, con signos partidistas, con dibujos infantiles, o incluso como carnavalescas, que te ponen media cara de tigre, para asustar al virus será; más bien máscaras que mascarillas. Pero nada como la mascarilla negra de tela, solemne, como de etiqueta. Y ahí sí que hay lenguaje: en las serias mascarillas negras con la bandera de España. Si la bandera de España la llevas en el lado derecho, eres del PP, de Cs o de Vox. Y si la llevas en el izquierdo, del PSOE. Hasta las mascarillas están politizadas en esta hecatombre donde tantas veces nos llevan a la ruina los políticos y no los expertos.

 

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