ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  1 de mayo  de 2021
                               
 

N.H.D. Juan Joya Borja

Mucho se ha escrito de la muerte de El Risitas, cuñaaaaaao, un juguete roto de esta sociedad que fabrica sueños de la razón y los hace famosos en televisión el tiempo que les interese y dejen dinero, y los aparta luego al largo rincón del olvido. Pero yo no quiero escribir de El Risitas, sino de la sevillanísima institución que lo acogió en su asilo de la calle Temprado, en las viejas Atarazanas alfonsíes, cuando ya el mundo no le reía las gracias y se había olvidado de él: de la Hermandad de la Santa Caridad. En La Caridad no ha muerto El Risitas, sino un respetable asilado atendido, cuidado y mimado como todos los que allí han acabado sus días. En La Caridad ha muerto nuestro asilado don Juan Joya Borja, habrá puesto en los mensajes que envían cuando se produce el fallecimiento de un acogido en la institución o un miembro de la hermandad, antes en una cédula con el "vuesa merced" por delante, ahora en un aviso por los teléfonos móviles.

LOS rosales que plantó el Venerable Don Miguel Mañara en el patio de su Hospital de la Caridad tienen espinas. Las espinas que producen las heridas del tiempo, del fracaso, del abandono, de la enfermedad, de la mala suerte. Así son todos los abandonados por la fortuna y por la vida que llegan como asilados a esta más que meritoria y centenaria institución. Así hieren menos esas espinas de la vida que los hermanos de La Caridad mitigan con su presencia, con su trabajo, con su ayuda, su asistencia. Ir a echar la tarde jugando al parchís con ellos o dándole charlita a uno que quiso ser torero es una obra de misericordia cuyo significado sólo comprenden los hermanos de la Caridad. Allí han llegado como asilados, desamparados, rotos, desahuciados por la vida y por la fortuna, antiguos alumnos de los mejores colegios de Sevilla, que fueron en su día millonarios que llegaron a tener cuadras de caballos de carreras en París y que los abandonó la suerte hasta la más absoluta de las miserias. Allí han llegado como asilados los que un día fueron figuras del cante y del espectáculo y que con las vueltas de la vida y sus espinas se vieron desamparados y solos. Allí ha estado como asilado algún título del Reino que hasta tuvo casa-palacio en Sevilla. El benemérito Hospital de la Caridad es como un rompeolas de las desgracias y adversidades de la vida, cuyos náufragos encuentran en el asilo de la calle Temprado («Domus pauperum scala Coeli») cariño, acogida, bienestar. Todo lo que la vida, en su final, les negó. Podría hablar de cantaores famosos, de grandes protagonistas de las que fueron las fiestas de la noche sevillana, donde alternaban con lo mejor de una sociedad que los mimaba y animaba. Y hoy debo decir adiós al último acogido famoso que llegó al Hospital y estaba allí encantado y atendido en su enfermedad: El Risitas. ¿Juguete roto? Pues sí: la Caridad es un inmenso escaparate de juguetes rotos, olvidados y arruinados. El Risitas, con lo mucho que fue en televisión, cuñaaaaaaaaaao, con su compadre «El Peíto», es ahora otro ejemplo de la gran obra de la Caridad. No ha sido El Risitas, enfermo y con una pierna amputada. Ha muerto nuestro hermano don Juan José Borja.

 

 

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