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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  7 de junio  de 2021
                               
 

Hombre de Piedra

Ha pasado para muchos inadvertido el nombre de la calle de la modesta casa en la que el arzobispo emérito, don Juan José Asenjo, permanecerá siendo vecino de Sevilla: Hombre de Piedra. Nombre legendario, historia pura de la ciudad, tan nuestro y poético como Cabeza del Rey Don Pedro. Une la calle Santa Clara con Jesús del Gran Poder y se llama así por un "hombre de piedra" embutido al nivel de la calle en los muros de una de las casas. El "hombre de piedra" no es tal, sino el torso de una estatua romana, sin cabeza ni extremidades, y su historia es de tal belleza que merece que no vengan los historiadores con sus negaciones de las leyendas, en este caso la procedencia de la escultura, que pertenecía a unas termas llamadas "Baños de la Estatua".

El nombre de la calle Hombre de Piedra está directamente relacionado con la devoción de Sevilla por el Santísimo Sacramento. La calle se llamó desde el siglo XIII al XV del Buen Rostro, pero se cambió en tiempos del Rey Don Juan II. Una lápida que existe en la esquina del Salvador con la calle Villegas, al pie de la llamada Cruz de las Culebras, nos pone en la pista de la historia legendaria de nuestro Hombre de Piedra. Dice así esa lápida: "El rey i toda persona que topare el Santísimo Sacramento se apee, aunque sea en el lodo so pena de 600 maravedises según la loable costumbre desta ciudad, o que pierda la cabalgadura, y si fuere moro de catorce años arriba que hinque las rodillas o que pierda todo lo que llevare vestido."

Y aquí entra la preciosa historia, que tomo de "Leyendas de Sevilla": "Vista así, la reverencia con que se miraba al Santísimo Sacramento, volvamos a San Lorenzo, en cuya calle Buen Rostro había una taberna, allá por el siglo XV. Y sucedió que se encontraban en la taberna varios compadres, bebiendo vino, cuando se oyó venir desde la parroquia de San Lorenzo el tintineo de una campanilla acompañada de un susurro de rezos. Se asomaron los compadres a la puerta de la taberna, y vieron aparecer, en el comienzo de la calle, un reducido grupo de personas con velas y faroles, que iban acompañando al párroco, el cual portaba en las manos y apretada contra su pecho la cajita del Viático para dar la última comunión a un enfermo. Al ver aproximarse la comitiva, los compadres de la taberna, aunque eran gentes poco religiosas, interrumpieron sus conversaciones y se aprestaron a arrodillarse mientras pasaba el Sacramento. Pero uno de ellos, llamado Mateo el Rubio, que se tenía por valiente y era el matón del barrio, haciendo alarde de incredulidad para demostrar su temple ente los otros, dijo en voz alta: "Ea, hatajo de gallinas, que os arrodilláis como mujeres. Ahora veréis un hombre tener. Y no me arrodillaré, sino que me quedaré de pie para siempre". Y en efecto permaneció allí para siempre, pues un trueno ensordecedor estalló sobre la calle, y sobre el impío cayó un rayo que lo convirtió en piedra, hundiéndole hasta las rodillas en el suelo. Allí permanece desde hace más de cinco siglos el pecador blasfemo que se atrevió a desafiar el poder de Dios."

 

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