ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  1 de julio  de 2021
                               
 

Sevilla, ciudad sucia

Inmediatamente tras el paro, la suciedad es el principal problema que encuentran los sevillanos. Sobre todo, en cuanto te alejas de la Plaza Nueva y de los alrededores del Ayuntamiento, donde para que los concejales, al entrar y salir, vean aquello como los chorros del oro, se crean que toda Sevilla está así. Pero vas dos pasos más allá, hacia Méndez Núñez, hacia Entrecárceles, hacia Fernández y González, y te encuentra lo mismo que en Sevilla toda: mugre.

Por falta de máquinas barredoras en el centro no será. No he visto ciudad donde por las calles del centro haya más barredoras, de las que van anunciando su llegada con un pitido intermitente para que te enteres que Lipasam, como el manisero, ya llegó. Pero por muchas vueltas que den las propagandísticas máquinas barredoras, en esas mismas calles del centro te encuentras con el signo más repugnante de la suciedad y la guarrería: las papeleras llenas a rebosar, desparramando sus basuras por el suelo porque no caben más y la gente las tira al lado. Como junto a los contenedores dejan los muebles viejos, los colchones desvencijados, las sillas rotas, sin avisar al servicio municipal de recogida que te dicen el día y la hora que has de bajar a la calle lo que quieres tirar. Bueno, sí, hay un servicio de recogida de basura de lo que deja la gente junto a los contenedores: los chatarreros de los barrios marginales o de la inmigración ilegal, que con un carrito de supermercado robado se dedican a recoger todo lo que tenga metal y pueda ser vendido al peso. Hagan la prueba: dejen como a las 9 de la noche junto al contenedor de basura más cercano a su casa cualquier trasto viejo que sea de metal, un electrodoméstico roto, y verán lo que tarda en desaparecer. Un chatarrero rumano o de Las Tres Mil se las ha olido, ha venido con su robado carrito de supermercado y se lo ha llevado en un periquete camino de su reventa en algún polígono industrial.

Entre los títulos apócrifos que le solemos poner a Sevilla, no le vendría mal en este tiempo añadirle el de "Muy Sucia Ciudad". La gente, además, compara la suciedad con los alcaldes. Verbigracia:

-- Con Soledad Becerril sí que estaba Sevilla limpia.

-- Pues con este alcalde no puede estar más sucia.

Basura llama a basura. Tú vas por una calle limpia, tienes un papel que tirar, y lo llevas en la mano hasta que te encuentras una papelera. Pero vas por una calle-estercolero, que las hay a manojitos, y tiras el papel en cualquier parte, ¿uno más, qué importa? Por ejemplo, en los macetones que antiguamente tenían arbustos y los regaban y ahora son como anexos de las papeleras. O en los alcorques de los árboles, donde te encuentras todas las latas de refrescos y botellas vacías pensables. ¿Es sucio el sevillano? Pues sí. Pero si lo animan con las calles sucias se vuelve hasta guarro. Al contrario que en Europa, donde las calles están como los chorros del oro y las casas, guarrindongas. El sevillano tiene su casa reluciente y las calles, que ya ven. Como para que cada uno llevara tras de sí un empleado de Lipasam con una escoba.

 

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