ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  28 de octubre  de 2021
                               
 

Una gran señora de Jerez

Siempre me recordó a Lauren Bacall. Mercedes Domecq Ybarra, más que una gran señora de Jerez, parecía una veterana actriz de Hollywood que recibiera un Oscar. Guapa hasta decir basta, tenía una belleza antigua y juvenil, como de Reina de las Fiestas de la Vendimia. Ni los años ni la enfermedad que se la ha llevado, contra la que luchó como una jabata de Madrid a Estados Unidos, hicieron mella en esa belleza. Y muchísimo menos en su estilo, su elegancia, su personalidad, su carácter: fuerte cuando hacía falta, delicado cuando se terciaba. Mercedes Domecq, que siempre estaba en su sitio, sabía poner a cada cual en el suyo con aquellas sus palabras:

-- Oye, guapo...

En aquel irrepetible rinconcito de la barrera del 7, donde estaban abonados los Peralta, y Paco Gandía, y Ángel Casal, Mercedes tenía su privilegiada primera fila de barrera junto a la puerta de arrastre. Roto el paseíllo y antes de que sonará el tararí de la salida del primer toro, siempre había un mozo de espadas que llegaba con un capote de paseo y se lo ponía sobre la ladrillería. No faltaba nunca Mercedes a los toros en Sevilla, pero sin presumir de ser ganadera de bravo y esposa y madre y rejoneadores. Ella iba su hijo Ivan, con su hija Sol o con Fermincito. O la acompañaba Álvaro Montes, cuando era un muchacho muy ligado a su casa que quería ser torero y que pasó luego al gran banderillero de la cuadrilla de El Juli. Otro protegido de Mercedes, a quien en sus comienzos lo tuvo como un hijo en los inviernos de "Fuente Rey" o "La Peñuela", sus dominios de campo jerezano, toros y caballos de la yeguada familiar de su padre.

Se habla mucho del tópico del señorito de Jerez pero no se ha hecho el elogio de las grandes señoras de Jerez, a la cabeza de las cuales estaba Mercedes. Trabajadora como la que más, cuando puso como una hospedería con encanto en Fuente Rey, se levantaba al alba para preparar el desayuno para los pilotos y mecánicos del Gran Premio de Motos de Jerez que se disputaba en el Circuito y que se alojaban en su finca. De lo cual nunca presumía. Ni de llevar las cosas que llevaba adelante, entre ellas una que me confesaba con su sonrisa de sabiduría en aquel rinconcito del 7:-

-- Tú te ríes mucho con sus cosas, pero mi mérito principal es aguantar a Fermín Bohórquez.

Con el que moría. Esta gran señora cuando estaba guapa de verdad no era cuando lucía grandes galas para una boda o una ceremonia, sino con pantalones vaqueros, gorra campera y atuendo de campo. Sí, como una inglesa en su castillo. Mercedes Domecq era de ese Jerez interior que siempre he intuido. ¿Se dice "jerezanía"? Mercedes la derrochaba con la cofradía de su Señor de las Penas, de la que Fermín fue hermano mayor y ella camerera. O preparando en su casa una berza gitana y trayéndose para hacerla a los flamencos del barrio de Santiago, como la última vez que tuve el honor de que me invitara, ya muerto Fermín, como una matriarca del señorío y de la armonía de la belleza.

 

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