ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 14 de febrero  de 2022
                               
 

El segundo monumento al Pali

Siempre he mantenido que el mejor monumento de Sevilla, más que la Catedral o la Giralda, es la ciudad misma: su conjunto arquitectónico, el ambiente de sus calles, su luz, su crisol de culturas y civilizaciones, sus costumbres, sus ritos, el carácter abierto de sus gentes. Sus cielos. Sus recuerdos. Sus olvidos, ay, sus olvidos: "Donde habite el olvido". Y siempre ha mantenido que a Sevilla le sobran estatuas a modo de monumentos dedicados a personajes que lo merecieron por su labor en favor de Sevilla o por su obra artística o civil. Estamos llenando Sevilla de monumentos a personajes que nos dicen mucho en el presente pero que quizá, pasado el tiempo, no signifiquen nada para las generaciones venideras. Por eso no me habrán visto nunca mucho entusiasmo por la loable iniciativa de un grupo de sevillanos que hace muchos años lucha porque se le haga un monumento público a la memoria de Francisco Palacios "El Pali", a quien me llamaba "padrino" y yo "ahijado", porque, desntro de nuestro barrio del Postigo, lo saqué de pila como "El Trovador de Sevilla". Pocas ciudades han tenido un cantor como Francisco Palacios con las músicas de Pernía, que recordaban viejas tonadas de Leal de Camas, clásicas donde las haya, nuestras, por las que no pasa el tiempo y que han sobrevivido a todas las modas de las sevillanas. Es toda una ciudad, "que viva la Sevilla del Cuarenta", a la que mi ahijado El Pali puso su voz, con inspiración, con ingenio, con gracias. Tanta, es que es famosa su frase, en estos tiempos de amenazas de la paz: "Lo que hace falta son más pavías y menos misiles".

He mantenido que el mejor monumento al Pali es la memoria de sus coplas, que nos han quedado en el recuerdo, quizá sólo versos sueltos, como trozos de romances viejos en la ciudad antigua. En este monumento sonoro de la memoria del Pali ya no pasan cigarreras por la calle San Fernando; y vamos a Las Lumbreras por bacalao; y Malena mía, que tiene un puestecillo que venden chucherías para los chiquillos, se da una vueltecita por bulerías; y, madre, no me riñas más por salir de costalero; y de quién es esa cuadrilla que tiene arte con gracia; y Sevilla tuvo una niña que le llamaron Triana... O su definitivo y emocionante epitafio cantado: "El día que yo me muera / que no me llore Sevilla, / ni mi madre ni mi niño / ni el resto de mi familia. Sólo le pido a mi Dios / de que no repique a duelo / la torre de la Giralda / y tapen mi cuerpo frío / con mi bandera de España."

Como el que la sigue la consigue, por fin El Pali va a tener su monumento, y en su barrio baratillero del Arenal, en la postura tan recia con que veía pasar la vida desde la puerta de su casa en la calle Tomás de Ybarra, empernacado en una silla, como un observatorio de nostalgias. Va tener el monumento quien que los Martes Santo así veía pasar al Cristo de la Buena Muerte por su casa. El Pali de nuestra memoria y de nuestro barrio estará empernacado en bronce en su silla en la plaza de Indalecio Prieto, delante de Hacienda, al final de su calle de la Aduana. Y digo yo: ya que le ponemos el monumento al Pali, ¿por qué no le quitamos a esa plaza del nombre de Indalecio Prieto, que ni vio pasar las cigarreras por la calle San Fernando ni nada?

 

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