ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 19 de abril  de 2022
                               
 

La Feria no tiene azahar

Qué distintas las vísperas de Feria a las de Semana Santa. En las de Semana Santa, todo es nostalgia, impaciencia, recuerdos, ganas de que pasen los días. Se busca el primer brote de azahar como se disfruta luego del primer nazareno, y se adivinan los signos con que Sevilla va demostrando que se prepara para la fiesta grande. En cambio en la Feria no hay esos sentimientos vesperales: no tiene azahar, no tiene olor a incienso, y aunque hay muchos comercios con trajes de flamenca colgados en la puerta o destacados en sus escaparates, no tienen ese carácter sentimental y evocador de los capirotes de la Alcaicería.

Las dualidades de Sevilla siempre, claro. Hasta que oigamos los primeros cascabeles de un coche de caballos enganchado que acaba de llegar del campo no tendremos estos sentimientos de vísperas de la Feria. Sí, vas por la calle Asunción y ves en la línea de horizonte la portada que se está terminando de levantar. Pero hay que contemplar estas vísperas desde ahí, desde la distancia de los recuerdos y los presentimientos. No se acerquen a lo que habrá de ser el tópico del "ascua de luz". El montaje de las casetas en el Real de la Feria es de lo más feo que se despacha en Sevilla. No he visto cosa más horrenda que el esqueleto de las casetas y que esas trastiendas sin cubrir, todo desorden, un caos de hierros y tableros, que hasta molesta a la vista. Es impensable que de tanta fealdad surja luego la belleza de las casetas adornadas perfectamente, con los cortinajes y los espejos y cuadros, de los muebles del llamado "estilo sevillano" llenando un espacio lleno de armonía. No hay nada más hermoso que un paso armándose ni más horroroso que el montaje de las casetas en la Feria. Hasta las que habrán de ser luces mágicas de las noches de clavel y amistad aparecen como tendidos eléctricos agrarios, como alimentación de una granja o un cobertizo de cortijo.

Viendo el montaje de la Feria no se imagina uno cómo la ciudad, desde este caótico horror, puede luego levantar esa armonía perfecta del Real. ¿Que faltan los sevillanos que son los que hacen la Feria, que los que están ahora son los carpinteros y los fontaneros y los electricistas? No, no es así. También estos oficios preparan la Semana Santa y no por eso la ciudad aparece tan fea, sino todo lo contrario, que lo que no se va en añoranzas se va en esperanzas. Una trastienda es ya fea de por sí, como una caseta vista desde detrás, y basta con pasar por la Avenida de San Juan Pablo II, la que lleva a Tablada, para comprobarlo. Pero en estos días de montaje todo es como una trasera de caseta vista desde atrás, del que sólo se salva el arte de las pañoletas ya colocadas, o la belleza tan simple del listado, verde o rojo, de las lonas.

¿Un milagro? Pues abiertamente sí. Si se dan un paseo por el montaje de la Feria podrán comprobarlo, la capacidad de hacer belleza con lo más increíble que tiene esta puñetera ciudad nuestra. Cuando nos demos cuenta, cuando escuchemos los primeros palillos, los primeros cascabeles, no nos creeremos que ese prodigio de belleza surgió de este horror de fealdad.

 

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