ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  30 de mayo  de 2022
                               
 

Evocación de La Raza

Ojalá el Ayuntamiento tuviera con el cuidado, conservación y protección del Parque, objetivo habitual de abandono y de ataques de vandalismo, el mismo celo que ha demostrado con la revisión de las concesiones administrativas de los simpáticos bares y restaurantes de su recinto, con tanto sabor de época, todos los cuales van a cambiar al tener que dejarlos sus antiguos hosteleros. En los restaurantes y bares del Parque, todo ha cambiado. El Bar Citröen, cerrado durante un tiempo, pasará a otra empresa y dejará de ser aquel simpático bar sin pretensiones que en la Exposición de 1929 había sido pabellón de esa marca francesa de automóviles. También cambia de dueño y quizá de orientación comercial El Líbano, el romántico bar que antaño se convertía en una especie de parrilla veraniega, con música en vivo en un tablao que formaban las esculturas de las antiguas Delicias de Arjona y donde cantaron Machín o José Luis y Su Guitarra. Y es raro que no haya salido a concurso el antiguo Bar Manolo, que luego fue Luna Park y que alquiló Jesús Quintero para derribarlo y levantar a su costa sobre suelo municipal un capricho de arquitectura y de hostelería llamado Montpensier, en el que se gastó un dineral, ahora lamentablemente en ruina, abandono y saqueo.

Pero de todos los bares y restaurantes del Parque que cambian de empresa y quizá de orientación tras las clavijas apretadas por el Ayuntamiento para las condiciones económicas de su explotación, ninguno nos llega tanto a los rincones de la memoria como La Raza. Aparte de lo turbio del asunto en cuanto venganza por ser sus antiguos hosteleros los que tuvieron en 2009 el valor de destapar el escándalo del Caso Mercasevilla, origen del descubrimiento de la corrupción de los ERE. Desde 1954, La Raza era un restaurante en un sitio único, a la entrada del Parque, junto a los versos de la "Salutación del optimista" de Rubén Darío que desde la estela diseñada por Santiago Martínez le daba nombre al simpático y familiar restaurante: "Ínclitas razas ubérrimas". Eso es lo que evocamos ahora con más nostalgia de La Raza: un restaurante familiar. El que todos los domingos reunía a familias que se reunían semanalmente a almorzar en torno a la figura de los abuelos o de los padres. Era un restaurante de recuerdos de desayunos de primera comunión, de trajes de marinero y de limosneras de los vestidos como de pequeñas novias de las niñas. La Raza era algo entrañable por estos recuerdos. ¿Qué boda no se celebró allí, qué amigo no nos invitó a unas copas en su cumpleaños redondo de los 50 o los 60? Con su sobria decoración, prima de la de su fraternal Hostería del Prado, llegábamos a La Raza como a un lugar conocido y nuestro. Tras haber tomado unas copas quizá en la terraza, que tenía los muebles de hierro pintados de blanco yo creo que fundacionales de 1954. ¿Y el Domingo de Ramos? ¿Quién no quedó a almorzar en La Raza para esperar que llegara La Paz por el Parque? A todas estas nostalgias, el Ayuntamiento les ha puesto precio desorbitado: un canon anual de 610.999 euros. Echen las cuentas, ¿a cuánto les va a salir el alquiler diario a los paniaguados beneficiados? Así no me extraña que tengamos, ay, que añadir La Raza a la lista dolorosa de la Sevilla que se nos fue para siempre.

 

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