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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 7 de junio  de 2022
                               
 

El taller del Maestro Ávila

Entrabas en su sastrería de la calle Sauceda y era como si llegaras a otro tiempo y a otra ciudad. A Londres mismo, a los bajos de Saville Road, donde el arte sartorial tiene su templo. Y con su sonrisa, en mangas de camisa como es norma en el Real Cuerpo de Maestros Alfayates de Sevilla, te recibía Fernando Rodríguez Ávila (1936-2019) con el amarillo metro al cuello, Toisón de Oro de los sastres. Era artista más que artesano de la aguja y del jaboncillo, de la tijera y del alfiletero en la muñeca ante los tres espejos de su probador. A través de esos espejos de su probador entrabas en otro tiempo, pausado, sin prisas; el mundo del buen gusto, un conservatorio de tradiciones. Como todos los probadores de los sastres, el de Fernando tenía mucho de confesionario. A media Sevilla, junto a la reproducción de la Virgen de los Reyes titular de la Real Hermandad del Gremio, le escuchó allí secretos que nunca de su boca salieron.

Oficio. Ay, el oficio, el amor por la obra bien hecha y mejor terminada. Descoser una manga en la primera prueba y volverla a coser para que no te hiciera aquella traicionera arruga, que ya había desaparecido en la segunda. Y en una tercera prueba si se terciaba hasta que quedara perfecto. Y era clásico en la perfección de su oficio. No, no se podía hacer mejor un traje que los que cortaba Fernando Ávila, último de Filipinas frente a la confección industrial de Ermenegildo Zegna o Emidio Tucci. El regusto por la artesanía, el culto a la aguja a mano. Y como el "...y Sevilla" de Manuel Machado, "...y sus chaqués". Hacía las prendas de talle, como decían los sastres antiguos, mejor cortadas de España. Las prendas más desusadas las cortaba y cosía Ávila con arte antiguo: la toga y la muceta del Rey Hussein para su investidura como doctor "honoris causa"; los uniformes de gala de los maestrantes; las libreas de los servidores de las cofradías serias, como la suya del Cristo de Burgos de su barrio de San Pedro, tan cerca del Colegio San Francisco de Paula, de donde su padre lo sacó a los 16 años, para que continuara el oficio de una saga de cinco generaciones de sastres, que arrancó en Avilés en 1865 y que continuó en La Habana. Donde su padre conoció a su madre, a Ofelia Ávila, con la que se vino a Sevilla para quedar aquí definitivamente.

Cuando el Maestro Ávila murió en 2019, quedó en el silencio de su cerrado taller de Sauceda el tesoro de un viejo oficio artístico en trance de pérdida: el triple espejo del probador, la casi sacramental mesa para el corte del paño de las prendas sobre una geometría artística trazada por el jaboncillo, las tijeras, el cartabón, la regla, el alfiletero de las pruebas. Nada de eso se ha perdido. En una sala del Museo de Artes y Costumbres Populares del Pabellón Mudéjar ha sido reconstruido el taller de sastre del Maestro Ávila. Allí está todo ese viejo mundo de la ya casi desaparecida sastrería a medida sevillana. La que viene de don Juan Cruz, el sastre de la Corte de los Montpensier, y continuó con don Adolfo Major, Cerezal, Millán Delgado, Rivera, O'Kean, Haldón. Gracias a la sensibilidad de sus hijos, el taller del Maestro Avila quedará como lo que era su arte: como una pieza de museo.

MÁS SOBRE FERNANDO AVILA:

El Recuadro: "Un taller en Sauceda"

El Recuadro: "Medalla a un sastre"

El Recuadro: "Aguja de oro para el Maestro Ávila"

Los últimos maestros sastres de Sevilla

 "El taller de la elegancia", en "La sastrería" de Carlos Navarro Antolín

 

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