ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  25 de octubre  de 2022
                               
 

Sevillanos sin humos

Están muy ufanos los ecologistas, porque poco a poco estamos haciendo de Sevilla una ciudad sin humos, entre otras cosas por la auténtica y casi inquisitorial persecución al coche. Sevilla, sí, va poco a poco siendo una ciudad sin humos, porque hace ya muchos años, decenios, se quedó sin chimeneas. Una ciudad sin industrias es una ciudad sin humos. En los cielos que perdimos, aquellas magníficas chimeneas de ladrillo dieron paso a las grúas de obras. Fue un cambio de modelo económico: de ciudad industrial y agrícola, a terciario centro de servicios. Pero los humos que ponen ahora más contentos son los que prohíben del fumeque del tabaco. El Ayuntamiento ha decidido declarar al Parque de María Luisa y a la Plaza de España espacio libre de humos. Estará prohibido fumar en ellos, haciendo suya la propuesta de la Asociación Española Contra el Cáncer para "contribuir a la reducción de los efectos del tabaquismo". De ahí hay un paso a que prohiban fumar en las terrazas de los bares con las que los hosteleros se libraron de los efectos de la Ley Antitabaco.

El Parque y de la Plaza de España sin humos no me parecen ni bien ni mal, sino todo lo contrario. Los fumadores son casi tan perseguidos como los automovilistas. ¿Dónde van a poder fumar? Dentro de nada habrá, al modo de la Policía de la Moral iraní, una Policía Contra el Humo, que multará al que haya salido al balcón de su casa para echar un cigarrito y nada digo del puro habano en los toros o del farias en el Gol Sur.

Ya puestos, deberían ir contra abolutamente todos los humos. Porque en Sevilla, aparte del que no quiere aspirar el tabaco del vecino, padecemos otros humos contra los que nadie toma medidas. Incluso caen bien. Son los sevillanos que se dan humos. ¡Vienen algunos con unos humos, sin ser nadie! A muchos sevillanos se les han subido los humos a la cabeza, y nadie se los prohibe ni pone en su sitio. Se envanecen, se ensoberbecen, presumen de lo que no son ni pueden ser. Estos sí que son dañinos: los humos que se dan algunos sevillanos que te perdonan la vida, que se creen más que nadie. Y el caso es que el sevillano con humos, con humos de grandeza, con humos de riqueza, sin ser nada, estando tieso, es socialmente aceptado y celebrado, aunque sea tan retardatario. Nos falta la Sevilla sin tíos que se dan humos, porque produzcan rechazo. Los fingimientos tienen aquí su asiento reservado y preferente, y estamos hartos de comprobar el éxito social y la adulación al sevillano soberbio y envanecido que te encuentras en todas partes, que no falta en ningún lado, imprescindible en las galerías de fotos de los actos sociales.

--¡Pues anda que no conozco yo a cantidad de sevillanos de los que usted dice!

Estaba por dar nombres, pero usted los está evocando mejor. Y no son modestos sevillanos de Los Humeros, el barrio donde ahumaban el pescado que llevaba de alimentación la Flota de Indias. Allí al final de Los Humeros, en la Piedra Llorosa, García de Vinuesa dijo lo de "¡Pobre ciudad, pobre ciudad!". Habrá que repetir sus palabras: pobre ciudad donde tanto pintan la mona y tanto éxito tienen los sevillanos que se dan esos humos y por culpa de los cuales estamos como estamos...

 

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