QUERIDO
compadre: cómo pasa el tiempo, un año ya... Un año ya que
nos falta usted, compadre, que echamos de menos la verdad de
sus dudas, aquel su no tomarse nada a pecho, aquella
indolencia de patricio romano... Un año, compadre, de aquel
ruido que se oyó en la Castellana, con tantísima calor
como usted sabe que hacía, ruido que igualó con la vida el
pensamiento de la duda, como en el consejo del clásico. Un
año ya, compadre, que yo tuve que decir de usted, en
aquella tarde de calor y dolor del mes de julio, que se nos
había muerto el último andaluz que le guardó luto a su
caballo.
Por Loli su hija, compadre, maestro,
Manuel Halcón del alma, sé que «Corito», su perro, está
divinamente en El Cañuelo. Me contó Loli la historia de
sus últimos días con «Corito» y sentí tanta emoción
como en aquel capítulo de los «Recuerdos de Fernando
Villalón» en que un niño curioso y con los ojos abiertos,
usted de chaval, se sentaba en las rodillas del «Vivillo».
Conocía a su perro como aquel Mengs que
tenía usted en su casa, como el cuadro de Fernando Tirado o
los García Ramos. Todavía me acuerdo las bromas que
gustaba usted gastar a los cúrsiles acerca de la raza de su
perro de usted. A uno que brilló mucho en la Corte le dio
usted, el pobre, un buen corte delante de mí. Le preguntó:
--¿Y de qué raza es el perro, don Manuel?
Y usted, como era un perro ratero de
cortijo, me parece que ni siquiera foxterrier de pelo duro,
le inventó al instante, con su gracia romana, un Gotha
particular, una ejecutoria, un privilegio rodado,
acordándose de los campos de Lebrija de donde venía y de
la Gramática de don Elio Antonio. Y le dijo a aquel
pedantuelo:
--Es un canis nebrixensis...
Y el otro, entrando al trapo con codicia y
nobleza, todo enterado:
--Muy buena raza que es ésta de los canis
nebrixensis...
Tanto quería usted a su perro, maestro,
compadre, como quería usted a su caballo, al que le guardó
luto. Era usted un andaluz con caballo, con perro y con
horizonte de marismas al fondo. Por eso la otra tarde, que
estábamos hablando de aquella otra tarde, hoy hace un año,
le pregunté a Loli, su hija:
--¿Y «Corito», estaba allí en la casa aquel día?
Su hija Loli me dijo:
--Verás, he hilado luego y me he dado
cuenta de que él no quiso que el perro estuviera allí
aquel día... Cuatro o cinco días antes eché de menos a
«Corito». Le pregunté por él. Y me dijo: «No, al
'Corito' lo he mandado a El Cañuelo para que corra su
destino como yo voy a correr el mío»... Luego ya lo
comprendí todo, por qué había mandado al «Corito» al
campo...
Es el mejor capítulo final, compadre Manuel Halcón, de
la novela de su vida... El «Corito», correteando por El
Cañuelo, corriendo su destino de perro libre por los
Alcores de Mairena, por la Andalucía de su amo... Y usted,
compadre, pulcramente vestido, aquel día de julio, de tanta
calor y tanto dolor, corriendo también su destino. Igual
que no le quiso usted dar a «Corito» aquel mal rato, de lo
mucho que lo quería, le digo yo ahora, compadre, de lo
mucho que lo quería yo a usted también, que «Corito» me
cuenta Loli que está divinamente, que parece otro, sacado
del piso de la Castellana y estrenando cada día la libertad
del campo de la Bética. De esta Bética andaluza, compadre
Manuel Halcón, donde se nos ha quedado la moneda de su vida
con< perfil de patricio romano de una «villa» donde un
perro le ladrará hoy a las sombras del destino.
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