AYER
tarde, con toda la calor, antes de que cerraran las
tiendas, fui a darme un paseíto por el siglo XIX.
Quiero decir que anduve de compras por la calle Francos,
una maravilla en estas fechas...
--¿Pero no hace mucha calor?
--Hace la calor que tiene que hacer.
La calor suele venir con tiempo para coger sitio en la
Velá de Santana...
Hacía, eso, calor de tarde de
cucaña con viento de levante. Estaba la calle Francos
con ese silencio antiguo que hace más hondo el frescor
que sale de Los Caminos, cuando pasas ante la puerta que
se abre a los patios de columnas con capiteles de la
moña que escoltan las piezas de lienzo moreno. Desde el
escaparate de Pascual Lázaro los libros sevillanos
veían cómo el cartón del fraile del puntero señalaba
la memoria cierta del verano. Todo estaba en su sitio:
los galones del sargento de la vitrina de Rodríguez, y
los cordones de Alba, y las madejas de algodón de
Velasco, y las fajas antivoluptuosas de la Corsetería
Modelo, donde parece que toda la lencería femenina
acabara de salir de hacer ejercicios espirituales, de lo
lejos del pecado que siempre anda.
La botica, la tienda de las lanas, la
esquina de cauchos y bragueros, todo estaba en su sitio,
antiguo y lento como un piano de Chopin que parecía que
iba a oírse de un momento a otro si se abría un
balcón... Hasta estaban en su sitio, derritiéndose de
la calor de la tarde, los últimos goterones de cera
ennegrecidos en el suelo, con un recuerdo de reciente
juncia, de lejano azahar de la plata de la crestería
del paso de la Virgen de la Concepción.
Y pensé, en este paseíto por el
siglo XIX, que hoy, lector, el reloj de arena de Sevilla
volverá a marcar la misma hora antigua. ¿No ha gozado
usted de la ciudad en soledad estas largas tardes de
calor y televisores que cantaban goles por las abiertas
ventanas? Es una maravilla la ciudad a las horas de
partido del Mundial. Se la dejan a usted para usted
solo, para que la goce en silencio apenas quebrado por
el trueno de un «goooool» que corean gargantas que
nunca aciertas a saber desde dónde están viendo una
pantalla en color. Es un secreto gozo Sevilla en estas
horas, en que los coches no circulan, en que ni gente
hay por las aceras.
Esta tarde, mañana, lector, tendrás a Sevilla para
ti, como una novia con los padres fuera, para ti, sola.
Serán dos breves horas, y Dios quiera que haya, como en
pasadas tardes, largas prórrogas y tandas de penaltis.
Yo te invito, lector, a que mires en el Diario, como voy
a mirarla yo, a la hora de los últimos partidos del
Mundial. Sabes que a esa hora Sevilla te estará
esperando con el mejor de sus silencios, que hasta
oirás las campanas de la Giralda cuando den las horas
de la majestad y gloria de la tarde de calor antiguo de
cucaña. Vete por la calle Lineros, contempla la soledad
de los escaparates, el imposible galeón que da su
sombra desde la altura de las velas de los Algarines.
Sigue por la calle Dados, entre siete mil puertas de
rebajas, sal a los árboles de la plaza de la
Encarnación, hazte cuenta que eres una cofradía que
viene de la Feria , y vete por la calle Regina, por su
curva de ballesta, a las espadañas, a la espadaña de
San Juan de la Palma, del Espíritu Santo, de la Paz, de
Santa Paula, de Santa Isabel... Recorre iglesias
fernandinas, portadas ojivales con pétreas puntas de
diamante que están esperando rasgar la calor de esta
tarde, en que Sevilla, que es mujer, te está esperando,
amante cómplice, para entregarse sólo a ti....
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