Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Diario 16,  7  de agosto de 1993

Antonio Burgos

Elogio de la guayabera

 

El Ayuntamiento de Miami es esa institución que con una enorme prodigalidad se dedica a repartir títulos de alcalde o ciudadano honorario, llaves de la ciudad y metopas varias con una palmera a todo español que medio sea algo en su oficio o profesión y se acerque por allí, sin necesidad de que tenga en la avenida Collins un domicilio más o menos fijo a efectos de la evasión fiscal. A ver, que levante el dedo el famoso o famosillo español que no tenga un perifollo cualquiera en el mejor lugar de su salón, entregado por un alcalde de Miami un día 12 de octubre...

La Madre Patria dejó por los paises americanos el tópico de su sangre , o sea, el cuartelazo; de su cultura, o sea, el pelotazo y el primo del señor presidente mangando lo que puede; y de su civilización, que es la afición nacional al medalleo y al figuroneo. No existe aún esa Commonwealth hispánica con la que sueña Su Majestad el Rey, pero sí que existen los cantes de ida y vuelta del chufleteo del gunileo a ambas orillas del Atlántico, que es un mar que tiene nombre de hotel. América nos manda todas las Catherinas Fullops que le sobran allí y nosotros, para compensar, le mandamos Bertín Osborne para que les cante boleros y a Santiago de Santiago para que haga estatuas ecuestres varias a los presidentes de turno que derogaron las respectivas constituciones y se dieron lo que allí se estila ahora, que es el autogolpe, distinto del golpe de auto, que es lo que pegan aquí los Mohedanos. Que si bien lo piensa usted ahora, ¿a que Mohedano parece un congresista de cualquier república sudamericana? Tú pones a Mohedano con el Jaguar al sur de Rio Grande y es bastante probable que llegue a presidente, o por lo menos a Collor de Melo o a uno que se le parece bastante.

Pues allí, en Miami, que se escribe Miami y Lola Flores pronuncia "Mayami", el Ayuntamiento que tanto fomenta el medalleo de las dos orillas ha hecho una cosa que está la mar de bien. Declarar oficialmente "la temporada de la guayabera". Ellos le llaman guayabera a lo que nosotros decimos cubana, que es la prenda colonial hispánica del verano, y que se extiende desde Filipinas a Venezuela. Guayabera es ese blusón blanco que lleva el dictador filipino de turno, con plieguecitos en los delanteros, y guayabera es la prenda que se pone Gabriel García Márquez cada vez que va a Estocolmo a recoger el premio Nobel. Si vas en verano a Hispanoamérica, con la guayabera echas el viaje. O con dos guayaberas. Porque no sé si sabrán que la guayabera de manga larga es como de etiqueta, para por las noches, para lugares solemnes, y que la guayabera de manga corta es así como de diario. Y no siempre es blanca, como la conocemos aquí, sino que en Cuba, por ejemplo, los funcionarios del Partido llevan unas horrendas guayaberas con los colores más espantosos que imaginarse pueden, amarillito claro de banano despachurrado, verde color caca de niño, azulita como de hábito antiguo de beata devota de la Purísima Concepción.

El Ayuntamiento de Miami ha hecho oficial lo que es real, y ha declarado oficialmente que sus funcionarios pueden ir al trabajo con guayabera, sin necesidad del traje y la corbata, que es cosa de los gringos de Wall Street y de Washington, con razón aquí en España a la chaqueta le llamamos "americana". Y mucho deberíamos aprender del Ayuntamiento de Miami en cuestión de indumentaria formal estival. Quien aquí se pusiera una guayabera ahora sería tomado por loco. En el verano, todos somos guerristas, por mucho que estén en retroceso; es decir, todos somos descamisados. Hay quien en una camisa de seda, para ronear estas noches por los sitios de moda de Marbella, y rumbear el horror del dále a tu cuerpo alegría, Macarena, se gasta más que si le hiciera un traje el sastre del Rey. La guayabera, en Miami, es prenda de funcionarios. La guayabera, en España, es prenda de jubilados y de pensionistas del Inserso en viaje de vacaciones. Los que sufrimos la verdadera colonización americana somos nosotros, no los de Florida. Miren por la calle, y verán que ya nuestras ciudades, con tanto pantalón corto, tanta gorra de béisbol, tanta camiseta de tirantas, parece en verdad el paisaje de "Los vigilantes de la playa".


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