Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Diario 16,  6  de octubre de 1993

Antonio Burgos

El olor de Moscú

 

Pasado el tiempo, cuando te has alejado de ellas, de las ciudades amadas, como de las mujeres que quisiste, te queda a veces un decidido olor en la memoria. Venecia es para mí un viejo, medieval, olor de especias, que hace viva la ruta de la seda por los callejones que rodean la iglesia del Salvatore, por las plazoletas de silencio donde un viejo capitel ha sido convertido en brocal del pozo que cierra una tapa de bronce que podría muy bien ser puerta de basílica con relieves del ciclo de la vida de Jesús. De Viena me queda un candeal, nutricio olor a chocolate caliente y humeante, y a bollería templada con polvo de azuquita por encima, más de salón con piano y estrados de damasco rojo del reinado de Isabel II que de café austrohúngaro. Me queda de Viena quizá también la memoria de un olor que no sentí, pero que adiviné, el cuero de las monturas y el metal de los curvos sables, un presentido olor de escuadrones de húsares por los arcos helados de la Hofburg.

Estoy oliendo todavía, sensual y húmedo, como labios de mujer, tierra mojada y cielo de tronada y aguacero, aquel golpe de trópico que como agua de un río secreto me dio en la cara y me despertó aquella mañana, en el aeropuerto habanero de Rancho Boyeros, cuando el reactor ruso de Cubana de Aviación acaba de abrir las puertas y rampas a una bastante aproximada idea del paraíso con palmeras, y por carreteras de bohíos marchaban hombres oscuros sobre las cajas de los camiones hacia unos inciertos horizontes de zafras y machetes. Percibo ahora ese abrumador olor a ciudad que tiene Nueva York, que huele a moqueta sobada y sucia por la que un negro pasa mil veces la aspiradora que nada limpia, que huele a humareda de subterráneo vapor de millones de calefacciones saliendo por los agujeros del asfalto, que huele a salsa de tomate, a ácido puestecillo callejero que vende en la esquina rosquillas entre griegas y judías.

Así, como quien guarda postales o cartas de una novia que nos dejó, fui conservando en la memoria olores de ciudades. Aquel olor a canela y a vainilla del viejo mercado de esclavos de Pointe-a-Pitre. Aquel olor a rodajas de sandía y a axilas en camiseta del Trastévere romano. Aquel olor a rancho colonial en el rayadillo del arroz cuartelero de los asopaos del Viejo San Juan. Aquel olor a barra de pan y a vaso de vino blanco de París. El olor a lana mojada por la lluvia de Londres. El olor a erizos de febrero en Cádiz. El olor a cerveza de las colas de los tranvías de Frankfurt...

Pero ningún olor en esta hora tan cercano como aquel olor sin risas de Moscú en el invierno de nieve, gorros, colas, escaparates vacíos, guantes y botas. Pocas veces un olor me ha desandado en el tiempo como aquel olor del Metro de Moscú. En Moscú volví a oler la tristeza de nuestra infancia. Todo volvía a ser tan oscuro y sórdido, tan silencioso y tedioso como en los años lejanos del hambre y la miseria. Olía en Moscú a vieja España, a cartilla de racionamiento, a estraperlo, a capote militar, a talega del mísero pan moreno, a pitraco que pasaba por filete envuelto en papel de periódico, a vísceras de cordero, a sudor embutido en el áspero tacto de la tela vuelta de los abrigos, a monedas de cinc con la silueta de un jinete que alanceaba el miedo desde su caballo, a barro, a orines por los rincones, otra vez a sudor, otra vez a miseria, a guantes de lana tejidos en una casa con alacenas vacías y restricciones de luz, otra vez a esperanza, otra vez a miedo, otra vez a tranvía, al gasoil oscuro que te asfixia, a la gasolina que va tirando el coche que renquea, a botas chapoteando en la que al amanecer fue nieve, y fue bella, y fue blanca.

¿Se han fijado cómo huele el mundo cuando es difícil lo más elemental de la vida? La vida entonces huele a pudridero anticipado, a préstamo y adelanto a cuenta de la muerte. Desde las imágenes de las escalaras a las que falta un cochecito de niño que vaya angustiando uno a uno sus escalones, me ha llegado aquel viejo olor de Moscú, al que ahora se unirán la sangre y los muertos, pólvora y fuego. Ojalá todo esto sea el precio que pagaron para que en Moscú huela pronto a amor y a primavera.


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