Antonio Burgos / Antología de Recuadros

El Mundo, 15 de noviembre de 1995

Antonio Burgos

Viva el Betis manque yo me muera

 

Tan grande es este Betis bueno que no nos lo merecemos, que la Santa Iglesia Católica hasta va a tener que cambiar el rito de difuntos: «Pulvis eris et multum Baetis est, est, est, multum Baetis est...».

Hubo una vez un bético que cuando yacía ya en el lecho de muerte llamó a todos sus hijos, y bajo el escudo de las trece que tenía a modo del Sagrado Corazón que en realidad era, les dijo: «Hijos míos, estoy a las puertas de la muerte. Así que, hacedme el favor de ir inmediatamente a la secretaría de los palanganas y me apuntais como socio, para que no se muera un bético, sino que fallezca un sevillista».

Este otro bético ha ido todavía más lejos. Ha inventado la inmortalidad verdiblanca, que si decimos siempre que el Betis es una religión, me imagino que en esa religión hay otra vida, ¿ y qué vida mejor que los verdes campos del Edén heliopolitano para acudir todos los domingos y poder sentarse a la derecha de Ruiz de Lopera?.

A Trifón Gómez, aquel gran bético del Valle de Toranzo, le dio un día un infarto de caballo y lo llevaron a una clínica que estaba junto al campo. Era domingo, e inconsciente, oía en la UVI del hospital los gritos de los coros celestiales del Gol Sur en la tarde de gloria: «Beeeetis, Beeeetis». Trifón se salvó de aquello y contó luego a sus hijos el lance: «Pues cuando oía aquellos gritos yo creía que me había muerto, y que estaba ya en el cielo, porque como dicen que el cielo es la mezcla de todos los bienes sin mezcla de mal alguno, pues el cielo tiene que ser como el campo del Betis, y con el Betis ganando».

Esas cenizas del bético en un «tetra-brick» nos reafirman una vez más en nuestra convicción de que hay vida bética más allá de la muerte. ¿A que hasta Quevedo era bético? «Polvo serán, mas polvo enamorado... de los goles de Alfonso». La situación, tras esto, está clarísima: Viva el Betis... manque yo me haya muerto.


   

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