Antonio Burgos

Boletín de la Archicofradía de La Palma, Cádiz, Cuaresma de 2015


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Iglesia de la Palma de Cádiz: Las puertas del paraíso

 

Como las muñecas rusas están unas dentro de otras, Cádiz es un paraíso que te puede deparar la sorpresa de muchas otras glorias interiores. Cuentan que eso del "paraíso" gaditano, como la Constitución y las libertades, se inventó en las Cortes reunidas en el Oratorio de San Felipe Neri. La puerta que daba acceso a la escalera por la que se subía a una especie de coro o gallinero de aquel teatro de la democracia tenía encima un letrero no sé de qué salmo o pasaje de las Escrituras que ponía "Paraíso".

De aquel primer Paraíso se paso al más que conocido Paraíso del Teatro Falla, protagonista de la fiesta en los días del concurso de agrupaciones de Carnaval. Quien no haya oído al Coro de la Viña desde el Paraíso se ha perdido la visión y la audición del Paraíso del Tango Viñero desde el Paraíso del teatro. Y quien no se haya colado en ese Paraíso alguna vez, ni es gaditano ni es nada.

Pensaba estas cosas cuando Cádiz, siempre tan generosa, me dedicaba una calle en la mismísima Caleta, como agradecimiento por haberle escrito un piropo en forma de habanera. La Caleta es otro de esos paraísos que encierra el paraíso gaditano. Y yo me sentía un colado en ese paraíso caletero de los buenos viñeros. Tuve menos sentimiento de culpa cuando comprobé que todos los "colaos" en torno a La Caleta éramos de fuera de Cádiz, quizá por aquello que dije allí cerca, en una puesta caletera de sol en el Hotel Atlántico, que "la gente de Cai nacemos donde nos sale de los cojones". En torno a la Caleta tiene su monumento Paco Alba, que nació en Conil; y su paseo Fernando Quiñones, que nació en Chiclana; y Carlos Cano, que nació en Granada, su plaza, a la sombra de los ficus del Mora del pasodoble de "Encajebolillos".

Y desde esa Caleta, llegando por la calle de la Palma, como las aguas del maremoto de 1755, se lleva al otro paraíso, un paraíso divino frente a los otros paraísos terrenales de la gadtitanía. Es la iglesia de La Palma. En el paraíso me sentí la vez primera que escuché allí rezarle a Dios, al Creador de la Caleta, cantándole por tangos, por pasodobles de coro y por cuplés en la Misa Típica Gaditana. Los amigos de mi querido coro viñero cantaban en el paraíso del paraíso. Me explico: desde el alto coro de la parroquia viñera. Y en esa iglesia como veneciana, como un trozo de la Serenísima que hubiera llegado a bordo el último galeón, el paraíso de la devoción de Cádiz: la Virgen de la Palma, Coronada por la fe viñera; el Cristo de la Misericordia que cada Lunes Santo es Jesús volviendo a andar sobre la mar gaditana de las horquillas; y María Santísima de las Penas. He vivido horas inolvidables en ese paraíso de la Palma. Cuando en el bautizo del chiquillo de mi compadre Antonio Martín le cantó Rocío Jurado a la Virgen de las Penas, que estaba de besamanos, cara a cara, de tú a tú, un "Salve Madre en la tierra de mis amores" que aún me tiene los vellos como alcayatas gitanas, que decía El Quini. Allí he vivido la ilusión del amor en la boda de Amparo Martín con Alejandro, y he visto cómo a sus puertas la comparsa le decía el mejor epitalamio de padre que nunca se le haya escrito a una novia. Aquella tarde de pelea amorosa de los dos vientos de Cádiz por su amada ciudad reparé en las puertas de ese paraíso. En las puertas de mi querida iglesia de la Palma, de mis hermanos viñeros de su Archicofradía. Puertas bruñidas por el sol que se pone en la Caleta, moneda de oro que cada tarde cae en la ranura de la hucha de la mar que guarda un tesoro. Puertas que se resecan con el levante y saben del azote del poniente. Un día los periodistas gaditanos me dieron un premio que lleva el nombre de un querido compañero del Diario, de Agustín Merello. No era un premio "sin trincá", que diría El Beni. Era un premio trincando. Pero yo, que siempre que estoy en Cádiz pregunto "qué se debe aquí", me enteré que los viñeros estaban buscando caudales para la restauración de la iglesia de la Palma y que concretamente hacía falta dinero para reparar aquellas puertas. Doné gustoso entonces el importe de aquel premio para la restauración de esas puertas del paraíso. Es lo menos que podía hacer. Cádiz siempre me abrió generosa las puertas de sus paraísos, como ahora los hermanos de la Archicofradía de la Palma me franquean las de este boletín. Sé que cuando el Señor de la Misericordia me llame a la Caleta definitiva de los aguajes celestiales, a lo mejor San Pedro, que era pescador como los buenos viñeros, se acuerda de esas puertas de la Palma que ayudé a restaurar y me abre las del otro paraíso. Digo "el otro" porque hasta que Dios nos llame al de la Gloria (que tiene nombre de panadería), el paraíso terrenal está en Cádiz, en sus coplas, en sus gentes, en su Caleta, en su mar, en su Viña, en su iglesia, en su Virgen de la Palma...

                                                                                       Antonio BURGOS

                                                                                       Hijo Adoptivo de Cádiz


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