Antonio Burgos / El Recuadro

El Mundo, 19 de diciembre de 1996

Antonio Burgos

Olvidos de Manuel Mantero

 

La crueldad de esta ciudad de Sevilla para sus escritores sigue siendo bastante considerable. Los que cada día ponen en marcha la maquinilla de los tópicos progres desde la ideología dominante y desde el nuevo Tribunal de la Inquisición de la Modernidad y el Santo Oficio del Progreso, repiten como loritos eso de que Cernuda se tuvo que ir, y escriben por vez numero 3.245 el socorrido artículo del anden del tren de la estación de San Bernardo. A los que se siguen teniendo que ir, se les condena al silencio. Cuando se hayan muerto lejos de la ciudad, verán ustedes qué artículos más bonitos les ponen, de cuando cogieron rampas de la puerta número 6 de San Pablo, ésa que está cerca de Carmona.

Lo digo por Manuel Mantero. Manuel Mantero viene a ser a la poesía sevillana contemporánea lo que Carmen Laffón a la pintura o Manuel Castillo a la música. Pero como Mantero no está aquí en Sevilla para bailarle el agua a nadie, y nunca además se la bailó, y va por libre y por ciudadano del mundo, la ciudad y sus papeles lo ignoran oficialmente. De entre las sevillanas gacetas que leo, solamente ésta que tiene usted entre las manos hablaba ayer de la presentación de las Obras Completas de Mantero. A los otros todo se le iba en cumpleaños de Alberti, compañía de danza de María Pagés o novela de capa y espada de Pérez Reverte. De Mantero, ni una línea.

Mantero es un viejo liberal andaluz, monárquico del Don Juan de Borbón de Estoril, que siempre ha ejercido de cuanto es. Hacerlo ahora no tiene mérito. Cuando tenía mérito era cuando lo hacía Mantero, en el Madrid de los años sesenta. Pedro Rodríguez Pacheco y Antonio Hernández no me dejarán por embustero. Mantero había estado en Sevilla en la cátedra de Derecho de Ruiz Giménez y con él se fue a Madrid. Es decir, que podía haber presumido más que nadie de democracia cristiana y de derechos humanos. Y de Andalucía. Cuando la veleta de la poesía señalaba al norte de Gabriel Celaya y la poesía social, y cuando Elena Martín Vivaldi, Rafael Guillén y Pepe Ladrón de Guevara la querían orientar al Sur desde Granada, Mantero cogió aquel su abrigo de pasar frío en Madrid y se fue a proclamar andalucismo poético a la Corte. Había dejado aquí Rocío, una revista poética de los taifas del cincuenta y tantos, que dice Ruiz Copete, fundada con Julia Uceda, la de la carita de muñeca china. Se llevaba toda la Sevilla honda y seria de los que no entraban por uvas. Dejaba su casa de la calle Federico Rubio, junto al Instituto Británico, cuando nadie sabía siquiera que existía Luis Cernuda y que había vivido allí al lado, en la calle Aire.

Recuerdo a aquel Mantero peleándose con los poetas de Madrid por culpa de Andalucía. El padre del poeta era coronel de Aviación y lo colocó en el Servicio Meteorológico. Como Mantero no se casó nunca con nadie, al publicar un libro fundamental, Tiempo del hombre, las malas lenguas de los epigramas del Café Gijón dijeron que era "el Tiempo del Hombre escrito por el Hombre del Tiempo". Harto de los madriles y de las Españas, Mantero se fue de profesor de Literatura Española a Estados Unidos, primero al frío de Michigan, luego a las calores sureñas de la Georgia de Jimmy Carter y Escarlata O Hara. Allí siguió escribiendo, estudiando, pensando en Sevilla. Allí completó una ambiciosa obra, una antología sobre los Derechos Humanos en la poesía española. Allí escribió novelas como Estiércol de león. Allí crecen sus hijos y se casan con americanas y allí, cada primavera, sigue añorando la Semana Santa. Ahora, aunque hayan aparecido las Obras Completas de un poeta mayor de Sevilla, la cofradía del silencio lo sigue condenando al olvido. El olvido tiene que estar empadronado entre la calle Federico Rubio y la calle del Aire.


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