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 Antonio Burgos   

Prólogo al libro "La Taberna de El Traga", de José Antonio Garmendia, Sevilla, 2000

 Antonio Burgos

 

Vicente el Traga


DISCURSO A LOS CONCURDÁNEOS DE "LA TABERNA DE EL TRAGA", EN LA MEMORIA CERVANTINA DEL BARRIO DEL ARENAL

Señoras, señores, chavales y chavalotas, montañeses de los ultramarinos y sorianos de los coloniales, militares sin graduación de la Maestranza de Artillería, capillitas del Baratillo y de la Carretería, trajes negros de la Sacramental del Sagrario, reventas de la contaduría de Pagés, silleros del Jueves Santo en la Punta del Diamante, socios del Aero, recoveros de la Plaza, fruteros de la calle Arfe, turistas del Hotel Simón, filatélicos de la Plaza del Cabildo, moyatosos todos de Casa Morales, queridos concurdáneos arenalenses todos:

 

Por aquí por el barrio se alojó Cervantes, que aun siendo manco se llevó tela de las alcabalas que recaudaba para Su Católica Majestad.

(Una voz del tendido 11, que viene por la calle Adriano:

-- Anda que si llega a tener los dos brazos...

-- Vamos a escuchar.

-- Eso, vamos a callarnos...)

Se alojó el genial manco mangón, decía, en la calle de Gradas esquina a Bayona, en la posada de Tomás Pérez, donde ahora está el Servicio Andaluz de Salud, como recuerda uno de los azulejos que Juan Laffita llamaba "el Vía Crucis cervantino". Lo sé porque nací frente por frente, junto a la casa de don Pascual Lázaro, el librero, el heredero de Sobrinos de Izquierdo, los editores de Muñoz y Pabón. Lástima que Cervantes viniera tan temprano a este trozo ilustre del geminiano barrio del Arenal, el que tiene dos caras, la una pueblerina que da a los despachos de pan y tortas y a las mercerías de la calle Arfe y la otra capitalina y universal, la que da a la Catedral y al mejor cahíz de tierra del mundo. Digo que lástima que Cervantes viniera tan pronto, antes de que Vicente el Traga hubiera abierto la taberna, porque se perdió un chaparrón bueno de personajes para sus novelas ejemplares y su historia del ingenioso hidalgo. Sabido es que el manco de Lepanto, que fue una batalla con nombre de coñac o de gorro de marinero del Cuartel de Instrucción de San Fernando... Sabido es, venía diciendo, mis queridos concurdáneos, que el manco de Lepanto no era sólo mangón de maravedíes de las alcabalas del Rey Nuestro Señor, sino mangón de oído. Gracias a que mangó y que fue guardado en la Cárcel Real de Entrecárceles, junto a la Bodeguita del mismo nombre y frente a Herrera el de las plumas y al estanco de Corpas, pudo Cervantes oír tras las rejas todas las historias de licenciados vidrieras y de ingeniosos hidalgos que luego copió del tirón en sus novelas. Que en este punto, Don Miguel desmiente el dicho popular de lo que le pasa al que la copia. El que la copia, a veces, escribe El Quijote y las Novelas Ejemplares, que no la mama yo quiero saber donde son los cantantes.

Y entre la posada de Tomás Pérez y la Cárcel Real, yendo quizá a comprar un poquito de pescado a Isabelita en la Puertalarená, conoció Cervantes la que tenían armada en el barrio Rinconete y Cortadillo, especialmente por la parte del Compás de la Laguna y por el monte del Malbaratillo. Que fue la nuestra siempre, como llevo dicho, oh ilustre parroquia del Sagrario de San Clemente y de esta taberna de la memoria, collación de dos caras, donde abundaban los rateros y los canónigos, los consignatarios de buques y los guachis del muelle, las busconas y las señoras de la novena de la Virgen de los Reyes, los socios del Aero Club y los viejos de la Caridad, los Filomenos de Aspe y los Palis.

Y digo, oh insignes seguidores de Florencio Quintero en el arte de migar el tinto, que es pena, pena de San Vicente el del Canasto, que el manco mangón robador de oído llegara al barrio del Arenal, alrededores del Postigo, calles de Gradas, de Bayona, de la Mosca y de la Mar, cuando el ilustrísimo señor don Vicente Rodríguez Carmona, El Traga o Tragatapas en el siglo de las luces, aún no había pronunciado su discurso de ingreso en la Real Academia Sevillana de las Buenas Tabernas ni pagado la licencia municipal de apertura de su centro cultural. Pues fue tanta, y tan llena de gracia la concurrencia de ingenios sevillanos en este emporio universal de sabiduría, que el manco mangón es que se hubiera hinchado, y mucha mayor gloria, y más inmarcesible, hubieran hallado sus novelas ejemplares con la historia de La Simona y El Gringo que con la de Rinconete y Cortadillo y, por descontado que Eduardo Rodríguez Carmona, en el siglo Traga II, hubiera mandado a tomar por saco no digo ya al Licenciado Vidriera, sino incluso al propio Alonso Quijano, pues el hidalgo caballero no estuvo en su vida enamorado de doña Carmen Polo de Franco como Eduardo lo estaba de su Dulcinea del Pardo.

Pero como Dios está arriba y mayormente en la Plaza de San Lorenzo, y pasa por la Punta del Diamante todas las madrugadas camino de la Catedral, y luego por la esquina de Contreras, donde ahora Los Jabuguitos, cuando vuelve a su casa quebrando albores de vencejos...

-- Maestro, que esto no es el pregón del Arenal...

-- Menos cachondeíto y déjeme usted seguir, so mamón...

Que como Dios está arriba y su Santa Madre está en la Capillita del Arco, que son los mejores cien gramos de Catedral que se despachan en el puesto de Juana la Calentera, pues ha querido que lo que a conocer no llegó, porque vino demasiado pronto, el señor don Miguel de Cervantes y Saavedra, lo conociera don José Antonio de Garmendia y No Me Sé el Segundo Apellido, lo siento, niño, que uno no es de la Social para ir pidiendo el carné.

Esos personajes de Cervantes, en busca de autor, estaban sueltos por el barrio. Por el mejor palmo de suelo del mejor cahíz. Que es esa plazoletita sin nombre que forma con la de Jimios y la de Fernández y González la calle de la Mar, de la mar de malamente dedicada a García de Vinuesa que está, pues García de Vinuesa fue un alcalde Pavón más que Palanqueta, que se hartó de derribar murallas. Esos personajes cervantinos los ha encontrado Garmendia en el paisaje de la esquina de Casa Morales, que es el recuerdo del Marqués de las Cabriolas, del Conde de la Natilla, de Er 77, de los dibujos de Andrés Martínez de León, salón literario que abrían los hermanos Leocadio y Eduardo Morales a las musas del Valdepeñas. En el paisaje de la otra esquina, la de la Pescadería La Isla. Frente al baby y los gatos de Luis Fernández Palacios, el de La Andaluza. Frente a donde estaba Confecciones Giralda, un poco más acá de la Ferretería del Arenal, de la tienda del fontanero, porque ya no metemos en la acera del Hotel Simón, y la gracia, oh, señoras y señores, viene para esta parte, para donde ahí frente está el Valentino Bar, que no era cierto que se comunicara por dentro con el Aero Club, pero no vamos a ser tan malvados, señoras y señores, que dejemos en mal lugar de la memoria las hidalgas y nobilísimas braguetas de sus señores socios. El Valentino, por el buen nombre de aquellos nobilísimos sevillanos, habrá de estar siempre comunicado con el Aero Club, donde todos ellos habrán de dejar bien alto el pabellón del ustedes ya me entienden.

Y aquí frente, donde luego Lola Flores puso comercio de copas a un mancebo no precisamente de la farmacia de Cuerda, estaba Riamen, la tienda de motos de Serafín Méndez, que se mató el pobre en una de ellas echando carreras frente al Puesto de los Monos, que es sitio de echar carreras. Carreras, carreras, las que echaban delante del toro muchos muchachos que por aquí pasaban, camino de la sastrería de Manfredi, para que les hiciera su vestido blanco para debutar con caballos en la plaza del Arenal. Puerta más allá del oloroso Horno de San José, homónimo del Corral que era chispa más o menos el lugar de la Mancha del ingenioso hidalgo Don Vicente el Traga, según habrá de ver quien se empape bien empapado del libro de Garmedia. Quien colocó en esta plazoleta su Jardín de Academos, su Parnaso. Su taberna.

A estas alturas de curso, señoras y señores, suele servidor dividir los libros en dos grandes grupos: aquellos que le hubiera gustado escribir y aquellos otros que no hay Guardia Civil suficiente no ya para que los hubiera escrito, sino para leerlos. El libro de Garmendia que están estropeando los excesivos capotazos de este discurso en forma prólogo no solamente es de los primeros, sino de los que, usando sus mismos términos, hacen que le diga uno al autor:

-- Garmendia, mamón, qué pedazo de libro has escrito.

Son de los libros que a quienes nos dedicamos a la escritura nos corroen de envidia cochina. Lo que ocurre es que otros no lo dicen. Servidor, si: llamando de todo y por su orden al autor, pero lo dice. Mamón, qué pedazo de libro, qué Sevilla, qué galería de personajes, qué gracia contándolo. Te odio.

Porque este cervantino Garmendia, este cronista del mejor palmo de barra del mejor cahíz de tierra del mundo, no solamente cuenta historias increíbles de buenas, sino que las cuenta divinamente. Un mojón pá la narrativa andaluza, José Antonio. Tú sí que cuentas bien las cosas, sin pretensiones de Planeta ni tonterías de Alfaguara, joé, que se le calienta a uno la boca, y eso que no lo he probado, niño, que el mostrador de Morales está intacto, y aún no he puesto un pie en la Bodega Salazar...

No sé con qué quedarme de este libro: si con la galería de personajes o con la capacidad narradora de Garmendia.

--- Pues quédese usted con las dos, hombre... Total, ¿a usted qué más le da? Así queda mejor con el chiquillo que con tanta ilusión le ha pedido el prólogo...

Ea, pues nos quedamos.

-- ¿Se las envuelvo o se las lleva puestas?

No, me las llevo puestas, en la memoria, las historias de este mosaico romano de Itálica, taraceado como un cordobán. No se pueden describir mejor los personajes. Aunque le pise las ideas, y, como en la bulla del Baratillo, me diga Garmendia:

-- A ver si miramos dónde ponemos los pies...

Aunque le pise el relato genial, no habré de resistirme a destacar, de cuanto ustedes, queridos concurdáneos, van a hallar en estas páginas, a las siguientes personas y personillas que andan por la memoria de aquella Sevilla:

El Brillantina, que se murió en inglés y que quería pedirle un taxi en la feria a Doña Carmen Polo de Franco para que no volviera andando al Alcázar por la calle San Fernando.

-- Ole...

Es lo que hay que decir a Garmendia en cada hallazgo, Mas esperen, que hay más:

El Traga, que andaba entre paréntesis.

--Ole...

Y así, con un ole de verónica o de natural, un ole de plazalostoros que llega desde la calle Adriano, sigan coreando lo que sigue de la galería de sevillanos ilustres:

Beni Garret, el vocalista que sólo cantó en público el día que hizo el examen para sacar el carné de artista del Sindicato.

Manuel el guitarrista, confitero jubilado de la Alcaicería, que se venía andando desde La Pañoleta para tocar el "Romance anónimo de Tárrega" cuando estaba inspirado.

El Loqui de Triana, que le pedía al señorito don Joaquín que le diera otra patá, que aquella le había sabido a poco.

Joseliqui, que despreciaba al Pesetita porque no pedía cinco duros.

Emilio el Mogro, que en la guerra química se gastó el dinero para caretas de gas y le llevó bigotes a las vecinas.

Eduardo Balbontín, que al contemplar el mar dijo: "Ojú, la que ha tenío que caer esta noche..."

Enrique el Cojo, que al pisar con su bota ortopédica a un marisquero en la feria, oyó que le decían: "Maestro, ¿dónde va usted con la cómoda?"

Y así, en distintas hornacinas del retablo, encontraremos a Juan Britto y a Paco Herrera, a Paco Nevera y al Niño Salas, a Juan Delnido y a Guillermo Mancheño, al Niño de la Isla, a los Hermanos Gutiérrez, al Piripi, a Garbancito. Y a los marisqueros de canasto en forma de guitarra, El Vinagre, El Sanlúcar, El Rubio, El Moreno. Y como un rompimiento de gloria en el remate de este retablo, los dioses mayores de la Bética Triangular de Sevilla, Cádiz y Huelva y Pare Usted de Contar: Beni y El Cojito Peroche, o El Cojito Peroche y El Beni, tanto monta de la gracia, donde ya se confunden los meridianos, pues habremos de encontrar referidas al uno historias que en la Tacita pasan por ser del otro y viceversa... con tagarninas, naturalmente. Da igual. Si el dinero no tiene patria, la gracia no tiene cuna y San José es carpintero y le va a hacer una en el corral donde va a nacer El Traga con el único fin de poner una taberna para que Garmendia pueda inmortalizarlo en un libro por el que Cervantes seguro que habría dado gustoso el otro brazo, aunque tuviera que mangar a bocados.

Quédame para el final, pero no lo último, o para lo último, pero no al final...

-- ¿En qué quedamos?

-- En una casa del Compás de la Mancebía donde está tu hermana de pupila desde el siglo XVI, so sieso manío...

Quédame para el final, señores todos de la memoria de la taberna, concurdáneos hispalenses en general y preferencia, decir que este libro es el mejor de literatura tabernaria que se haya publicado en España. Aventaja con mucho (Betis es) a aquella "Historia de una taberna" que escribió Antonio Díaz Cañabate sobre la que el torero Antonio Sánchez tenía en el Mesón de Paredes madrileño. No por nada, sino porque El Traga tenía siete mil millones de veces más gracia que Antonio Sánchez, y Garmendia cuenta las cosas otros siete mil millones de veces con más arte que El Caña, que era un esaborío por mucho Don Antonio que le dijeran los toreros para que no los pusiera malamente en las crónicas.

Y al final, pero al final de todo, de verdad de la buena, sin ese Arte del Queo cuya praxis aquí se explica, lo genial de esta Sevilla donde los seises no son seis, sino diez y en la plaza del Arenal no hay arena, sino albero: en la taberna del Tragatapas nunca hubo tapas.

Solamente hubo un Cervantes tardío, José Antonio Garmendia, que gracias a Dios que estaba por allí al contrario de los Ximios de las figuritas: para oírlo, verlo y contarlo en este libro rotundo de aciertos. No es que en Sevilla se esté perdiendo la gracia. Es que no quedan Cervantes o Garmendias para contarlo.

Así que ya le diré a usted, don José Antonio, dónde me tiene que mandar por Nochebuena ese pavo que me va a comprar usted en el Mercado de Entradores.

He dicho.

Pero el que ha dicho tela marinera del telón del Teatro San Fernando es Garmendia en este libro, preciado tesoro de sevillanidad y de gracia que tiene usted entre las manos.

                                      Antonio Burgos

 

Barrio del Postigo, Feria de San Miguel del 2000

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