Antonio Burgos /  Recuadros de Semana Santa

Recogido en el libro "Sevilla en cien recuadros"

Antonio Burgos

Romance de veinticinco años

 

 Había pasado la ronda que todos los años pasa. El señor gobernador lleva la llave dorada de cerrar el monumento y de abrir la madrugada. Sevilla estaba tranquila, bien sosegada y en calma. Había pasado la ronda por los palcos de la plaza, y había pasado Pasión sobre su paso de plata, y había entrado Quinta Angustia, San Pablo en penumbra estaba. Montensión iba por Feria con los rosarios que cantan, en un ir de nazarenos y un venir de barriadas. Había una luz antigua, había una luz cansada en las parcelas de sillas y vagones de avellanas.

Del río venía una brisa ya fría, de noche entrada. Y pasó el primer abrigo, que es la señal esperada: gente con cara de frío yendo a las de madrugada, que no son de Jueves Santo con mantilla y peina baja, que son ya de chalequillos, y algunos llevan bufanda. Se abría por las tabernas el viejo olor de Cazalla y en todos los autobuses volvía Triana a Triana. Tuviste en aquel momento la vieja duda del alma: si el ayer es todavía, no es aún la madrugada. De la duda te sacaron la gentes, siempre te sacan: como un sueño va la gente que parece una riada por Trajano y la Alameda a buscar a la Esperanza. Ya rebosa la Cruz Verde con todo el tiempo que falta. Ya se oyen los clarines de la Policía Armada y aunque parecen tan cerca aún están por Resolana, frente a los Altos Colegios, frente a la torre achatada que esta noche le hace al cielo sus perdigones de plata.

Un cafelito con leche en la esquina de la plaza te estira el tiempo que esperas, te aguarda el gozo que aguardas, que el serrín de las tabernas es rito de madrugada, que de aquí salió el borracho aquel que el vaso tirara y que todavía lleva como una pena en la cara. La cucharilla diluye el azúcar de las ansias y vienen ya los caballos y la banda que abre marcha, y la cruz ya rompe el humo de calentitos de papas. Ya vienen las largas filas de nazarenos de capa, son verdes los capirotes y las túnicas son blancas. Allá por Omnium Sanctorum esperan los de la plaza, más despiertos que ninguno, más orgullosos que nada; son señores de la noche de Barranco y cuartelada y, esta noche, emperadores de la Centuria Romana; se saben de la gandinga los nombres, cómo se llama el que lleva Antonio Angel en cada fila que pasa, quién mueve cada plumero, quién lleva cada coraza. Por allí viene Pilatos, qué orgullo de palangana, nunca Roma fue más Roma que al hacerse sevillana, que César salió de armao al acabar las murallas y ensayaba muchas noches en Torre de Tía Tomasa con aquel compadre suyo recovero de la plaza. Ya pasan, cómo dominan con lanzas y con espadas, y con guiños de aguardiente, vaya arte en la sandalia, vaya enagüeta torera, y los plumeros ya marcan "aires de Roma andaluza" al son que toca la marcha.

Después, un largo silencio, que siempre calla el que aguarda. Y coges la calle arriba, que nunca Feria es más Ancha, y por los Altos Colegios te acercas a Resolana. Y la Virgen no ha salido, lo sabes por cómo callan. El Arco dice latines desde el mármol de las lápidas cuando asoma por la puerta, luz en la noche, albahaca, sonrisa y pena, Sevilla... Quiero decir, la Esperanza. Suena la Marcha Real y hay un nudo en las gargantas, porque sabía Sevilla que pronto la coronaban. Y por si no lo sabía, allí lo recuerda Marta, del balcón del capiller ya canta la calle Parras:

 

Adiós, Gitana bonita,

guapa que no cabe más,

qué ganas tiene Sevilla

de verte a Ti coroná...

 

A tu lado un nazareno lo ha estado oyendo con lágrimas, por dentro del capirote en los ojos le brotaban. Rodríguez Buzón aquel nazareno se llamaba, el que sacaron a hombros el día que el pregón daba. Los dos calláis, que estas cosas no necesitan palabras Y levantaron el paso, y ya la marcha sonaba, y ya pasaba la reja, la gente toca las palmas. Y tú le dices a Antonio, ay, Antonio de mi alma, qué versos los que ha cantado en esa saeta Marta. Y con sus ojos azules, Antonio empuña su vara y va y te coge del brazo y en sus ojos ves las lágrimas, y va y te dice: son míos los versos, no digas nadas...

Hace veinticinco años de la saeta de Marta.

 Sobre la Marta, en El RedCuadro: "El jazmín de la Marta"


 

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