Antonio Burgos /  Recuadros de Semana Santa

Recogido en el libro "Sevilla en cien recuadros"

Antonio Burgos

Nostalgia de lo no vivido

 

Mientras escribo, tengo puesto el disco del brigada Rafael. Mientras escribo, va cantando sola la memoria de la ciudad aquellas sus coplas de campanilleros de Semana Santa, con voz antigua de loseta de corral y maceta de yerbaluisa del coro de Bormujos: "Yo quisiera besar tus murallas, al Rey San Fernando y al Guadalquivir." Mientras escribo, suena en el gramófono el repeluco antiguo de una tarde de Jueves Santo. Estoy viendo los cascos del alazán tostado que montaba Rafael. Estoy viendo a Rafael erguido sobre los estribos. Lleva un ros blanco, roja cordonería, azul guerrera, breve bigote. Se levanta otra vez sobre los estribos, alza la mano derecha, con sus dedos extendidos marca el cuatro. Y ya empieza a sonar en la banda la retreta y polka. Es nervioso, pequeño. Pequeño y nervioso como su clarín, de donde sale no una música, sino un escalofrío de la memoria. Porque lo estoy viendo. En los palcos hay conversaciones de sociedad, sillas verdes y peinas bajas. Un hombre con blusilla blanca, gorra y alpargatas pasa vendiendo avellanas, a perra chica el vagón. Y sigue tocando Rafael. Sigo viendo a Rafael. Ahora va por la Ronda, viene con la Trinidad. A su lado lleva una tropa de chiquillos de sandalias de goma, pantalón a media pierna, cara de ingenio y de hambre, una sola tiranta que les cruza el pecho, un chalequillo marrón. Van al lado de Rafael. Siguen a Rafael junto a un guardia de Seguridad, un sarasa que vive por la calle Valle, uno de la colla del muelle, otro que va buscando a su primo que este año sale descalzo porque va de promesa.

¿Cómo ocurre este milagro? ¿Cómo la música que nunca escuchamos nos lleva al tiempo que nunca vivimos? ¿Por qué los sevillanos tenemos nostalgia de lo no vivido? Sigue sonando el disco, miro las fechas en su carpeta. El brigada Rafael murió diez años antes de que yo naciera. Pero yo he oído al brigada Rafael. Yo he visto al brigada Rafael, alzado en sus estribos, correspondiendo, humilde, los aplausos de la plaza toda, de las peinas todas, de los ternos negros todos de los palcos. Este repeluco que ahora siento no es un escalofrío de hoy. Es una emoción de un antiguo Jueves Santo que viví.

¿Vivimos por encima del tiempo? El sevillano tiene una vida anterior. Está el más allá de la muerte; pero también existe el más allá, más hacia adelante, del nacimiento. Será que tu madre te transmitió la emoción que ella sentía oyendo los campanilleros a Rafael, a la una o las dos de la noche iba San Cristóbal por medio del mar... Será que tú, niño de alpargatas, hambre de corral, ibas ya con tu padre, cuando no habías nacido, al lado de la cruz de guía, oyendo al brigada Rafael. Tú oíste a Manuel Torre en los reservados de La Vinícola, con los galgos de las claras del día. Tú escuchaste aquella saeta de los pañuelos blancos en la Encarnación. Tú viste la banda de Hú-

sares en los Panaderos. Tú estabas junto al Mogro viendo pasar la Macarena por la plaza. Viste a Bandarán en el palquillo, y a Filpo en San Bernardo, y a Bermudo en la Amargura, y a Juan Manuel también lo viste, con las niñas bordadoras de su taller, un Domingo de Ramos, viendo salir La Hiniesta.

Y mientras suena el disco del brigada Rafael llegas al convencimiento de que la inmortalid ad para el sevillano se llama Semana Santa. Tienes ahora memoria y nostalgia de lo no vivido porque no es ni tu memoria ni tu nostalgia, sino el sentimiento que te enseñó tu madre. Y por eso es tan alegre esta tristeza que sientes oyendo los campanilleros, en el arco de la Macarena hay una bandera, que está tocando el brigada Rafael. Ella, en tus oídos, los sigue escuchando. Y sigue estando tan guapa como aquella primavera roja, amarilla y morada.

   


 

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