Todos somos empleados de gasolinera

"Los empresarios de las gasolineras se están ahorrando
un dinero muy curioso en jornales y no nos rebajan
ni una peseta en el precio del litro"

Como todo es ya light, y sin, y desnatado, y descremado, y bajo en calorías, los sindicatos no se escapan a la norma. Si importante ha sido para la economía de mercado la firma de un acuerdo social más importante de lo que se ha valorado, no menos importante es que tenemos unos sindicatos en posición de en su lugar descanso. Lo cual no sé si es bueno o si es malo, pero es así. Cándido Méndez y Antonio Gutiérrez no tienen absolutamente nada que ver con aquellos sindicalistas combativos de la discusión del convenio y la tabla salarial que conocí en los albores de la restauración de la democracia. Aquí tenemos ya unos sindicatos a la americana, como la AFL-CIO de Estados Unidos, donde lo único que falta es que los líderes de la cuestión jueguen al golf con los empresarios. Todo esto, como digo, no sé si será bueno o malo para los trabajadores, pero a veces para los consumidores es un fastidio.

Ahora que tanto se habla de la creación de empleo y de la destrucción de empleo, en España han desaparecido no sé cuántos miles de puestos de trabajo sin que nadie de los sindicatos diga una sola palabra. Me refiero a los empleados de las gasolineras, aquellos tipos simpáticos del mono azul y el trapo de la grana metido en el bolsillo, que llegabas, te saludaban muy cortésmente, te decían cuántos kilómetros faltaban para Bailén, en qué venta se podían comer unos buenos huevos fritos con chorizo, te miraban el nivel del aceite, te limpiaban el cristal del parabrisas y, además, te llenaban el depósito de gasolina. Los empleados de las gasolineras eran, en una sola pieza, la Guía Michelín y el Mapa de Carreteras, el Gourmetour y el libro de instrucciones del coche. ¿Qué empleado de gasolinera, con el coche de alquiler de Avis, no nos ha dicho dónde estaba la palanquita para poner más tumbado el respaldo del asiento del conductor? ¿Qué empleado de gasolinera no nos ha recomendado que paremos a comer en la Venta del Cruce, donde son famosos los conejos con tomate? ¿Qué empleado de gasolinera, con su mono azul, con su borra de la grasa en el bolsillo, no nos ha dicho que si vamos para Almuñécar que mejor que tiremos por tal carretera, que no tiene tanto tapón y tanta caravana a la hora del regreso de la playa?

Todo eso, ay, es ya un recuerdo. Al que encuentra una gasolinera con uno de estos empleados simpáticos, efectivos y amables, creo que le dan un cheque de gasolina para que llene el depósito gratis durante todo un año. Porque con esta puñetería del autoservicio, a todos nos han convertido en empleados de gasolinera. Usted, sin saberlo, es empleado de gasolinera, como lo soy yo, como este verano estamos todos descubriendo que lo somos. Llegas a la gasolinera y de momento no hay un alma, más un tío metido detrás de una vidriera antiatracos, y unos carteles muy grandes diciendo que aquello va de sírvase usted mismo. En los bancos hicieron antes igual. En los bancos, entre línea directa, banca en casa y cajero automático, destruyeron cienes y cienes de puestos de trabajo. Pero los sindicatos de la Banca, sería por seguir la tradición del canario Justo Fernández, protestaron. En este caso, no. En la conversión de las gasolineras en autoservicio y en la reconversión laboral de todos los usuarios en empleados a la fuerza en el manejo de la manguera verde o la manguera negra, yo no he oído una sola voz sindical protestando contra el despido o jubilación anticipada de la inmensa mayoría de los empleados de gasolinera de España. Como tampoco he oído la menor protesta de los pequeños comerciantes contra la conversión, a su vez, de las gasolineras en tiendas de los desavíos, para comprar el pan que se olvidó o la cocacola que hace falta, sin que nadie abra aquí la boca. Cuando los grandes almacenes decidieron abrir en días de fiesta, los comerciantes armaron el pitote contra la competencia. Ahora, en los miles de gasolineras de toda España, hay no sé cuántas superficies comerciales abiertas día y noche, sin que pase nada. Mientras que antes en una gasolinera no podías comprar más que lo propio, o sea, la lata de aceite o la casé de El Fary o de Perlita de Huelva cantando lo de Precaución, amigo conductor (que está haciendo rico a mi amigo Felipe Campuzano, que compuso esa copla), ahora, desde un libro de Fernando Savater, que ya son ganas, a una pizza congelada, pasando por una sombrilla para la playa o tres barras de pan, puedes comprar como el padre de la niña de Catalana Occidente: "Todo, todo, todo..."

Y como somos unos torpes, lo menos manitas que se despacha, pues cada vez que por narices tenemos que convertirnos en empleados forzados de la gasolinera de autoservicio si no queremos quedarnos con el depósito vacío, echamos de menos al tío del mono azul y la borra de la grasa en el bolsillo. Y lo echa de menos nuestra cartera. Con esto del autoservicio, los empresarios de las gasolineras se están ahorrando un dinero muy curioso en jornales y a nosotros no nos rebajan ni una peseta en el precio del litro. Todo lo contrario: cuantos menos empleados hay, más marcas históricas que alcanza el precio de la gasolina. Así que cuando a la fuerza me tengo que manchar las manos de gasolina y me cae el líquido en los zapatos y se me fastidian los cien duros de betunero, no sé si me entra nostalgia de aquel empleado simpático al que han jubilado forzosamente o de cuando la gasolina costaba sesenta pesetas el litro... *

Volver a Página Principal