Renace el arte de la correspondencia

 

Gracias a Internet, una generación formada en el desprecio
a las Humanidades ha descubierto el viejo arte de la correspondencia

Nos contaba Jaime Campmany la semana pasada que cuando los carteros van hasta la corcha de sobres con ese carrito de la compra que ahora se estilan para llevar la saca de la correspondencia, se comentan entre ellos:

-¿Qué, el mailing de un partido político?

-No, hijo, a don Jaime Campmany, que se le ha ocurrido citar a don Benito Pérez Galdós y a don Ramón María del Valle-Inclán en otro artículo y ésta es la cuarta carretada de cartas de los lectores que le llevo...

Benditos los lectores, aunque escriban, y aunque muchas de esas cartas, si uno es cortés, haya que contestarlas, y aunque en esa correspondencia te pidan que a ver si te sobra un ejemplar de tu último libro y se lo envías, que andan cortitos con agua. Los que escribimos en los periódicos, igual que los comerciantes saben que el cliente siempre tiene la razón, deberíamos saber que las cartas de los lectores hay que atenderlas. Es tan raro que la gente acuse recibo de las cartas, que yo, como suelo hacerlo siempre que puedo, recibo muchas veces en las que me dan las gracias por haber dado las gracias, cosa que, por lo visto, es ya bastante raro.

Renace el arte de la correspondencia, y en buena hora haya venido. Renace el recado de escribir clásico, la gente se compra unos sobres, unas cartas y unas tarjetas preciosos en las papelerías de moda y en las butís de objetos de escritorio y de cosas de la casa. Renace el gusto por la escritura, eso que dice Cela de la pluma que rasga el papel, bendita música de la creación literaria. Pero, sobre todo, el arte de la correspondencia renace gracias a los ordenadores. Con un procesador de textos medio buenecito puedes quedar como un señor antiguo que tuviera tres secretarios y cinco taquimecanógrafas en su despacho. La gente tiene redactadas cartas-tipo en la memoria del ordenador, para dar las gracias por un regalo, para felicitar por el santo, para acusar recibo de una carta que se contestará más adelante, para excusar la asistencia a una conferencia cuya cédula de convite te han enviado... A mí me sorprende siempre que el director de El Corte Inglés de mi pueblo sea tan educado y tenga tanta memoria, que no pasa día de San Antonio sin que reciba su atentísima carta de felicitación en mi onomástica. Me sorprendo unos instantes solamente, la verdad sea dicha, hasta que me digo:

-Ni tan educado, ni tanta memoria ni nada de nada, Antonio... Lo que tiene este hombre es un sistema de ordenadores magnífico, y un programa informático de maravilla, que pone sólo las cartas a los titulares de tarjetas de crédito conforme va llegando el día de su santo...

Observen, que cada vez se reciben más cartas, pero cada vez más de ellas escritas impersonalmente por un ordenador, por muy "personalizadas" que vengan. De pluma, tintero y papel, poquito. Claro que todo queda compensado con la enorme contribución que Bill Gates ha hecho al arte universal de la correspondencia a través de Internet y del correo electrónico. Del mismo modo que el telex acabó con el telégrafo y el fax acabó, a su vez, con el telex, el correo electrónico está acabando con el fax. Bueno, con el fax, con los sobres, con las cartas, hasta con las llamadas de teléfono. Dicen que más cornás da la cuenta de teléfono por culpa del Internet del niño, enchufado día y noche en su cuarto de estudio, pero no consideramos la cantidad de conferencias que nos ahorra el correo electrónico, el e-mail de los americanos, para el que, por cierto, no ha surgido una palabra castellana que nos permita decirlo correctamente, quiénes le llaman coloquialmente emilios a los textos enviados o recibidos por correo electrónico, quiénes, más clásicos, se empeñan (como servidor) en poner en circulación el neologismo infograma, primo hermano de telegrama, ya que el e-mail es la nueva forma de telegrama de esta telegrafía con hilos de los ordenadores conectados mundialmente en la Red de Redes.

Gente que no coge papel y pluma para escribir una carta ni aunque se lo mande el médico, teclean un mensaje de correo electrónico en menos que se persigna un cura loco. Mensajes comerciales, cartas de amor, sugerencias de los usuarios, reencuentro de viejos compañeros, de todo lleva y trae ese cartero universal en que se ha convertido Internet, y que no sufre escoliosis por muy cargada que lleve la saca. Gracias a Internet, una generación formada en el desprecio a las Humanidades ha descubierto de golpe el viejo y decimonónico arte de la correspondencia. La Correspondencia de España no es ya el título de un periódico del XIX, sino la realidad de los buzones de los navegadores y programas de correo de Intenet. No dice Campmany nada de los correos electrónicos sobre Galdós y Valle, pero seguro que, igual que los carteros del comienzo, iban unos bomberos corriendo cerca de su escritorio, hasta que se dijeron:

-Tranquilos, no hay fuego: es el programa de correo electrónico de don Jaime, que está echando humo... *


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