Las otras contaminaciones

Se creen de Euskadi Sur, pero con esto de pedir
el Referéndum de Autodeterminación
son, en realidad, de Sahara Norte

Como ÉPOCA está todas las semanas en Internet, tengo un cierto complejo de Señora Francis, con el buzón para uso de los lectores que viene en esta sección. Muchos semanas, los lectores de ÉPOCA en Internet te dan hecho este Apunte, con sólo ser un caballero español y responder a las cartas. En el perdido arte de la correspondencia, que se está recuperando gracias al correo electrónico y otros males de este final del siglo XX, en el que algunos, como los Saharauis del Norte que piden la autodeterminación, están contradictoriamente metidos en los procesos de emancipación del siglo XIX, sector Ayacucho. "¿Cómo es eso de Saharauis del Norte?", me preguntarán en un mensaje electrónico, que me apresuro a contestar: "Sí, mi querido amigo, ellos se creen de Euskadi Sur, pero con esto de pedir el Referéndum de Autodeterminación son, en realidad, de Sahara Norte..."

Me escribe Mercedes, que no se pierde un número de ÉPOCA, en el quiosco cuando está en España, en la pantalla de su ordenador portátil cuando está de viaje, y me dice: "Este verano pasamos por Comillas, para que lo conociera mi cuñado. Era agosto, y, claro, estaba el pueblo lleno de turistas. Pero eso no es lo malo. Lo horroroso es la contaminación visual y estética. No puedo entender por qué la gente cuando se va de vacaciones se pone esos atuendos tan horrorosos: ellos con camisetas de tirantes enseñando el sobaquillo de oso; bermudas tipo tienda de campaña que asoman unas piernas peludas como las de Mario Kempes; riñonera marsupial; la consabida gorrita de marras y la cámara de vidrio en ristre... Y de postre, unas zapatillas de deporte marca "A ver quién las lleva más grandes" y "calceto" blanco en el mejor de los casos, que también lo he visto de color. Ellas, como ellos, pero con menos pelos y la permanente hecha que es muy cómoda para el verano. Conclusión: que si de mí dependiera, les ponía unos sacos como esos que venden ahora en el Vaticano para las turistas, porque una ciudad bonita con tamaños desgarramantas deja de tener hasta antigüedad, porque el buen gusto de la gente también embellece las ciudades y los pueblos. No sé cómo tu compadre Ussía puede pasar el verano allí en Comillas, a menos que no salga de casa. ¿No podríais hacer algo? Porque en Sevilla también debéis sufrir lo vuestro..."

Pues, mira, Mercedes, como haces que me meta a Señora Francis, te diré como ella: "Respuesta..." Tomo nota, como Juncal, de ese asunto tan divertido (e indignante) de la contaminación visual de los turistas. Te respondo a través del ÉPOCA que nos une, que el correo separe lo que Campmany ha unido. Hay que tener mucha sensibilidad, como tú, para darse cuenta de esta contaminación... Y muy poca, como mi compadre, para llevarse un verano entero en una ciudad con ese tipo de gentuza bajo el sagrado nombre del turismo. Qué oculto placer haya encontrado Ussía en la contemplación del turista de la bolsa marsupial es algo que no comprendo. Los tíos de los pantalones cortos son un peligro mundial que todo lo invade. Mi profesor particular de Gramática Parda, don Miguel Criado, encargado taurino de los encierros de San Fermín, me llamó alarmado un día de julio desde su puesto de mando de Pamplona:

-Estoy asustado. Antes, a correr el encierro venían los mozos con su Diario de Navarra, pero ahora nada más que vienen estos tíos de los pantalones cortos con la mochila...

No sé, Mercedes, cómo Alfonso no ha logrado siquiera que los Ecologistas Coñazos protesten por esta contaminación visual del paisaje urbano, más grave, si cabe, que el manoseado agujero de ozono. ¿Cuántas balsas de Aznalcóllar de mal gusto se rompen al cabo del año, sin que los ecologistas profesionales protesten? Ay, Mercedes, me parece que me estás haciendo, con tu pregunta, llegar al nudo de la cuestión. Contra estas cosas tenía que tomar medidas la ministra de Medio Ambiente, de quien depende el equilibrio ecológico de la belleza de nuestros campos, de la armonía de nuestras ciudades monumentales, de nuestros paisajes todos. ¿Pero qué medidas contra la contaminación visual pueden esperarse de una ministra como Isabel Tocino, que en la ola de cursis que nos invade es la que más contamina cada vez que se mete en carretera, disfrazándose ora de Vaquera de la Finojosa, ora de motera de Harley Davison, ora de Indiana Jones cuando va a la parte de los otros lodos tóxicos, de los lodos tóxicos impropiamente dichos, que los peores son estos fangos del mal gusto que están embarrando a España entera?

Y no te quedes en lo visual al hablar de las otras contaminaciones, Mercedes. ¿Dónde me dejas lo auditivo? ¿Por qué en España habla la gente tan fuerte en los restaurantes y en los bares, en las rebajas de El Corte Inglés y en el hipermercado de Continente? ¿No te encanta el silencio de esas ciudades a las que vas por tu trabajo, que hay una multitud esperando el tranvía y no se oye una mosca... porque allí no hay las moscas espesas de lo hispano? Como ves, Mercedes, me has dado hecho el artículo de esta semana, que titularé en tu honor "Las otras contaminaciones". Va por usted, como dicen los toreros... Y no te pago nada, hija, porque encima que te lees ÉPOCA en Internet por la cara, no vas a cobrar... *

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