Me pido doble nacionalidad

Mi solución es convertirnos todos los españoles en sudacas
con respecto a los vascos. ¿No tienen muchas naciones
hispanoamericanas convenios de doble
nacionalidad con España?

Cuando usted lea este artículo, ya se habrán celebrado las elecciones vascas. Y no sabe usted cómo le envidio, que no es lo mismo leer este artículo sabiendo quién ha ganado las elecciones vascas que tenerlo que escribir sin saber más que lo que han dicho los sondeos, ni siquiera puedo esperar no ya a las famosas cien primeras mesas, sino a las dos últimas sillas.

-- No se preocupe usted, Burgos, ocurrirá lo de siempre, como en el citadísimo poema del manoseadísimo García Lorca el del Centenario (Terry), que aquí han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses y que aquí todos se proclaman vencedores morales de las elecciones. Hasta los que no tienen moral se suelen proclamar últimamente vencedores morales en las elecciones...

Y como no sé cómo han acabado las elecciones vascas, si como el rosario de la Aurora, a farolazos, o como Cagancho en Almagro, me aventuro sin red y en el alambre de la necesidad de transmitir por anticipado este artículo. Me aventuro a dar una solución definitiva al problema vasco. Una solución que viene del otro lado del mar, de las naciones de la América Hispana. Solución tan fácil y, por otro lado tan políticamente correcta y tan bien vista a los ojos importantes como convertirnos todos los españoles virtualmente en sudacas. De momento no hay peligro de que los mal llamados sudacas de verdad, los ciudadanos de las naciones sudamericanas, se enfaden en lo más mínimo. Ya saben que esto de proclamarse algo que está mal visto por algunos sectoreses cuestión, paradójicamente, muy bien vista por todos los demás. Por ejemplo, está muy bien visto decir "yo también soy Pepe Barrionuevo", "yo también soy abortista", "yo también soy mestizo", "yo también vengo en patera", "yo también soy lesbiana", "yo también soy homosexual"... Y por descontado, "yo también soy sudaca". Y lo que podía formularse en esta misma línea de pensamiento de las ideologías dominadas pasadas a dominantes: "Yo también soy cobrador del frac", "yo también soy el tío de la grúa municipal", "yo también soy el árbitro del Madrid-Barsa", et sic de caeteris.

Mi solución, como digo, es convertirnos todos los españoles en sudacas, pero en sudacas con respecto a los vascos. ¿No tienen muchas naciones hispanoamericanas convenios de doble nacionalidad con España, de modo que se puede ser al mismo tiempo argentino y español, hondureño y español, uruguayo y español, venezolano y español y así sucesivamente? Esta es mi tesis, en la que espero que no me dejarán por embustero las lumbreras refulgentes de la Ciencia Jurídica y de la práctica política, convencidos de su conveniencia y de su corrección, ni los suntuosos cofres con tesoros sin fin del Derecho Internacional, sabedores de su utilidad social, económica y cultural. En los (mal) llamados países del Tercer Mundo sudamericano es para muchos ciudadanos un ascenso a Primera División, sin jugar la liguilla, esa posibilidad de que les den un pasaporte donde ponga que de España vengo y de España soy, sin renegar por ellos a las glorias de sus libertadores, sus emancipadores, sus banderas, sus himnos, su folklore, su historia, sus tradiciones. Con la doble nacionalidad española, el sudamericano se siente europeo, lo que les llena de emoción y orgullo, cosa que comprendo. A mí, que mido un metro sesenta y poco, me llenaría de emoción y orgullo que me dieran un papel donde pusiera que mido más o menos como el Príncipe de Asturias y que puedo entrar del tirón de jugador en el equipo de la NBA que tenga por conveniente.

Con la fórmula que propongo, y una vez concedido que el País Vasco sí que es una nación que va derecho a Europa y a la ONU, y que el resto son islas adyacentes, mucho menos que las Chafarinas o que la isla de Benidorm, los españoles, por el mero hecho de serlo, quedaríamos adscritos a esa principal nacionalidad, de la que la originaria nuestra sería como doble y adosada, como fotocopiada. Un señor de Castellón, por ejemplo, tendría la nacionalidad vasca y al mismo tiempo, pero menos, la española. Así no habría problemas de agravios comparativos ni de ciudadanos de segunda y ciudadanos de tercera. Pues del mismo modo que a ningún español se le ocurre pedir, un poner, la nacionalidad paraguaya a la que tiene derecho igual que el paraguayo tiene derecho a la española, a ningún vasco se le ocurrirá hacer uso de su doble nacionalidad por la parte española, quedándose más contento que unas Pascuas (vamos, unas Paskuas) con la suya.

Así quedarán de una vez por todas las cosas en su sitio, ahora que se ha demostrado que España no descubrió América, que en realidad fue una empresa sponsorizada por una Kutxa. Que Cervantes y García Lorca no existieron, que eran solamente marcas comerciales de una editorial alemana. Que Picasso era una patente francesa que concedió ciertas franquicias para museos catalanes. Que Ramón y Cajal era un producto de un laboratorio americano. Una vez sabido esto, será inmediatamente corregido a escala mundial ese error tan común de que cuatrocientos millones de personas se empeñen en seguir hablando una lengua opresora, dominadora, imperial, a la que llaman español, y que no pasa de ser un dialecto que hablan unos cuantos pueblos de Castilla. Pero muy pocos...

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