Elogio y ventura de Rafael Moneo

"Yo a ningún arquitecto he visto pedir perdón por un edificio
ni decir que se equivocó. A Moneo, sí."

Es muy conocida la frase de Carlos Solchaga en plena Cultura del Pelotazo, cuando estaban llenos todos los maletines a modo de vaso campaniforme: "España es el país donde es más fácil enriquecerse en menor tiempo". Como suele ocurrir, la frase no fue realmente así. La frase era más larga. A las frases famosas les pasa como a los refranes y dichos paremiológicos, que pierden el final. Se dice "verde y con asas" y no se remata afirmando que es la alcarraza. Se dice "casi ná lo del ojo", y no se remata recordando que el torero Desperdicios lo llevaba en la mano. Así ha ocurrido con la frase famosa de Solchaga. Tenía una media verónica final que no suele citarse. La frase, completa, era así: "España es el país donde es más fácil enriquecerse en menor tiempo... sobre todo si se es arquitecto con carné del PSOE". En esta España donde hay más arquitectos que albañiles, los arquitectos, casta privilegiada, fueron los elegidos por el dedo de dios (con minúscula), del dios del felipismo, para hacerse ricos. Al que no le encargaban una estación ferroviaria era porque le daban dos, una en Barcelona y otra en Sevilla. Al que no le encargaban la ordenación de 20 kilómetros de borde del mar es porque le habían dado la urbanización de una isla de 50 hectáreas. Los arquitectos de la modernidad arrimados al poder y al perol felipista construyeron ciudades olímpicas, exposiciones universales, faraónicas obras.

¿Y ahora? Pues ahora están todos apuntados en el paro, terminada la Cultura del Pelotazo y puesto coto al derroche del dinero público sin ton ni son, y metiendo la mano en el cajón. Me parece que Javier Arenas no reduce más todavía esas cifras del paro (donde ya ha creado los 800.000 puestos de trabajo famosos por lo menos un par de veces) porque en las listas del INEM están apuntados todos los arquitectos de la Cultura del Pelotazo del 92. En España hay tanto paro porque todo el trabajo lo tiene Rafael Moneo, en arquitectónica materia. Cuando el 92, Moneo apenas sonaba. El que sonaba era Ricardo Bofill. No solamente sufrimos a Bofill, sino que aún seguimos padeciendo a su rastra, a Bofilín. De Moneo ni siquiera sabemos si tiene un Moneín, y, en caso de que exista, tiene el anónimo e inadvertido muchacho el cuidado de no ir de chulo por Tómbola ni de casarse con una hija de Julio Iglesias, por ejemplo, para vivir de las exclusivas. Lo que más me gusta de Rafael Moneo es cuanto tiene de anti-arquitectecto tópico.

Yo por arquitecto entiendo un Bofill, un déspota que se cree que el resto de la Humanidad existe sólo para caer rendida a sus pies ante su inteligencia, su brillantez, su genialidad. En el género humano existen déspotas, soberbios, autoritarios, arrogantes, engreídos, creídos, altaneros... y arquitectos, que vienen a ser como un compendio de todos ellos. Recuerden las ínfulas arquitectónicas de todos los dictadores. Al dictador le va el cemento, porque en el fondo quiere ser arquitecto, constructor del mundo. A Mussolini de verdad lo que le gustaba era llenar Italia de edificios de arquitectura fascista, como Hitler envidiaba a sus arquitectos de cámara, y quiso hacer del horno crematorio una pieza de construcción que pasara a la Historia, como tristemente ocurrió. En el fondo, todo arquitecto es un dictador, que en unas solas horas de su estudio nos ordena la vida del resto de nuestros días, amargándonosla en muchos casos. El arquitecto es el que decide que toda la vida vamos a tener que dormir en ese cuarto tan mal orientado, que ducharnos en ese lugar de la casa con tantas corrientes de aire, que hacernos el desayuno en ese ofis con esa vista tan horrenda, cuando el piso por el otro lado da a un parque precioso, que nunca vemos, porque allí El Arquitecto, Yo, El Supremo, puso los dormitorios.

Rafael Moneo no es de esta calaña. Es el arquitecto más modesto y humilde que conozco, siendo uno de los más importantes del mundo. Sin necesidad de boda con la doctora Elena Ochoa es por lo menos igual que Norman Foster. Yo a ningún arquitecto he visto pedir perdón por un edificio ni decir que se equivocó. A Moneo, sí. Moneo reconoció que se equivocó con el aeropuerto que hizo en Sevilla, la mezquita más oscura en la ciudad más luminosa de España. Me alegro de que Moneo haya ganado el concurso de ampliación del Museo del Prado. Me alegro que en su taller haya tanto trabajo. Piensen que en ese estudio, de donde salieron el Museo de Mérida, el Museo Thyssen, el citado aeropuerto y tantas obras maestras (que a mí no me gustan nada, por cierto), aparte del Prado, se está haciendo en este momento el Kursaal de San Sebastián, el Ayuntamiento de Sevilla y la Catedral de los Angeles. A pesar de lo cual, Moneo no cree que el destino de la Humanidad sea caer rendida a sus pies. Con Moneo no puede ocurrir como con aquel torero cordobés que se arruinó haciéndose un chalé y que cuando le preguntaron si había algo a lo que le tuviera más miedo que a los toros dijo: "Sí, a los arquitectos..." 

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