La cárcel ya no es la cárcel

"El presunto asesino de Zabaleta no estaba
en la cárcel; estaba en una cursilería: el Centro
de Inserción Social "Victoria Kent",
anda y que te ondulen..."

A mi ahijada Macarena Ridruejo, a la que he sacado de pila nuevamente, llamándola por el verdadero nombre de la Esperanza, le divirtió mucho lo que puse en estos Apuntes: que en Sevilla se escribe Esperanza, pero se pronuncia Macarena. Eso está ocurriendo en Sevilla... y en Madrid. No olviden nunca que una tontería dicha en Madrid tiene mucha mayor repercusión nacional que una tontería expresada en Cuenca o en Albacete. No sé lo que dirán los doctores que tiene la Real Academia, pero observo que la lengua escrita cada vez se parece menos a la lengua hablada. Se habla mal y se escribe peor. Cada vez peor. De las escuelas, los institutos de bachillerato y las universidades están saliendo promociones muy instruidas... en la técnica de aprobar los exámenes, pero muy poco letradas. Y peor habladas. De la escritura, ni hablo. En la Facultad de Filosofía y Letras, aquel gran maestro que fue don Francisco López Estrada suspendía directamente a todo aquel que en sus exámenes escritos pusiera una sola falta de ortografía. Ahora López Estrada tendría que dar matrícula... al que sólo tuviera dos faltas en todo el examen. Se lee poco y como se lee poco, no se pega al riñón de la memoria visual la ortografía española, y mucho menos el gusto por la palabra bien dicha y bien escrita, o cuanto menos exacta y correcta.

Oyes al que viene a arreglar la lavadora, a la que te vende una corbata, al que te paga el cheque en el banco, y es de horror:

-¿Va usted a ingresar lo que es el cheque o va usted a cobrar lo que es el dinero?

-Voy a ingresar el cheque...

-Es que como no me ha dicho usted que se lo ingrese en lo que es su cuenta...

-No, le he dicho que me lo ingrese en cuenta. Vamos, en lo que es mi cuenta, como usted dice...

Una de las cosas que me gustan del Corte Inglés de mi admirado Isidoro Alvarez es que quizá les den unos cursos de gramática a las dependientas, porque ninguna de ellas me ha preguntado nunca con el espantoso remoquete de lo que es:

-¿En lo que es dinero o con lo que es la tarjeta?

Y mientras esto ocurre, mientras asistimos a la generalización de un lenguaje pobrísimo, lleno de tíos, vale, lo que es, super-esto e hiper-lo-otro, la lengua escrita, por cursi, rebuscada y chocante, cada vez se va alejando más de la hablada. Ahora nos hemos enterado que el Guerra Cuadrado, el presunto asesino de Aitor Zabaleta (que no sé si se han enterado que era vasco el pobre muchacho), resulta que no estaba en la cárcel. Ni en la prisión. Ni incluso en el talego, el chabolo o la trena. Estaba en régimen abierto en una cursilería. Estaba en el Centro de Inserción Social "Victoria Kent", ¡anda y que te ondulen con la permanén!, qué cursilería más grande. Creía que cárcel, naturalmente, ya no se dice cárcel, porque decir cárcel, como ustedes saben mejor que yo, es algo reaccionario y cavernícola. Yo estaba perfectamente informado que cárcel ahora se dice Centro de Detención. Todos sabemos, obviamente, que Cervantes imaginó El Quijote en un centro de detención, y que en los tableros del juego de la Oca que ahora venden ya no se va del pozo a la cárcel, sino de la reserva de recursos hídricos al centro de detención. No sé cómo habrán resuelto el problema los flamencólogos. Ese estilo del cante por carceleras, ¿cómo es ahora? Centrodedetencioneras debe de ser probablemente. O centrodeinserciónsocialeras, depende de dónde las cante el preso... No, no, por favor, borren eso, no vayan a decir que soy un cavernícola y un reaccionario. Ya no se dice preso. Ahora es interno. Hasta los que están de mediopensionistas en los centros de inserción social, incluso los externos, como el Guerra Cuadrado (acusado de haber pedido el carné de identidad a un aficionado de la Real Sociedad para asesinarlo en cuanto vasco) son ya internos. ¿Y los internos de los colegios, los internos de toda la vida, cómo se llamarán ahora?

Aunque me llenan de perplejidad estas solemnes tonterías de la lengua española, por otro lado me confortan. Estoy muy contento porque los cojos ya no son cojos, sino disminuidos físicos, y los sordomudos ya no son sordomudos, sino disminuidos sensoriales. Servidor, como Juan Belmonte, como Demóstenes, como tantos ilustres sabios, tartajea. Vamos, que me atranco hablando más que un 600 en el París-Dakar... No tengo el menor reparo en reconocerlo. Porque me imagino que a los tartajas también nos habrán llegado estas tonterías del lenguaje. Hasta estoy por ponerme en las tarjetas lo de tartamudo. A la moderna, claro: Disminuido locucional. Y estoy por pedirle a Amalia Gómez que me dé el carné oficial de "disminuido locucional". No por nada, sino para poder dejar el coche divinamente en esos sitios tan espléndidos de los aparcamientos que da la puñetera casualidad de que siempre están reservados para los minusválidos. Para los cojos de toda la vida, vamos... *

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