Se llevan los Reyes llorones

Comprobaron que el pueblo ahora los quiere no sólo
con sentimientos, sino llorones, y ¡a llorar se ha dicho!

Me encanta escribir en ÉPOCA porque hay tanta libertad que se pueden poner todas las opiniones políticamente incorrectas que se quieran, sin que te breen a Cartas al Director. Este va siendo uno de los pocos reductos españoles de libertad donde a los moros, por ejemplo, se les puede llamar como toda la vida de Dios: moros. Por culpa de lo políticamente correcto, ha dejado de haber moros, como ha dejado de haber basuras o farolas. Las farolas son mobiliario urbano; las basuras, residuos sólidos; y los moros, según los casos, magrebíes, musulmanes, marroquíes o norteafricanos. Los que mueren en las pateras son norteafricanos. Los que venden relojes, magrebíes. Los que salen de alcaldes en Melilla, musulmanes. Y aquellos a quienes los muy tolerantes catalanes les queman las casas, marroquíes. Pero los moros siguen siendo moros, aunque a Santiago Matamoros lo hayamos bajado del caballo blanco de la batalla de Clavijo y convertido poco menos que en precursor de la Unión Europea; o aunque pronto dirán algo así como "Fiestas Típicas Ilicitanas" para no hablar de los Moros y Cristianos de Elche.

Ha muerto el Rey de los moros, Hassan II, han subido al Trono Alauí (al trono de los moros, vamos) su hijo y sucesor Mohamed VI, y hemos visto que se llevan los Reyes llorones en las Monarquías del mundo, en las poquitas que van quedando. (Y menos que van a quedar, si los propios monarcas acaban de esta manera con la afición por el plan antiguo). Antes los Reyes para ser respetados y queridos tenían que aparecer absolutamente ajenos a los sentimientos humanos. La educación del Príncipe, Maquiavelo aparte, consistía en enseñarle a dominar sus sentimientos, que no se le viera ni una risa ni un llanto, ni un mal gesto ni una buena cara. Nacían los Reyes como con rostros de mármol, y se les educaba para que en ese rostro ningún sentimiento se exteriorizara. Eran queridos por el pueblo en cuanto parecía que estaban hechos de otra madera distinta al resto de los mortales. Si tenían sentimientos, les entraba en el sueldo guardárselos. En los entierros de Estado lloraba el pueblo, pero los soberanos, aunque se hubieran quedado sin padre, sin esposa, no movían un músculo. ¿Se imaginan a Alfonso XII llorando a moco tendido por la muerte de María de las Mercedes? Para llorar estaba el pueblo, con el romance de la Reina muerta. El pueblo preguntaba a Alfonso XII que dónde vas, triste de ti, pero nadie le veía derramar una lágrima. Como mucho estaba tristoncete.

Pero, Señores del mundo: se murió Lady Di, vieron VV.MM. tambalearse el trono de Inglaterra, comprobaron que el pueblo ahora los quiere no sólo con sentimientos, sino llorones, y ¡a llorar se ha dicho! En el ¡Hola! de las preferencias populares se llevan los Reyes llorones. Cuanto más lloren, cuanto más exterioricen sentimientos, más los quiere el pueblo. Tiene que haber un órgano colegial de los Profesionales de las Monarquías en todo el mundo, una especie de Revista Técnica de Reinantes y Aspirantes al Trono, donde les den instrucciones prácticas para el ejercicio del cargo. Porque no cabe en cabeza humana esto de que todos los Reyes de todo el mundo, a un tiempo, como movidos por un resorte, se nos hayan vuelto de la noche a la mañana tan llorones.

Si lloraba el pueblo marroquino en el entierro de Rabat, más lloraban los Reyes. Aznar recibirá pronto el título oficial de "Proveedor de Pañuelos de la Dinastía Alauí", madre mía, qué pechada de llorar se pegó ese Mohamed VI. ¡Y cómo Don Juan Carlos lo acompañaba en el llanto, con qué lágrimas más desconsoladas! Claro, empieza la Muy Llorona Infanta Doña Elena a llorar de emoción cuando el Príncipe de Asturias pasa de abanderado de España en la Olimpiada de Barcelona o cuando le cantan la salve rociera en su boda en Sevilla con Marichalar, y hasta su augusto padre la imita...

La veda de las lágrimas reales se levantó en España cuando el entierro de Don Juan de Bor-bón. El Conde de Barcelona, con 40 de fiebre en su uniforme de almirante de la Armada, no derramó una lágrima en aquella mañana de nieves en que los restos de Don Alfonso XIII quedaban para siempre en su España del Escorial. Se cuadró y saludó militarmente, que es lo que hacen los Reyes. O hacían. Porque en la muerte del Conde de Barcelona, tanto Don Juan Carlos como Doña Sofía se dieron ya un lote de llorar bastante importante, vamos, llanto de pañuelo, que es lo que le gusta de verdad al pueblo. Tendremos que clasificar los llantos regios como los restaurantes por tenedores o los hoteles por estrellas, por pañuelos. Llantos reales de dos pañuelos, de tres pañuelos, de cuatro pañuelos.

Y es que todos se han aprendido la lección inglesa de la muerte de Ladi Dy: saben los Reyes que si lloran humanamente cuando están reinando nunca tendrán que derramar lágrimas por el Trono perdido en plan Boabdil. *


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