Tarifa, entre dos mares

"Como no venían turistas convencionales por culpa del viento,
se buscaron a estos turistas de las tablas y han montado
una verdadera Industria del Viento"

Escribo desde Tarifa, maravilla en la orilla andaluza del Estrecho de Gibraltar que acabo de descubrir. Bañarse en Europa viendo Africa es un placer de dioses. Hasta tal punto, que creo que por eso mismito el dios Hércules plantó en estas orillas sus columnas legendarias. Cuando en aquellos tiempos del cuplé de Fraga Iribarne en Información y Turismo cada ciudad y cada costa españolas se inventaban su lema de propaganda, Tarifa creó el suyo. Era cuando se cogió la paleta y se coloreó el litoral español: la Costa Blanca, la Dorada, la Verde. Se crearon lemas turísticos tan redondos como el de Luarca: "La Villa Blanca de la Costa Verde". Para no ser menos, no sé si un alcalde o un poeta local de revista de fiestas, aquí inventaron el correspondiente lema: "Tarifa, paraíso entre dos mares".

Pero como quiera que en Tarifa, entre el Mediterráneo y el Atlántico, entre dos continentes, hace siempre un viento que te lleva si no te metes piedras en los bolsillos, y como quiera que Tarifa está en la provincia de Cádiz, tierra de la gracia, al instante se le dio la vuelta al lema turístico:

-Sí, "Tarifa, paraíso entre dos mares"... La mare que parió al Levante y la mare que parió al Poniente...

A pesar de la mala fama de ambas mares, la del Poniente y la del Levante, me he venido a Tarifa precisamente por esa razón. Verán ustedes: tengo un hijo de los que hacen tabla de vela en Tarifa. Cuando el hombre del tiempo del telediario dice que en el Estrecho hay un ventarrón de Poniente de fuerza 5, vamos, que como te coja bien alzas el vuelo y te tienen que rescatar en Tánger, Fernando mi hijo exclama siempre como aquel andaluz Pedro Rodríguez de la Borbolla que era ministro de Jornada con Don Alfonso XIII en San Sebastián y le dijo el Rey que en Sevilla hacía 44 grados a la sombra:

-¡Señor, la que me estoy perdiendo...!

Gracias a mi hijo he descubierto las maravillas de Tarifa. Tarifa podría ser el modelo español para muchas cosas. Tarifa ha sabido vivir de un inconveniente: este viento de terror. Igual que la Sevillana de Electricidad ha plantado por aquí cerca los molinos de energía eólica, el Ayuntamiento y la industria hotelera de Tarifa plantaron hace ya años sus aceñas y azudas del viento: convertir estas playas en el paraíso del windsurf. En vez de luchar contra los molinos de viento, llevaron el viento a su molino.

Estamos hartos de oír a los políticos que España debe ser la California de Europa. Aquí no lo han dicho: lo han hecho. Como no veían turistas porque en las playas hacía mucho viento, a alguien se le ocurrió que hay otros turistas que lo que buscan precisamente es el viento. Son estos locos chalados, con sus tablas y sus trajes de neopreno, con sus largas melenas, con sus gafas de espejos así como las de los palmeros de Peret pero en moderno. Se gastan un dineral para pegarse porrazos.

Tarifa se ha convertido en la verdadera California no sólo de España, sino de Europa. Esto, al cambio, es como Malibú o Santa Mónica, el paraíso del surf en las playas de la costa americana del Pacífico. Se ven matrículas de todas las naciones europeas, se oyen todos los idiomas. Los apartamentos, los hoteles, los restaurantes, las tiendas, todo el mundo vive del viento. Tarifa ha logrado este milagro, sacar provecho a una contradicción. Por aquí abajo por Andalucía, cuando no se conoce ni el oficio ni el beneficio de alguien, y se pregunta de qué vive, responden:

-Ése vive del viento, como los camaleones.

Bueno, pues Tarifa vive estrictamente del viento. Dice Juan Luis Muñoz, restaurador mayor de Tarifa (un viento de gracia de fuerza 3.000), que todo esto empezó como Moisés: dos tablas. Es la economía del más difícil todavía. Más o menos, lo que hizo Belmonte, que fue una figura de la historia de la Tauromaquia exactamente igual que Tarifa: sacando partido a sus defectos, convirtiendo en ventajas los inconvenientes. Cuando llegó Belmonte, se hacía toreo de piernas, de poderío. Juan era medio contrahecho, no tenía apenas fuerza. Por eso en vez de torear con las piernas, lo hizo con la cabeza. Inventó lo de "parar, templar y mandar" como defensa ante la adversidad. Ya que no podía hacer el toreo de piernas de Joselito el Gallo, inventó su toreo de muñecas, de pasárselo cerca y despacio. Tarifa, igual. Como no venían turistas convencionales por culpa del viento, se buscaron a estos turistas de las tablas, loquitos del Levante y del Poniente, y han montado una verdadera Industria del Viento.

Ojalá toda España fuera una inmensa Tarifa, y alguien lograra un día poner en regadío económico nuestros grandes inconvenientes. Claro que convertir en inventiva la chapucería nacional, por ejemplo, y en actividad productiva el compadreo es una mijita más difícil que conseguir que vengan los turistas que hacen tabla, buscando precisamente estos dos mares: la mare que parió al Levante y la mare que parió al Poniente. *


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