Chimo Rovira

"En estas televisiones del corazón donde hay
tantos presentadores absolutamente impresentables,
es lo más presentable que tenemos"

Isabel, mi mujer, acaba de descubrir un nuevo somnífero. Es mejor que la tila, que la tisana, que el azahar, que los rebujitos de hierbas tranquilizantes que venden en las tiendas de dietética. No sé a otros, pero a ella le hace más efecto que la Dormidina y que el Orfidal, con la ventaja de que no necesita receta. Y con el añadido de que no es como los medicamentos que salen por televisión con el preventivo fondo azul de la advertencia: "Este anuncio es de un medicamento que puede producir somnolencia". El medicamento al que me refiero no es que pueda producir somnolencia: es que indefectiblemente se la origina a mi mujer en cuanto cada semana se la administra.

-¿Y cómo es ese medicamento? ¿Por vía oral o por vía intramuscular?

Por ninguna de las dos. Por otra vía más moderna: por Vía Digital. Que es como fuera de Madrid y del Reino de Valencia vemos el medicamento en cuestión, que no es otro que Tómbola. No sé qué tiene ese programa, debe de ser la monotonía del importantísimo debate sobre las altas y elevadas cuestiones de Estado que allí se discuten, pero empieza a sonar la sintonía de la canción de Pepa Flores, la ex Marisol, y empiezan a aparecer sesudos analistas políticos como Carmele Merchante, cuando mi mujer, pum, antes de que aparezca la que ha trincado un dinero muy curioso por hacer la escena del sofá daliniano, se queda, como decimos por aquí abajo, estroncaíta. Vamos, que ni siquiera puede contemplar el espectáculo de Ernesto Neyra desmintiendo lo que antes ha contado Carmina Ordóñez, ni el de Yolanda Berrocal revelando cuánto se está perdiendo el Séptimo Arte por no tenerla ya de actriz.

A mí Tómbola no me duerme. Mi somnífero mediático preferido es El ojo crítico, el programa cultural nocturno de Eduardo Sotillos en Radio Nacional. Lástima que sea tan temprano, de 10 a 11 de la noche. No hay insomnio que resista la audición de un reportaje sobre la ruta asturiana del románico o sobre un libro en torno a la influencia de los presocráticos en los textos en prosa de Antonio Machado. Cuando oigo una de estas entrevistas, u otra con un presuntuoso niñato de la novela o de la poesía, es que pego unas cabezadas...

Para despertarme está Tómbola quizá en la tele, si es viernes, a través de Televisión Valenciana por Vía Digital. Experimento con el programa un comportamiento clínico exactamente opuesto al de mi mujer, en el séptimo sueño cuando aparecen Bofilín, Carlos Orellana o cualquiera de los intelectuales de plantilla. Pero no me mantienen despiertos los famosos de tres al cuarto que cobran de las arcas de la Generalidad valenciana por viajar hasta la tercera capital de España y contar unas historias personales que me dejan indiferente porque no los conozco de nada. Con mi mujer dormida, no tengo a quién preguntar quién es el chufla que ahora aparece, que estuvo casado con la que se divorció del primer marido del novio de la que salía con personajes importantísimos para la cultura española contemporánea, como Andrés Pajares, la hija de Andrés Pajares, el hermano de la hija de Andrés Pajares o la madre que parió a la hija de Andrés Pajares, que ya no tiene nada que ver con Andrés Pajares. No creo que Sir Laurence Olivier haya merecido nunca en toda su brillante carrera tanta atención de los españoles como Andrés Pajares. Y así nos va. A los españoles, a Andrés Pajares y a Sir Lawrence Olivier.

He descubierto en tantas noches de Tómbola que no es que tenga insomnio incurable, ni que sea un masoquista que gaste mis horas nocturnas con este modo de perder el tiempo contemplando cómo dos televisiones de dos autonomías regidas por el PP, como Valencia y Madrid, superan muy ampliamente al PSOE en la forma de tirar el dinero en la producción de basura. Lo que me mantiene despierto en Tómbola es un periodista de quien siempre me pregunto qué hace un chico con él en un bodrio como ése. Es Chimo Rovira, virtuoso del arte del distanciamiento, domador de leones con más experiencia que Angel Cristo, porque, a diferencia del ex marido de Bárbara Rey, las fieras nunca le muerden. Veo que Chimo Rovira lleva al abyecto programa lo que sentimos muchos de sus espectadores: la perplejidad. No se le quita la cara de estupefacción, cuando no de incredulidad, ante los debates más apasionados sobre las cuestiones menos transcendentes, cual si Chonchi se lleva ahora bien o mal con Maricielo.

Entre tanta bazofia a tanto el kilo, Chimo Rovira consigue estar incólume, sin que la basura manche su gesto, que merecería más nobles causas que las andanzas de una actriz sin teatro o un bailarín sin tablao. En estas televisiones llamadas del corazón donde hay tantos presentadores absolutamente impresentables y tantos que se dicen periodistas para infamia del oficio, Chimo es lo más presentable que tenemos. Será porque probablemente es el que menos cobra en esa máquina de tirar el dinero de las autonomías que se llama Tómbola. *


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