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Objetores de Olimpiadas

Un señor ha corrido los 100 metros en no sé cuántos de
pocos segundos. Bueno, ¿y qué? ¿Sirve eso para curar
el cáncer, para acabar con el hambre, con la droga?

Dicen que los vascos se dividen en tres grandes grupos:

1. Los que son nacionalistas y lo dicen.

2. Los que son nacionalistas y no lo dicen.

3. Los que son nacionalistas y no lo saben.

Con las Olimpiadas debe de pasar aproximadamente al revés. Que los españoles nos dividimos en tres grandes grupos:

1. Los que están de Olimpiadas hasta el gorro y lo dicen.

2. Los que están de Olimpiadas hasta el gorro y no lo dicen.

3. Los que están de Olimpiadas hasta el gorro y no lo saben.

Pertenezco al primero de esos tres grandes grupos. Fernando Sánchez Dragó ha abierto el banderín de enganche y siento plaza en su regimiento de objetores, con sumo gusto. Es más, a efectos de consumo de Juegos Olímpicos por TV soy como aquellos que decían que no veían El Gran Hermano, sólo que de verdad: que no los veo. Es muy de agradecer, no obstante, que este año las Olimpiadas se las hayan llevado a los antípodas. La diferencia horaria juega a favor de los que no tenemos el menor interés por ver si España gana o deja de ganar el oro olímpico en fútbol; donde esté el Real Madrid que se quite España en la Olimpiada, ¿o no? Gracias a que los Juegos Olímpicos se celebran aproximadamente donde Elcano ordenó el inicio de la Operación Retorno de la época, las retransmisiones son a las mismas tantas. Sí, ya sé: existe ese invento infernal que es el vídeo. El vídeo no es solamente un aparato aborrecible cuando el primo de la novia lo saca en la ceremonia de la boda o cuando el abuelo del niño lo esgrime en el desayuno de la primera comunión. El vídeo es demoniaco también porque por su culpa unos acontecimientos deportivos que le interesan muchísimo a las tías y a las novias de los participantes, nos los meten en el telediario de las 3, quieras o no. La diferencia horaria, empero, da un cierto respiro. En esta Olimpiada estamos consumiendo todos menos ración de sudor de negrazo que acaba de ganar como carrerista o de músculos horrorosos de pedazo de virago que se ha impuesto a sus oponentes en el salto de obstáculos.

Las Olimpiadas son importantísimas para quien las celebra en su territorio, pero hay que ser muy aficionado, tela de aficionado, para que interesen algo. Aunque sé que me estoy jugando el jamón que me tiene que mandar el alcalde Álvarez del Manzano por pedir la Olimpiada para Madrid, como objetor del invento he de preguntarme: aparte del fortunón de dineros públicos y privados que se gastan en la celebración de unos Juegos Olímpicos, de las generales mejoras ciudadanas, ¿para qué sirven estos fastos? Un señor ha corrido los 100 metros en no sé cuántos de pocos segundos. Bueno, ¿y qué? ¿A mí qué me cuenta? ¿Sirve eso para curar el cáncer, para acabar con el hambre, con la droga? Esas sí que serían las Olimpiadas en las que la Humanidad habría de echar todos los ya me entiendes de "más alto, más rápido" y más no sé cuántos, que lo otro, como soy objetor, se me ha olvidado. Que antes un tío saltaba tanto de longitud y ahora ha saltado tanto más cuánto. ¿Y qué? ¿Cuántos niños menos mueren al día de hambre en África por eso? Todos esos dinerales, ¿no nos valdrían más para socorrer a ese medio mundo del Tercer Mundo que está completamente tieso y canino?

Porque lo más divertido es que en Sydney debe creer todo el mundo que el universo entero está pendiente de la ciudad. No, mire usted: de Sydney, con Olimpiada o sin ella, no sabemos absolutamente nada. Usted que ha echado tantas horas delante del televisor viendo lo de Sydney, dígame el nombre de un monumento de Sydney, de una bebida típica, de una comida local. Ni idea. Ahora, del negrito del Cola Cao del África tropical que se tiró a la piscina y por poco se ahoga, pregunten lo que quieran. Me imagino que cuando tuvimos aquí la Olimpiada pasaría tres cuartos de lo propio. ¿Consiguió la Olimpiada de Barcelona erradicar esa idea tan arraigada entre los americanos, que están convencidos de que España está en América del Sur, en algún remoto lugar entre México y Paraguay, por algún sitio de por allí abajo?

No quiero echar un jarro de agua fría al alcalde de Madrid, pero antes de plantear en serio la candidatura habría que pensar en los objetores mundiales de Olimpiadas. En los señores de Europa y de América que, llegado el día, ante el televisor, le peguen el apagón con el mando a distancia, diciendo:

-Uf, otra vez estos tíos con lo de Madrid... Qué pesadez lo de Madrid...

No sólo España, la Humanidad entera se divide en esos tres grandes grupos: los que están de Olimpiadas hasta el gorro y lo dicen; los que están de Olimpiadas hasta el gorro y no lo dicen; y los que están de Olimpiadas hasta el gorro y no lo saben. Yo creo que hasta el mismísimo Samaranch pertenece al tercer grupo. Y más después de lo de Bibis.


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