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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 2999 - 31 de enero del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

"JAZMINES EN EL OJAL", nuevo libro de Antonio Burgos

 

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Esther Esteban (no confundir con Belén) ha pintado un retrato de Ana Botella en forma de libro de conversaciones, que ha servido para que la segunda dama de España nos haga un boceto de urgencia sobre el papel de la mujer casada en nuestra sociedad. Según Ana Botella, antes la mujer le decía al marido:

-- Cariño, tienes que darme dinero para comprarme unas medias.

Y que ahora, al llegar a casa, tras soltar su maletín de ejecutiva, le dice:

-- Cielo, me he comprado un coche nuevo...

Lo que no dice Ana Botella es lo que puede responder el tal cielo de marido:

-- ¿Pero estás loca? ¿Un coche nuevo? Si nos quedan aún tres años de hipoteca del piso por pagar...

Ana Botella tiene razón en el fondo: el papel de la mujer en España, como la nostalgia o los pollos de campo, ya no es lo que era. Pero en la forma lo explicó mal. Lo que quería decir Ana Botella es lo que sentimos cada vez que oímos las viejas coplas, esos perfectos monumentos poéticos que Quintero, León y Quiroga u Ochaíta, Valerio y Solano escribieron para Concha Piquer o Juanita Reina. Aquí, cuando oímos esas canciones, se ve la copla de cuánto ha cambiado el papel de la mujer, sometida, tutelada. Aquella a la que Pepe Pinto, en el teatrillo del recitado de "Trigo limpio", le decía:

María Manuela, ¿me escuchas?
Yo de vestíos no entiendo,
pero... ¿te gusta de veras
ese que te estás poniendo?
Tan fino, tan transparente,
tan escaso y tan ceñío,
que a lo mejor por la calle
te vas a morir de frío.
Ponte el de cuello cerrao
que te está de maravilla
y que te llega dos cuartas
por bajo de la rodilla...

No es que el marido de María Manuela inventara la maxifalda: las coplas reflejaban la sumisión de la mujer. Ya no hay marido que obligar pueda a la falda dos cuartas por bajo de la rodilla... salvo que sea la tendencia. Cada vez que Pasión Vega, maravilla de mujer y de artista, da un recital, dicen las críticas que ya no se escriben coplas como aquellas. Gracias a Dios. Tras la ley del divorcio y la aceptación social de las parejas de hecho, la España de "La otra" ya no existe. Aquella que cantaba Concha Piquer como su propia, prohibida y secreta historia de amor con el torero Antonio Márquez es ya tan arqueológica como el régimen feudal o las locomotoras de vapor:

Yo soy la otra, la otra,
y a nada tengo derecho
porque no tengo un anillo
con una fecha por dentro...

En diversos acontecimientos he podido comprobar que ahora "la otra" es en muchos casos la primera mujer. La que se casó con los papeles bajo el brazo antes de la separación y el segundo matrimonio. La que tiene el primer anillo de la primera boda, con la primera fecha por dentro (si es que no lo ha tirado el fondo del mar, matarile, rile, rile) es ahora la olvidada. De la que nadie habla. Mujeres abnegadas, sufridas, que pasaron junto a su amor de juventud los tiempos más duros y adversos de un hombre que se abre paso en la vida, las que en silencio ayudaron con su tesón a construir una fortuna, una empresa, mientras criaban unos hijos. Esos años quedan ahora borrados en un anillo que parece que nunca existió. Que nunca hubo aquel amor que se rompió quizá de tanto usarlo, como canta Rocío Jurado.

A la que por cierto voy a llamar ahora mismito, para ver si Manuel Alejandro le escribe una balada de ahora con esta nueva realidad de "La otra" en España.

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